Emmanuel Macron, firme con la reforma que convulsiona a Francia
Uno tras otro, los oradores en el Parlamento han denunciado al presidente de Francia, Emmanuel Macron, y sus planes revolucionarios. Los califican de "cinismo" y "crimen flagrante". Afuera del recinto, cientos de personas expresan su furia a gritos. Otros manifestantes, invocando una larga tradición francesa, han pedido su cabeza.
Sin embargo, todo es una actuación. Por ahora. Las huelgas en contra de los planes de Macron para reformar el sistema francés de pensiones, que comenzaron en diciembre y se prolongaron hasta el Año Nuevo, se han desinflado. Aunque no sucede lo mismo con la ira.
Macron, el joven banquero de inversiones que se convirtió en político y que ya casi cumple tres años en la presidencia, está a punto de ganar su última batalla. Su gobierno espera que para mediados de marzo la Cámara Baja del Parlamento -controlada por su partido- apruebe su plan para eliminar los 42 diferentes esquemas de pensiones franceses y fusionarlos en uno, y lo convierta en ley para el verano. Este plan cambiaría Francia de una manera profunda, al igual que sus otros programas.
Estados alterados
La verdadera pregunta para el presidente y su país es la siguiente: ¿Qué costo o beneficio para Francia, ahora y en el futuro, representan estas iniciativas?
Los analistas, así como la gente que odia o apoya a Macron, coinciden en que la mayoría de los franceses no recuerda a ningún presidente de los últimos tiempos -y tal vez incluso más antiguo- que haya tenido un mayor efecto en la economía, la sociedad y la política de su país.
Sin embargo, el mandato de Macron también está estableciendo récords en otra área: la turbulencia social. Ha gobernado en un entorno de una continua agitación.
No cabe duda de que la antipatía que inspira Macron es una medida de la profundidad del cambio que está generando en Francia -un país que se siente cómodo con sus críticos y es autocomplaciente con ellos-, donde cualquier manipulación de las tradiciones conlleva quejas y grandes riesgos.
Macron ha alterado a los franceses y es profundamente impopular por eso. Así que el hecho de que lo desprecien a pesar de que sus cambios hayan comenzado a rendir frutos se ha vuelto la paradoja que ha definido su mandato.
La incontrolable tasa de desempleo, el verdugo de sus predecesores, por fin parece estar cediendo, pues hace poco llegó a su índice más bajo en doce años: el 8,1 por ciento.
Las tasas de empleo entre la gente con edad para trabajar están en alza, los programas de capacitación de trabajadores están generando beneficios y los contratos de calidad a largo plazo están superando los precarios a corto plazo.
Todo lo anterior es un avance que se puede atribuir de forma plausible a la flexibilización que Macron impuso al rígido mercado laboral francés.
Al mismo tiempo, Macron ha reconstruido la política francesa a su propia imagen. Con la eliminación de los principales partidos políticos, el colapso de la izquierda y la neutralización de la derecha, sigue siendo el favorito para las elecciones de 2022.
"Emmanuel Macron es más reformista que muchos de sus predecesores", dijo Olivier Galland, especialista del instituto de investigación CNRS y autor de un artículo reciente sobre las políticas del presidente.
"Tiene una visión más coherente. Piensa que la sociedad francesa está bloqueada, que muchas de sus instituciones llevan demasiado tiempo en pie y no están adaptadas a la sociedad actual", señaló Galland.
"La reforma a las pensiones es emblemática y muy importante - agregó el especialista-. La intensidad de las críticas demuestra el grado de su relevancia".
Advirtió que los esfuerzos de Macron son en muchos sentidos aún más difíciles que los del arquitecto de la Francia de la posguerra, Charles de Gaulle. El general tenía la ventaja de comenzar "de cero" después de la ocupación alemana.
De Gaulle tenía además una gran autoridad por haber liderado a Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Macron no es De Gaulle. Proviene, además, del mundo de las finanzas mundiales, un universo que inspira desagrado y desconfianza en gran parte de la población.
Pero las transformaciones que impulsa en la política y la sociedad francesas pueden ser igualmente duraderas, más allá de su costo.
Sus cambios a las pensiones provocaron la huelga del sector transportista más larga en la historia de Francia: una proeza nada insignificante en un país donde las huelgas laborales se convierten en herramientas de presión con facilidad.
Durante casi dos meses, los franceses tuvieron problemas para llegar al trabajo pues los trenes estaban cerrados y las manifestaciones masivas inmovilizaban las calles de París, mientras los trabajadores maldecían al presidente y le prometían el mismo destino que tuvo Luis XVI. El restaurante favorito de Macron fue incendiado.
Paradojas
La huelga se produjo inmediatamente después del levantamiento de los Chalecos Amarillos, lo que provocó una serie de protestas violentas contra la desigualdad económica en París a una escala que no se había visto en al menos cincuenta años.
Solo una gran inyección de dinero para estimular los ingresos de quienes ganan menos y la organización de numerosas reuniones municipales en todo el país, en las que el propio Macron participó, lograron apaciguar el movimiento.
Todavía hay descontento en algunos sectores: abogados, enfermeras, docentes, médicos, quienes constituyen la columna vertebral de la sociedad francesa.
En términos políticos, la resistencia no ha sido menos feroz, aunque en su mayor parte ha sido ineficaz. Los manifestantes, furiosos con la transformación que hizo Macron en uno de los sistemas de pensiones más generosos del mundo, han obtenido algunas concesiones. Por ejemplo, el gobierno limitó los planes que tenía para aumentar la edad de retiro con beneficios totales.
En el Parlamento, los opositores de Macron han puesto un récord de 41.000 enmiendas a su proyecto de ley para las pensiones, un intento declarado por retrasarlo o cancelarlo. Miembros del gobierno de Macron, furiosos con la obstrucción, están hablando de aprobar el proyecto de ley sin una votación, una maniobra permitida por la constitución francesa. La táctica expone al gobierno a una moción de censura, pero el partido de Macron ganaría.
Sus opositores no están menos decididos. "Estaremos en las trincheras hasta que sea necesario, porque la gente siempre estará en lo correcto frente a estos objetivos reaccionarios", dijo el líder de la izquierda Jean-Luc Mélenchon.
Pero las tácticas procedimentales parecen destinadas al fracaso debido a la cantidad de macronistas que ingresaron al Parlamento con el partido de Macron, En Marche, mientras los opositores colapsaban a su alrededor. Además, casi no se han materializado las predicciones de los economistas de izquierda sobre despidos masivos que provocaría el relajamiento del mercado laboral impulsado por Macron (por ejemplo, con reducciones a los costos de los despidos) .
"Las tasas de empleo están al alza", dijo Philippe Martin, economista del Instituto de Estudios Políticos de París -organización conocida como Sciences Po- que trabajó en el Ministerio de Economía, Finanzas e Industrias liderado por Macron durante el mandato del presidente anterior, François Hollande. "Algo está pasando", agregó.
Sin embargo, el reformismo implacable de Macron está dejando cicatrices en un país que, si bien no estaba conforme, había logrado un igualitarismo tan sólido que lo protegió del populismo y la demagogia que han superado a sus aliados en occidente.
En las calles, la hostilidad es palpable. "Desprecia a la gente común y corriente, a la clase trabajadora", opinó Anne Marchand, una cajera que llevaba un chaleco amarillo y estaba manifestándose afuera del Parlamento esta semana. "Tan solo es un banquero. No entiende nada de política". Christian Porta, otro manifestante, que trabaja en una fábrica de pan, aseguró: "Estamos hartos de llegar con apuros a mediados de cada mes". Esta desconexión está creando intranquilidad entre los aliados de Macron, conscientes del estado de agitación en el país.
Desde el inicio de la presidencia de Macron, unos trece miembros del Parlamento de su partido se han ido -tras citar su decepción con el presidente- o han sido expulsados.
"Todo está muy frágil. Me temo que la ley de pensiones va a ser aprobada contra todo pronóstico; contra los sindicatos, contra la oposición", opinó un diputado macronista del sur de Francia, Jean-François Cesarini. "Esta idea de forzar un proyecto hace que la gente diga: 'Está bien, aprobaste tu ley, pero no nos escuchaste'", concluyó.
Otros argumentan que el daño ya está hecho. "¿Cuándo hemos visto a tantos maestros salir a la calle?", preguntó esta semana Fabien Roussel, un político comunista, en el Parlamento. "Todos están molestos".
Y agregó, esta vez interpelando al presidente: "¿Por qué tantos de nuestros conciudadanos piden que se desande esta reforma? Tomaste un gran riesgo: crear una fractura muy profunda entre los ciudadanos".