Malcom X: el príncipe negro
Fue uno de los líderes más populares de la lucha por los derechos raciales en EE.UU. y también el más radicalizado. Aún hoy, a 40 años de su asesinato, ocupa un lugar ambiguo en el panteón cívico nacional
NUEVA YORK.- En la esquina de la 166 y Broadway, en el Alto Manhattan, se levanta el edificio de un antiguo salón de baile, el Audubon Ballroom. En ese lugar, el 21 de febrero de 1965, Malcolm X acababa de comenzar uno de sus habituales discursos ante una sala repleta de seguidores cuando tres jóvenes se levantaron abruptamente de sus asientos, corrieron hacia el podio y descerrajaron quince balazos sobre su cuerpo. Los asesinos eran miembros de la Nación del Islam, la organización religiosa de la que él se había separado recientemente tras haber acusado de corrupción a sus máximos dirigentes. Malcolm X fue llevado en camilla al Presbyterian Hospital, ubicado justo enfrente del salón, pero llegó sin vida. Tenía 39 años.
Quince mil personas asistieron a su entierro. En poco menos de una década, Malcolm X se había convertido en uno de los líderes negros más populares de los Estados Unidos -también en el más temido por la población blanca- y empezaba a proyectarse internacionalmente dentro del movimiento panafricano surgido con la ola de descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Con su imponente presencia física, este orador enormemente carismático era también un formidable organizador. Durante su actuación como principal vocero de la Nación del Islam, ésta pasó de 500 a 30.000 miembros y se convirtió en el mayor conglomerado económico negro del país, administrando cadenas de pequeños negocios que daban empleo a la población afro-americana.
Su muerte fue llorada en los guetos y por los intelectuales negros más combativos, y fue recibida como la consecuencia esperable de sus poco veladas justificaciones a la violencia racial no sólo por la mayoría blanca, sino también por una parte considerable de la clase media negra, que veía en el radicalismo de su mensaje una amenaza para la estabilidad tan duramente alcanzada en un país en donde las relaciones raciales eran una mezcla volátil y explosiva.
Aún hoy, cuarenta años después de su muerte, Malcolm X ocupa un lugar problemático en el panteón cívico nacional. Junto con Martin Luther King, es indiscutiblemente el líder afro-americano más importante del siglo XX, pero a diferencia de aquél, su legado encaja con dificultad en el credo oficial estadounidense. Algunos dirían que no encaja en absoluto.
Martin Luther King es el santo laico de la integración racial. La clave de su pensamiento está en "Yo Tengo un Sueño", el famoso discurso que pronunció en 1963 sobre las escalinatas del monumento a Lincoln, en Washington, frente a 250.000 personas. Comienza con una metáfora: hemos venido a cobrar un cheque, la afirmación de la Declaración de la Independencia de que todos los hombres son iguales. El sueño de King es el viejo sueño americano, corregido y aumentado. Ese discurso expresa la idea que Estados Unidos tiene hoy de sí mismo: un país en donde la libertad, originalmente garantizada sólo para los hombres blancos, se ha ido expandiendo progresivamente hacia el resto de la sociedad, sin distinciones de color o de sexo.
¿Un héroe moderno?
El mensaje de Malcolm X era diametralmente opuesto. Retomando la imagen anterior, podría haber dicho: el cheque del que habla King no tiene fondos; los blancos jamás aceptarán la igualdad de los negros. La integración es falaz y peligrosa, porque disfraza las tensiones raciales. La solución es la separación racial: la población negra sólo florecerá cuando acepte que no puede esperar nada de la sociedad blanca y se decida a crear su propia sociedad.
Para alcanzar ese objetivo, "cualquier medio necesario" es válido; ésta y otras expresiones similares de Malcolm X fueron interpretadas en su momento como un llamamiento a la violencia. Cuando se le pedía que ampliara su pensamiento, Malcolm X señalaba que la violencia de los negros era sólo producto de la violencia ejercida contra ellos por los blancos desde la época de la esclavitud; luego de su muerte, esta idea fue retomada por los Panteras Negras. Para él, la población negra de los Estados Unidos era un pueblo oprimido que debía buscar su liberación; la comparación implícita era con los movimientos nacionalistas del Tercer Mundo, por entonces en plena efervescencia.
"Debemos resistir la tentación de idealizarlo", dijo al enterarse de su asesinato Bayard Rustin, el dirigente negro que hizo conocer las ideas de Gandhi a Martin Luther King. "Malcolm X no es un héroe, es una víctima trágica del guetto. Serán los blancos, no los negros, los que determinen su lugar en la historia".
La historia parece haber desmentido a Rustin. En 1992, el año del lanzamiento de la película de Spike Lee sobre la vida del líder, una encuesta de Gallup señaló que el 57 por ciento de los afro-americanos veía a Malcolm X como un héroe moderno, mientras que el 82 por ciento lo consideraba su modelo de masculinidad. En 1999, la revista Time seleccionó a su Autobiografía (escrita en colaboración con el periodista Arthur Haley, que años después, influido en parte por su prédica, escribiría Raíces) como una de las diez obras de no ficción más importantes del siglo XX, al lado de otros clásicos como El Diario de Ana Frank.
Las nuevas generaciones no aceptan necesariamente todas sus ideas, pero se identifican con él: a diferencia de Martin Luther King, heredero de una dinastía de ministros bautistas del Sur, la vida de Malcolm X refleja la de millones de jóvenes en los guetos: una familia destruida, una adolescencia tentada por las drogas y el delito, el paso por la cárcel y la oportunidad dorada de la rehabilitación. En última instancia, la vida de Malcolm X es una típica historia (norte)americana: la historia de una caída y de una redención, articulada en torno a una experiencia de conversión religiosa. Este periplo, en el que resuenan los acordes de la vieja tradición puritana, se completa en la nota trágica de su muerte, que comparte con otros héroes nacionales, desde Lincoln hasta los hermanos Kennedy y Martin Luther King.
Malcolm X se convirtió a la Nación del Islam mientras purgaba una condena de siete años por robo. A raíz de esa conversión reemplazó su apellido, Little ("el apellido dado a mis antepasados esclavos por sus amos"), por la X que simboliza el apellido original, perdido cuando sus ancestros fueron esclavizados en las costas de Africa.
A pesar de que sus miembros se autodefinen como musulmanes, la Nación del Islam es una verdadera creación norteamericana que en varias cuestiones fundamentales se aparta del credo islámico tradicional. Fundada en 1930 en Detroit por Wallace Dodd Fard, un oscuro personaje que poco después desapareció misteriosamente, combina las enseñanzas del Corán y la Biblia con el nacionalismo negro y con ciertas elucubraciones esotéricas como la Historia de Jacub, sobre la cual se funda su doctrina de superioridad racial negra.
"Soy un hombre marcado -dijo Malcolm X en una entrevista televisiva luego de denunciar a Elijah Muhammad de tener relaciones sexuales con sus secretarias adolescentes-. Conociendo la psicología del movimiento musulmán, si alguien viniera a decirme lo que yo he dicho de su líder, y si yo no supiera lo que sé, yo mismo habría matado a la persona que me dijera esas cosas." Sus dardos finales fueron para Louis Farrakhan, un ex cantante de calypso que lo sucedió como vocero de la organización, y a quien acusó de haber mandado a incendiar su casa. Algunos años más tarde, una hija de Malcolm X fue encarcelada cuando se descubrió que complotaba para asesinar a Farrakhan, actual jefe espiritual de la Nación del Islam.
Luego de romper con Elijah Muhammad, Malcolm X emprendió su peregrinaje a La Mecca. Allí ocurrió su segunda conversión: por primera vez vislumbró la posibilidad de la convivencia entre negros y blancos. Al mismo tiempo redescubrió el islam tradicional y adoptó el nombre El-Hajj Malik El-Shabazz.
Dos semanas antes de su muerte, se reunió con Martin Luther King para limar diferencias. Su pensamiento estaba sin duda evolucionando en una nueva dirección; el asesinato interrumpió ese proceso.