Manejemos con más cuidado, por favor
El miércoles de la semana pasada, por la mañana, mi tía María del Carmen (la Tata) estaba cruzando la avenida 9 de Julio con semáforo en verde y por la senda peatonal cuando el conductor de un camión que venía por la avenida Independencia dobló y la atropelló. Seguro lo vieron en las noticias, porque un helicóptero del SAME bajó en plena avenida y se la llevó al hospital Argerich. Yo mismo vi la noticia y me enteré horas después de que había sido ella la persona accidentada.
Mi tía sufrió un fuerte traumatismo de cráneo y, aunque fue operada de urgencia, nunca recuperó la conciencia. Después de varios días de pelearla, murió el domingo por la mañana.
Dejo el video en la nota, no por una cuestión morbosa, sino para que puedan ver la estupidez absoluta del incidente: en un cruce con semáforos, en un día con visibilidad perfecta, mi tía cruza por la senda peatonal y el conductor del camión dobla y la atropella.
Casos como estos ocurren todos los días en la Argentina, familias destrozadas por accidentes que pueden evitarse. Según la ONG Luchemos por la Vida, en 2019 murieron en el país 6627 personas en siniestros de tránsito, con un promedio diario de 19 muertes. En 2020 la cifra fue menor por la pandemia.
Mi tía tenía 67 años y creo que podría haber vivido muchos años más con buena salud, disfrutando de las cosas que le gustaban hacer. Se había recibido de psicóloga de muy joven, aunque decidió no ejercer y se dedicó a llevar adelante la agencia de lotería y el kiosco que heredó de mi abuelo Andrés. En los últimos años se dedicaba a administrar consorcios. Era una lectora voraz y dejó una biblioteca impresionante. Buena parte de mi devoción por la lectura se la debo a ella. También tocaba el arpa y cantaba en un coro.
La Tata era una persona muy importante para mi familia. Era como una segunda madre para mi hermano y para mí después de la muerte de mi mamá, su hermana, hace 16 años. También significaba todo para su marido, el Bocha, con el que compartieron la vida durante más de 40 años.
El propósito de estas líneas es que quienes manejan un auto, un colectivo, un camión o lo que sea, tengan en cuenta que los peatones son seres humanos que tienen derecho a vivir y a no sufrir lesiones. Hay cosas muy básicas, pero que evidentemente necesitan ser repetidas: hay que respetar las velocidades máximas, no mirar el celular mientras se maneja y no tomar alcohol si se va a conducir. El peatón tiene siempre prioridad. Lo más importante al manejar debe ser ir de un punto A a un punto B sin que nadie salga herido, tan simple como eso.
El Gobierno de la Ciudad ha tomado en los últimos años algunas iniciativas para mejorar la seguridad de los peatones, como peatonalizar el Centro y agrandar veredas en diferentes barrios. Debo haber cruzado miles de veces la 9 de Julio en mi vida y ahora es mucho más fácil que antes por el Metrobus, que permite hacerlo en varias postas. Tal vez se pueda realizar alguna intervención en el cruce para mejorar la seguridad peatonal. Sin embargo, nada parece bastar cuando a quien maneja no le importa la vida de los demás.
Para quienes no lo saben, las señales con una estrella amarilla que hay en el todo el país representan a una víctima del tránsito. Pronto habrá una con el nombre de mi tía en Independencia y 9 de Julio. Espero sirva para algo.