Manifestante
Por donde se la observe, en cada elemento de la escena se ven signos inequívocos de un encuentro desigual: la inclinación del terreno, la postura de los protagonistas, la indumentaria. Pero aun más elocuentes son los gestos de ese instante preciso: la mano abierta ante al fusil empuñado, que parece apuntar directo al corazón. Si hubiera que elegir de manera sintética cómo representar una contienda dispar, esos gestos lo harían de modo categórico. Solemos asociar las protestas con muchedumbres a veces estruendosas, a veces silenciosas, desafiantes o tristes, y hasta con temor, pero siempre en los centros urbanos, donde es más probable ser vistos y oídos, y hay más garantías ante un posible peligro. Para el manifestante que vemos aquí solo están sus manos vacías como única defensa ante un soldado armado, quizá la prueba más cabal de cuánto cree en aquello por lo que protesta.
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