Mama Antula y las raíces cristianas de la Argentina
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La canonización de Mama Antula permite explorar su relación con los jesuitas y la amplitud de su influencia en los años iniciales de la Argentina.
Conocemos la obra jesuítica en el centro y norte del país, donde crearon las “Reducciones”, integradas por nativos para catequizarlos y educarlos concientizándolos de ser iguales a todos los seres humanos por ser hijos de Dios, y por tanto, libres, según el mensaje de Cristo, que fue quien trajo y explicó al mundo la realidad de la libertad. Lo que hoy llamaríamos “catequesis y derechos humanos”.
Así articularon redes de protección frente a las tribus vecinas, a los bandeirantes portugueses y a los abusos de los encomenderos españoles. La Iglesia ha reconocido la santidad de algunos misioneros, que llevaron su carisma hasta las últimas consecuencias: las de Toribio de Mogrovejo, Francisco Solano, Roque González y sus compañeros Mártires Rioplatenses son historias de santidad que lo acreditan.
En las ciudades los jesuitas se enfocaban en la educación y la predicación de los ejercicios propuestos por San Ignacio, apuntando a encontrar el sentido de la vida, siendo cada uno responsable de sí mismo y de ayudar a los demás. Enseñaban un trabajo de introspección, educación de la libertad y asumir su manutención, frente a la sumisión y pasividad, una obediencia que proponían otros criterios de la época. Hoy diríamos empoderamiento o asunción de la propia responsabilidad.
En 1767 y de manera abrupta, el rey expulsó a los jesuitas de sus dominios. Debieron abandonar sus tareas, las que fueron asumidas, como se pudo, por otros religiosos o las autoridades civiles.
En ese momento, María Antonia de la Paz y Figueroa, una consagrada santiagueña nacida en 1730 y que colaboraba en la organización de los ejercicios espirituales, se puso al hombro el trabajo de mantener las tandas de ejercitantes, elegir nuevos predicadores no jesuitas, disponer las casas para retiros, y las tareas que iban por detrás de esa organización de tanta trascendencia social y cultural.
Para eso recorrió a pie y descalza Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja, Córdoba, Buenos Aires (donde fundó en 1788 la “Santa casa” que aun funciona en la calle Independencia 1190), llegando incluso a Colonia y Montevideo. Murió en Buenos Aires en 1799, más de 10 años antes de la Revolución de Mayo.
En el mundo colonial e interactuando con todos, Mama Antula –como se la conocía– creó una cadena virtuosa al servicio del prójimo con gran éxito, reconocido por sus contemporáneos. Además de virreyes, y funcionarios del reino como Belgrano y Azcuénaga, también fue ayudada por comerciantes poderosos como los padres del presbítero Alberti, y hasta Cornelio Saavedra encabezó la solicitud de donaciones para construir la “Santa casa”; cabildantes y miembros de la Audiencia le otorgaron las autorizaciones que requería su tarea apostólica. Hay registros del paso por los ejercicios de Manuel Belgrano, Castelli, Liniers, Moreno, el dean Gregorio Funes y su hermano Ambrosio entre otros; y después de su muerte, Rivadavia, Rosas, Alberdi y muchos más. Se calcula que unos 70.000 pasaron por los ejercicios que auspició.
Mama Antula también rescató devociones populares hoy arraigadas entre los argentinos: San Cayetano y el Niño Jesús o Manuelito, que habían sido olvidadas con la expulsión de los jesuitas, y tras su muerte fueron sostenidas por la Iglesia hasta el presente.
Su obra, continuada por sus seguidores, se mantuvo vigente debido al enorme impacto popular que su vida inspiró. Y se puede identificar un hilo conductor que llega hasta nosotros a través de testimonios y la obra de muchos protagonistas.
Debemos reconocer que la canonización que dispuso el papa Francisco para el 11 de febrero también tiene un enorme contenido en la historia constitucional argentina.
Hay una clara vinculación del trabajo de Mama Antula con los beneficios de las libertades que sostiene la Constitución de 1853 y llegan hasta hoy, más allá de los propios méritos de los constituyentes.
Nos importa ahora destacar a Juan Bautista Alberdi y sus amigos de la juventud, todos ejercitantes: Marco Avellaneda, Miguel Cané, Félix Frías y Marcos Paz, quien era a su vez nieto de uno de los hermanos de Mama Antula y será vicepresidente y hombre de confianza de Bartolomé Mitre.
El espíritu religioso de estos constructores de la unidad nacional y de los valores liberales traducidos en la Constitución reconoce su explícito origen en la práctica de los ejercicios. Y sus contenidos se ven traducidos en su tarea política, tanto en la promoción de la religión o el énfasis en promover el trabajo y el desarrollo de la Argentina cuanto en la abolición de la esclavitud, que ocurrió sin guerras civiles y con acuerdos entre todos, más allá de los enfrentamientos políticos que muchas veces hubo.
Alberdi en las Bases expresa un punto de partida imbuido del realismo católico que emana de los ejercicios ignacianos. Importa precisar su espíritu religioso, que fue inicialmente cuestionado por sectores religiosos que lo acusaron de laicista. El 18 de septiembre de 1852, en un artículo en El Mercurio, responde: “Jamás se habrá visto de mi mano una línea irrespetuosa contra ningún dogma cristiano. Educado en el catolicismo, que no cambiaría por ninguna otra religión, abrigo por las demás el respeto que deseo por la mía”.
El proyecto político alberdiano tiene una clara integralidad e indivisibilidad en la que debe ser interpretado. Escribe después de recorrer Europa y los EEUU y, viendo la realidad, Alberdi diseña con “realismo arquitectural” una democracia republicana, federal y fuertemente presidencialista, para alcanzar el progreso material que se necesitaba, a partir de la pobre situación en la que se encontraba la Confederación: “territorio de doscientas mil leguas cuadradas, que habita nuestra población de un millón de habitantes, distribuidas en 14 provincias aisladas en medio de desiertos”.
Por eso propone traer inmigrantes europeos, que incluirán muchos protestantes, por lo que vio conveniente establecer la libertad de cultos. Aquí las Bases difieren de los antecedentes nacionales y de otros países hispanoamericanos que auspiciaban el catolicismo como religión oficial, y eso provoca los primeros conflictos con algunos sacerdotes, conflictos que viene a zanjar de manera neta otra corriente religiosa, mayoritaria y en la que destaca Fray Mamerto Esquiú, luego obispo de Córdoba y que también fue proclamado beato por el papa Francisco en 2021.
La controversia se supera por el reconocimiento de la libertad de conciencia en los espíritus religiosos. Alberdi dice: “Si queréis pobladores morales y religiosos, no fomentéis el ateísmo. Si queréis familias que formen las costumbres privadas, respetad su altar a cada creencia”. Hay muchos textos que encuadran en esta misma perspectiva. Lo que resalta en todos ellos es la visión derivada del discernimiento realista que proponen los ejercicios de San Ignacio, tal como los difundió Mama Antula, adecuándose a cada circunstancia y en contraste muchas veces con afirmaciones dogmáticas aplicadas a realidades políticas diversas.
Esa argamasa es producto de las enseñanzas católicas en los inicios de la Argentina, y es la argamasa que define las libertades de nuestra Constitución; la argamasa por la que trabajaron y dieron su vida los santos misioneros desde el siglo XVI, la nueva Santa Madre Antula, el Beato Esquiú, el Santo Cura Brochero, discípulo de Esquiú canonizado en 2016 y tantos más que hasta hoy se dedican a trabajar por el prójimo, incluyendo al reciente y contemporáneo Beato Cardenal Pironio.
Es oportuno reconocer y agradecer la continuidad que la Iglesia –más allá de sus faltas graves, errores y dificultades– sigue sosteniendo bajo el pontificado del papa Francisco. Es probable que sin su auspicio y las oraciones que reclama en toda ocasión, estas raíces históricas difícilmente hubieran sido reconocidas.