Malvinas: Geoffrey Cardozo, un héroe inglés para la memoria argentina
“Cuando yo estuve al lado de un soldado argentino muerto que no tenía cerca a su madre, que no tenía cerca a sus amigos porque los soldados argentinos habían regresado todos al continente, sentí una responsabilidad enorme. Porque cuando ellos estuvieron acá me di cuenta de que había muchas familias en la Argentina que no sabían nada sobre el paradero de sus hijos. Eso, personalmente, me dolió mucho. Desde entonces mantuve contacto con los excombatientes, estuve en la Argentina y me reuní con las familias y organizaciones de veteranos. No en universidades o en centros de conferencias, sino en el campo, donde están las familias más pobres, las familias de origen indígena, esas que quizá fueron un poco olvidadas por Buenos Aires. Pude decirles a esas familias que yo fui el último que tocó a sus hijos. Eso significó mucho para ellos; les permitió llevar el duelo de otra manera y querer identificar los cuerpos”.
Quien relata esto es el coronel británico Geoffrey Cardozo, el hombre que tuvo la dificil tarea de identificar y sepultar a los argentinos muertos en la guerra de Malvinas.
¿Por qué es importante recordar esto una y otra vez? Esta semana se cumplen 42 años del segundo pedido realizado por el Reino Unido a la dictadura militar argentina para “repatriar” los restos de los soldados argentinos, ofreciendo colaboración y medidas de seguridad para hacerlo. Los pedidos oficiales realizados por el Foreign Office no obtuvieron respuesta positiva. Estos documentos se dieron a conocer años después por las autoridades británicas, ya que, según señalaron funcionarios que asumieron con el canciller Dante Caputo en 1983, los militares no dejaron rastros de ningún tipo de pedido y poco material de archivo de lo sucedido durante la guerra. En los registros mencionados se explica que el pedido se realizó en dos ocasiones por el gobierno el mismo año de culminada la guerra. La junta militar argentina no respondió el primero porque no aceptaban el término “repatriar”, pero en la segunda oportunidad, y ya bajo protesta e invocando una cuestión “sanitaria”, el gobierno de las islas pidió nuevamente la colaboración para retirar los cuerpos. Tampoco obtuvo respuesta. Esa desatención fue el punto de partida a una historia que tiene un protagonista principal: Geoffrey Cardozo.
En diciembre de 1982 las autoridades británicas le encomendaron al entonces capitán Cardozo el duro trabajo de recoger, exhumar, identificar y crear un cementerio para sepultar los cuerpos de los soldados argentinos esparcidos en las islas. El trabajo concluyó el 17 de febrero de 1983 en lo que actualmente es el Cementerio de Darwin, con la mitad de los caídos identificados y una ceremonia con honores militares acompañada de un oficio religioso. Cardozo dejó un informe detallado sobre el trabajo realizado, donde daba datos, muestras y señales que permitirían al gobierno argentino identificar a esos 121 soldados, aunque en ese momento se creían 119 porque, por razones de esqueletización y por el estado que habían sido encontrados las partes de algunos cuerpos, había sido imposible individualizarlos.
La lectura es simple: hizo mucho más Cardozo por nuestros héroes que el mismo gobierno militar, que se olvidó de ellos luego de enviarlos a una guerra absurda solo con el fin de obtener apoyo popular para perpetuarse en el poder, cuando ya las denuncias por violaciones a los derechos humanos cometidas por el Proceso de Reorganización Nacional recorrían el mundo.
No eran momentos sencillos para el país, el retorno de la democracia y el pedido de justicia por los desaparecidos durante ese tiempo postergaron la resolución a otro proceso doloroso, que pasó desapercibido para la mayoría de la sociedad argentina, que arrastraba el trauma de la derrota militar en Malvinas y el rechazo masivo a una dictadura que vivía sus últimos días. Era la situación de los 246 soldados caídos, cuyos cuerpos quedaron en las islas, muchos de ellos sepultados en fosas comunes, en algún cementerio local o simplemente esparcidos en el suelo helado de las islas y cubiertos con piedras, tapados con mantas o dejados sobre la tierra, en el mismo lugar donde cayeron. Además, eran épocas donde las relaciones bilaterales eran inexistentes, la guerra acababa de terminar y Gran Bretaña se quejaba en organismos internacionales por no contar con la colaboración argentina para identificar las zonas minadas que habían quedado una vez culminado el conflicto.
Lo que el entonces capitán Cardozo no pensaba es que su trabajo recién iba a ser por demás reconocido e imprescindible 36 años después cuando se puso en marcha el Plan Proyecto Humanitario Malvinas. Un plan que nació sin saberlo en 2008, cuando el veterano de guerra Julio Aro viajó a Malvinas y visitó el Cementerio de Darwin. Aro volvió de ese viaje con la necesidad de hacer algo por esas 121 familias que, cuando pudieron, visitaron Darwin sin saber dónde descansaban los restos de sus hijos. Muchas madres adoptaban una tumba al azar, donde rezaban y dejaban flores, sin saber ciertamente si allí descansaban sus hijos.
“A veces sentía que esas madres creían que sus hijos abrazaron un misil y desaparecieron. No podía quedarme quieto, era mi responsabilidad con ellos. Desde ese momento no paré y aún sigo”, relató Aro a LA NACION. Y agregó: “Cuando uno se pone en el lugar de las mamás que le dieron a su hijo un solo abrazo, y que no lo vieron nunca más y no saben dónde están, es muy fuerte lo que pasa”.
Tiempo después, Aro tuvo un contacto fortuito en Londres con Geoffrey Cardozo. No se buscaron, no se conocían, simplemente se cruzaron porque el inglés actuó de intérprete en charlas con veteranos de guerra británicos. Cardozo le entregó a Aro una copia del informe que él había elaborado en 1983, cuando sepultó en Darwin a los soldados argentinos caídos en la guerra. Juntos se prometieron llevar adelante una gesta que incluso los llevó a ser candidatos al Premio Nobel de la Paz y que tuvo la invalorable colaboración de dos personas claves para que su proyecto se concretara: la periodista Gabriela Cociffi y el líder de Pink Floyd, Roger Waters. Esa idea se materializó y culminó con la puesta en marcha del Proyecto Programa Humanitario Malvinas, que fue encomendado por ambos gobiernos a la Cruz Roja Internacional, y que contó con el trabajo técnico del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), un organismo reconocido mundialmente que ya venía trabajando con éxito en la identificación de cuerpos NN, víctimas de la represión ilegal de las juntas militares.
¿Por qué se tardó tanto? “Faltó decisión y colaboración, teniendo en cuenta que se trataba de un trabajo humanitario -responde Julio Aro-. Sinceramente, se hubiese podido identificar a todos o a gran parte de ellos en 1982, y no hacer esperar 35 años a muchos padres que no sabían dónde estaba sepultado su hijo. Algunos de ellos murieron sin saberlo. El caso más notorio fue el del soldado correntino Gabino Ruiz Díaz. Cuando Geoffrey Cardozo nos entregó el informe, en 2008, vimos que había un número de DNI como referencia de un cuerpo sin identificar. Lo cruzamos con el padrón y lo identificamos enseguida. Su madre tuvo que esperar todos esos años por culpa de la indolencia e indiferencia de las autoridades que debieron haberlo hecho en su momento”, remarca Julio Aro.
El excombatiente detalla además que los cuerpos fueron sepultados con sus pertenencias: “Tenían anillos, medallas, cartas y objetos personales que hubiesen servido para identificarlos. Con el Proyecto entregamos esas pertenencias a cada familia y observamos que, con un buen relevamiento en su momento, se podría haber reconocido a la mayoría en 1983. Ahora tuvimos que realizar pruebas de ADN”, remarca. “Sinceramente, se hubiese podido identificar a todos o a gran parte de ellos en 1982, y no hacer esperar 35 años a muchos padres que no sabían dónde estaba sepultado su hijo.
La revisión del informe original elaborado por Cardozo deja en evidencia la falta de voluntad y de sensibilidad del gobierno militar para colaborar en su momento con la identificación de los cuerpos de esos 121 soldados que dieron la vida por su país.
Desde 2012, cuando comenzó este proceso, existió un gran trabajo de diplomacia bilateral y eso tiene un valor inmenso. Respecto de la Argentina, los tres gobiernos que estuvieron involucrados, el de Cristina Kirchner, el de Mauricio Macri y el de Alberto Fernández, lo hicieron con un mismo fin, que fue darles a las familias la identificación de los cuerpos de sus seres queridos después de casi 40 años. Y ahora el gobierno de Javier Milei firmó hace poco la realización de la tercera parte del Plan Proyecto Humanitario Malvinas. Dejaron de lado las diferencias y antepusieron el proyecto. Una verdadera política de estado que comenzó de la mano del trabajo y el compromiso de un militar inglés: Geoffrey Cardozo.
Cardozo se encuentra en la Argentina, el próximo 4 de diciembre volverá a viajar con los familiares a visitar el Cementerio de Darwin, lo hizo siempre en todos los viajes anteriores tomándose el trabajo de acompañar del brazo a esas madres ancianas al mismo lugar donde sepultó a sus hijos con honores y respeto hace más de 40 años. La Argentina le debe muchísimo a Geoffrey Cardozo, su nombre - y también el de Julio Aro- deberían estar en los libros de historia y ser homenajeados en calles y plazas, porque juntos demostraron que la paz siempre es el camino, pasaron de enemigos ocasionales a amigos cercanos. Los unió un proyecto humanitario, devolverle la identidad a los soldados muertos en la guerra, Cardozo comenzó a hacerlo en febrero de 1983, Julio Aro tomó la posta en 2008 y aún siguen bregando juntos hasta que el último cuerpo sea identificado.
El tiempo demostró que es un error vivir encerrados detrás del velo ciego del nacionalismo absurdo, ese que a muchos les impide reconocer que fue un militar inglés quien hizo por “sus chicos” (como los llama cada vez que hablamos del tema) más que los propios jerarcas militares argentinos que les dieron la espalda no solo a ellos, víctimas de la guerra, sino también a sus familiares.
Ese hombre es el coronel Geoffrey Cardozo, ya es hora que comencemos a hablar de él, porque como no es cierto que la historia la escribe los que ganan, llegó el momento de incorporarlo a la nuestra. Merece ese reconocimiento.