Macri y la alternativa de un centro republicano
Hace unos días, como hacemos cada tanto, volvimos a encontrarnos los viejos compañeros de colegio. Nos conocemos desde hace más de cincuenta años. Más allá de los cambios y del rumbo que la vida de cada uno ha tomado, sigo viendo en ellos a esos chicos que a los diez años salían conmigo al patio para jugar al fútbol o las figuritas. Trato de no faltar a estas reuniones. Entre verdaderos amigos, disipo las preocupaciones y recuerdo quién soy. Hablamos de mil cosas. La política suele ser tema recurrente, pero no esta vez. Charla va, charla viene, me sorprendió la cantidad de nosotros que tenemos hijos viviendo fuera del país. Muchos y por todos lados, como semillas arrojadas a los vientos. Son parte de una generación inquieta, que lleva el trabajo a cuestas o se lo agencia allí donde recala, en un mundo donde las distancias se han acortado. Está muy bien que los hijos salgan a hacer su vida. Sin embargo, algo anda mal cuando lo natural –que los hijos crezcan cerca– pasa a ser casi una excepción. Esta vez, como dije, no hablamos de política, pero nos cubría su sombra: es imposible no ver el empujón que un país golpeado, donde no sobran las oportunidades de trabajo o de mejora, le dio a la enorme cantidad de jóvenes argentinos que salieron a buscar afuera lo que no encontraban aquí, más allá de las motivaciones personales –estudio, trabajo, simple afán de aventura– que cada cual tenía al partir.
Admitámoslo: no supimos construir las mejores condiciones para que los jóvenes puedan proyectar aquí una vida de trabajo y crecimiento. Esto vale para mi generación y también, creo, para la de mis padres. Lo hecho, hecho está, pero ¿acaso las estamos construyendo ahora? No solo para los que nos quedamos en el país, sino también para los jóvenes que empiezan a volver con una mochila cargada de experiencias y aprendizajes, pero también con la necesidad de reencontrarse con aquello que les faltó afuera: los afectos, la familia y un sentido profundo de la amistad.
La política del corto plazo, mezquina y corrupta, nos trajo hasta aquí. Si no queremos que los hijos de nuestros hijos crezcan en un país que expulsa a su gente, convendría empezar a actuar de otro modo. Y sin demoras. Revertir la caída y construir una sociedad con oportunidades lleva tiempo y sacrificio. Hoy los argentinos, dicen las encuestas, parecen más dispuestos al esfuerzo. Tras tantos fracasos, seríamos menos proclives a soluciones mágicas que, después de un corto alivio, dejan la herida más expuesta de lo que estaba. Todo sacrificio, sin embargo, se asume en función de una futura redención. Y debe empezar por las clases dirigentes, que suelen inclinarse por el corto plazo para preservar beneficios y privilegios. Puede que así salven su interés inmediato, pero actuando como siempre contribuirían a profundizar la decadencia y pagarían el precio después, cuando, sentados sobre sus ganancias, vean a su descendencia partir para dejar atrás un país donde vivir resulta imposible.
"Para Patricia Bullrich, todo lo que viene de Milei es el cambio. A veces lo es. Otras, todo lo contrario. Con el gobierno libertario es indispensable discriminar"
Hay señales que insinúan el amanecer de un largo plazo. Al mismo tiempo, sobran las evidencias de que seguimos sumidos en el fango de viejas prácticas. Pasamos de un extremo al otro, del falso progresismo al anarcocapitalismo, pero el poder sigue jugando con el mismo fuego: demoniza la crítica y la prensa, descarta el diálogo, llama a una cruzada cultural, atenta contra la Justicia. Ningún país sale adelante sin una Justicia independiente. La Argentina es la prueba irrefutable. Sin embargo, un presidente que prometió barrer con “la casta” se obstina en llevar a la Corte Suprema a un juez que ampara la impunidad de esa casta; para peor, con el acuerdo de quienes esquilmaron el país y necesitan ese amparo.
Del otro lado, esta semana algunas voces le restituyeron sustancia a la política. No todo es cálculo y lucha por el poder. Hay quienes defienden principios. Se vio durante la audiencia pública de Ariel Lijo en el Senado, en los cuestionamientos a la idoneidad moral y técnica del juez que hicieron, entre otros, Carolina Losada y el oficialista Francisco Paoltroni. Pero el paso más significativo en este sentido quizá lo haya dado el expresidente Mauricio Macri, que llamó a los legisladores de PRO a votar en contra del decreto que amplió los fondos reservados de la SIDE y se manifestó enfáticamente en contra de la candidatura de Lijo a la Corte. Con el actual gobierno es indispensable discriminar. El apoyo incondicional lavaría la identidad de PRO, que acabaría mimetizado con los libertarios. Le ocurrió a Patricia Bullrich, que apoya en forma automática cada acción del Gobierno, incluida la candidatura de Lijo. “Estás de un lado o del otro”, lo apuró ayer a Macri. Para la ministra, todo lo que viene de Milei es el cambio. A veces lo es. Otras, todo lo contrario. Aunque Milei y su mesa chica exijan subordinación, el PRO y las fuerzas republicanas deben hacer un acompañamiento tan constructivo como crítico. Y a prudente distancia. Solo así el país podrá contar con una alternativa de centro capaz de aportar racionalidad y, para los que vienen detrás, una perspectiva de largo plazo.