Malvinas: hay que eludir la provocación
La reiterada maniobra con misiles en Malvinas es una provocación. Cuando un país no quiere discutir sus diferencias con otro, procura enojarlo para que adopte las actitudes sonoramente patrioteras que tanto caracterizaron al último proceso militar y al kirchnerismo, para gran beneficio de los intereses británicos, que así pueden justificar su negativa a un diálogo verdadero.
Apenas la Argentina retomó la correcta senda de fines de los años 80 y 90, Londres no sólo reiteró maniobras militares irritantes sino que se cuidó visiblemente de no desmentir los innuendos internacionales de que su país (el único) vetó la candidatura de Malcorra, gesto innecesario dada la indescontable ventaja con la que contaba Antònio Guterres.
Infortunadamente, de nuestro lado se cometieron algunos errores. La política exterior de este gobierno es muy buena y el desliz con Theresa May podría preocupar más que un simple error circunstancial. Porque cabe preguntarse qué asesoramiento de su entorno directo recibe un presidente que le permita creer que una primer ministro británica está en condiciones de comunicar (para peor en una conversación de pasillo) nada menos que se dispone a hablar de soberanía. ¿Puede alguien suponer que tal cosa podría ocurrir sin que ese primer ministro tuviera que renunciar inmediatamente? Más que ante un desliz ocasional, podríamos encontrarnos con una falencia estructural en la información de nuestra más alta magistratura.
El propio Presidente lo cerró bien: "Hay que bajar la ansiedad." Es verdad. Porque escalando la provocación podemos sentir un alivio inmediato, para comprobar enseguida que con eso no arreglamos nada. La solución en Malvinas vendrá de la mano de una legítima emoción racionalmente administrada. Y que los gobernantes consulten, porque por ahora es una política solo del Ejecutivo, no consensuada con la oposición ni la opinión pública.
Los argentinos nos hemos dividido siempre, por un lado, entre quienes no aceptaban dialogar de nada, si el primer tema no era la soberanía. Resultado, los ingleses felices: decían que no y continuaban apropiándose de hidrocarburos y pesca, mientras preparan su salto a la Antártida argentina. Otros pensamos que, siendo imposible obligar a la Corona, es más provechoso aplicar un paraguas y continuar reclamando muy firmemente la soberanía, pero sin imponerla como primer requisito, hasta que llegue el momento adecuado, para impedir así que Gran Bretaña se lleve la totalidad de los recursos.
¿Postergar el reclamo de "soberanía ya mismo" no supone debilitarlo? Bajo un paraguas de soberanía y reivindicándola todo el tiempo en la ONU, no existe ese peligro. No tenemos fuerzas ni alianzas que nos permitan sentarlos a negociar, pero eso puede cambiar. Malvinas se solucionará de una manera honorable, pero no ocurrirá el jueves que viene, ni durante el mandato de Macri, ni durante mucho tiempo. No depende de los ingleses sino de lo que trabajemos nosotros, haciendo fuerte a la Argentina.
Lo que nuestras autoridades sí pueden hacer no es anoticiarnos de que estamos cerca del final sino apenas en el primer escalón del principio. Cuando la Argentina vuelva a tener un PBI per cápita entre los primeros diez del mundo, cuando tengamos aliados de peso planetario y tornemos a convertirnos en un país importante, de conducta interna y externa impecables, entonces los británicos no podrán seguir ignorándonos. Lo que nos toca decidir es si el largo tránsito hasta ese momento lo queremos hacer hostilizándonos e insultando a los ingleses, que estarían muy contentos, o con una conducta mutuamente cooperativa, con emprendimientos comúnmente beneficiosos y comportamientos recíprocos por la positiva, para ir pavimentando el camino que permita llegar a una negociación más pronto y más provechosa Si sabemos poner a este país otra vez de pie, la solución seguramente llegará: seremos afuera lo que seamos adentro.
Ex vicecanciller, miembro del Club Político Argentino