Macri sobre Nisman: ¿es un problema la espontaneidad del presidente?
En Nueva York Macri lanzó una frase inesperada, y además injustificada: “a Nisman lo mataron”. Fue en un encuentro en el Consejo de las Américas, con empresarios a quienes se intentaba convencer de que invirtieran en el país. Tal vez no fue la mejor manera de lograrlo.
Para peor al poco rato se enredó, tal vez quiso corregirse pero terminó repitiendo algo parecido en una entrevista pública con el periodista Charlie Rose de la cadena PBS: “¿Qué ha pasado con el caso de Alberto Nisman? le pregunta Rose, “Todavía no lo sabemos…. Necesitamos llegar a la verdad... saber qué pasó” contesta él; pero cuando Rose presiona, “¿necesitan saber quién lo hizo?”, el presidente vuelve a pisar el palito: “Si, quién lo hizo”. ¿Estaba diciendo “la verdad”? Y más importante, ¿estaba diciendo lo que el presidente argentino hoy puede y debe decir sobre el caso?
Claro que lo suyo no podría ni compararse con las recordadas cartas al pueblo que escribió Cristina Kirchner apenas producida la muerte de Nisman, donde primero dijo estar segura de que había sido un suicidio, luego un asesinato, y en ambos casos se lavó las manos alevosamente poniéndose en víctima, porque lo que estaba claro era que, fuera Nisman o sus asesinos, se lo habían hecho “a ella”. Pero con Cristina no tiene sentido seguir comparándonos. Si lo tendría compararlo con Carrió, y sobre todo preguntarse si no habrá al respecto un problema de contagio, que no puede augurar nada bueno.
Por otro lado, por más que el fiscal Eduardo Taiano, el mismo día que habló Macri del tema, estuviera presentando su acusación contra Diego Lagomarsino, con lo que orientó tal vez decisivamente la causa hacía la hipótesis de una conspiración para asesinar al fiscal de la AMIA, nada de eso está probado. Seguramente pasará mucho tiempo hasta que se resuelva el caso. Y mientras tanto flota en el ambiente la idea de que el poder político, los medios y también la sociedad prejuzgan, dan por culpables a los que sólo son por ahora sospechosos o acusados, en casos de corrupción o en casos como el de Nisman, o el de Maldonado, tal vez crímenes políticos pero tal vez no.
¿Hacía falta que el presidente diera ocasión a quienes alimentan esta desconfianza hacía el trabajo de la Justicia, justo ahora que ella parece empezar a hacerlo un poco mejor que antes, precisamente para machacar con que ellos no son los malos de la película sino “perseguidos”, víctimas de una entente siniestra de los poderosos contra el campo popular?
Pero además de los efectos no queridos que puedan tener las palabras del presidente en ese debate, hay tal vez una pregunta previa que conviene también hacerse: si Macri no es proclive a arranques de espontaneidad que pueden dañar su liderazgo.
En general se piensa que no, que su espíritu calabrés lo protege de actuar en caliente, de reaccionar sin pensar. Puede que tenga otros defectos: no olvida ni perdona y puede ser en demasía vengativo. Pero no tiene el problema de hablar o actuar a tontas y a locas.
Sin embargo no es la primera vez. Poco antes de las elecciones circuló una frase suya sobre los “562 argentinos que frenan el cambio en el país”, lo peor del círculo rojo, cabe imaginar. Y que “si los pusiéramos en un cohete a la luna el país cambiaría tanto…”. Lo de la lista y el cohete a la luna fueron metáforas muy poco felices. Pero más complicado es aún que se conciban las resistencias al cambio como un problema que puede personalizarse en “incorregibles” a descartar, porque sin ellos todo funcionaría de maravillas. Claro que es bueno que los corruptos, al menos algunos de ellos, vayan presos, pero ¿eso resuelve nuestros problemas de corrupción? Puede que no, que tengamos y en abundancia otros que los reemplacen si el sistema los sigue produciendo a la misma velocidad que antes. Más que un enfoque serio del problema la “metáfora” de Macri nos ilustra sobre una tendencia a pensar, y tal vez a actuar, guiados por pasiones y calenturas. Apenas contenidas por el “método” calabrés.
¿Puede por inclinaciones como estas -y si episodios como estos se vuelven tendencia- ponerse en riesgo a sí mismo el liderazgo de Macri, ahora que tiene las manos más libres y el campo más abierto para desplegarse? ¿Están esas inclinaciones detrás de algunas decisiones concretas que se han tomado, o del modo en que se está encarando la fase, por decir así, programática de su gobierno?
Hay quienes creen que sí y lo conectan con otras señales de que la moderación y la prudencia pueden estar dando paso a cierto espíritu refundacional y a un tono más soberbio. Lo de “la generación de argentinos que va a cambiar definitivamente el país”, que tal vez al comienzo fue espontáneo, pero ahora ya no, viene repitiéndose y extendiéndose como un mantra desde la campaña electoral, podría interpretarse en esta clave: de no tener casi épica tal vez en el Ejecutivo estén pasando a comprarse una de talle extra large, bandeándose para el otro lado.
¿Y si esta tendencia empieza a reflejarse no sólo en palabras sino en el modo en que se arma la agenda del reformismo permanente, en una tendencia a sobrecargarla de promesas porque “mi voluntad va a hacer la diferencia”? ¿Y si al ponerse una vara tan alta vuelve a alimentarse el entusiasmo y la ansiedad, hasta que se vuelvan en contra de sus promotores? Ciclos como ese ya los vivimos suficientes veces. Aprovechar el envión para tomar la iniciativa y moldear la agenda pública de los próximos años es muy razonable. Sobreactuar tal vez no lo sea tanto. Y menos todavía lo es ceder a la espontaneidad del “optimismo de la voluntad”.