Macri y Tabaré se dan la mano
El reciente encuentro de los presidentes de la Argentina y de Uruguay pone fin a una década de absurdos desencuentros y abre la oportunidad de reconstruir una relación tan histórica como provechosa.
La anunciada reivindicación del Mercosur, el transbordo de mercaderías en los puertos o el levantamiento de incontables trabas burocráticas seguramente ayudarán. Pero aún tenemos para lamentar lo que -a pesar de los esfuerzos de nuestros diplomáticos- se hizo durante la gestión del kirchnerismo, lo que arruinó una relación que tiene raíces históricas mucho más profundas que la de los simples intereses comerciales o económicos. Buscando un enfoque optimista, vale recordar que resta un aspecto sobre el que podría avanzarse con gran provecho material y un fuerte testimonio de integración: la actividad pastera.
Cuando era vicepresidente, Isaac Rojas promovió una fuerte embestida contra la represa hidroeléctrica brasileña de Itaipú. Calificada de "bomba atómica líquida", se la describió como arma letal para inundar a nuestro territorio. En lugar de negociar con Brasil, fuimos en queja a la ONU, que finalmente se pronunció con tibieza y cuando la construcción de la represa estaba muy avanzada.
Hacia el final de aquel proceso, y mucho más en los gobiernos de Alfonsín y Menem, la Argentina ordenó los tantos con el tándem Brasil/Paraguay por la reyerta de Itaipú, por la construcción asociada de Yacyretá y, ya directamente con Uruguay, la obra conjunta de la represa de Salto Grande. Como resultado, contamos hoy con un espinazo de generación hidroeléctrica de los cuatro países y un triunfo pionero en el aspecto más sólido de cualquier integración, que es el de la infraestructura. El caso de las represas estaba allí, a la mano, listo para estudiarse como perfecto antecedente para solucionar el conflicto de las pasteras.
No fue así. Luego de competir por la radicación de pasteras finlandesas y españolas, Uruguay ganó la pulseada y el entonces presidente Kirchner, reaccionando como el almirante Rojas, convocó a todos los gobernadores al corsódromo de Gualeguaychú y, en lugar de negociarlo, declaró el entredicho "causa nacional", como si se tratara de Malvinas, degradando hasta hoy la relación con los vecinos al escalón más bajo de la historia. Igual que aquellos militares, también fuimos a una instancia jurídica e, igual que antes, para cuando el tribunal de La Haya se pronunció tibiamente, la pastera oriental, como entonces Itaipú, ya se encontraba demasiado avanzada como para dar marcha atrás. Un nuevo testimonio de políticas supuestamente principistas en que elegimos quedarnos con la razón y los demás se quedan con las cosas.
El antecedente de las represas habría servido sin duda alguna para señalar el camino correcto, y sigue haciéndolo aún: sentarse a negociar con Uruguay como hicimos en Salto Grande, concertar la explotación y el cuidado ambiental de manera asociada e ir preconstituyendo un esquema de conjunta explotación con Brasil y Paraguay de la pasta de papel a todo lo largo de la cuenca, en un volumen tal que nos permitiría obtener, juntos, muy superiores precios y condiciones en el creciente mercado internacional de esa materia estratégica.
Pero a diferencia de las sensatas continuidades verificadas en los períodos Alfonsín-Menem-De la Rúa, en los últimos diez años regresamos a la jurásica visión de que nada de lo hecho por gobiernos anteriores merece ser continuado o siquiera tomado en cuenta. En los Hielos Continentales, por ejemplo, luego de terminar exitosamente el conflicto en 1999, llevamos 16 años sin mover un dedo para demarcar lo acordado en el terreno.
Afortunadamente, aunque todavía se encuentra en la vagorosa etapa inicial de los objetivos generales, la nueva política exterior anunciada en la Argentina parece apuntar en muchas buenas direcciones. Pero nuestra reinserción en el mundo no será sólo cuesta arriba, sino que habrá que cargar también, como en el caso de las pasteras, con numerosas mochilas que atrasan 40 años.
Ex vicecanciller y miembro del Club Político Argentino