Macri planea su segundo rescate
En su interior, Mauricio Macri sabe que no va a volver a ser candidato a presidente. Sabe que no quiere, aunque juegue a que quiere. No es una sensación solitaria. Y aunque no lo digan abiertamente, no son pocos los dirigentes de Cambiemos –la vieja marca con la que Macri llegó al poder en 2015– que quedaron tan desgastados de lidiar con un Estado tomado por otros dueños, con los instrumentos de navegación rotos, un empresariado formateado, en gran medida, en la mentalidad populista, la mafia sindical y los Grabois de la vida, que prefirieron correrse y no volver a poner los pies en el barro.
Nadie cuenta demasiado esta experiencia, la de un gobierno no peronista en el poder. Algunos no solo se corrieron definitivamente de la política o volvieron al sector privado, sino que se enfermaron. No es el caso de Macri. Él aspira a seguir siendo el inspirador del cambio, el líder, el formateador de una nueva alianza en el poder. Pero no el ejecutor.
Si se dejan a un lado las proyecciones personales o las conjeturas de los análisis clásicos de la política, ese deseo –o, mejor dicho, ese no deseo– es bastante evidente para cualquiera que lo visite en su nueva oficina de la calle Alberdi, en Olivos. “Yo lo tengo que sentir”, les confiesa abiertamente a sus visitantes. Y el problema es que no lo siente.
Ambivalente. Esa mezcla de sentimientos tenía cuando perdió, en 2019, con el 41% de los votos. Lo sabía: había una parte de él que se sentía liberado al tener que dejar aquella silla eléctrica. Sentimientos encontrados que se le vienen a la mente, cuando piensa en repetir el experimento, como quien fantasea con la vuelta a una pareja tóxica. Entonces, cuando se tienta, reingresan a su memoria las 14 toneladas de piedras y las frases extorsivas, como las que escuchaba en 2018, su ministro de la Producción, Francisco Cabrera, de las delegaciones sindicales: “Ustedes no llegan ni a noviembre”.
¿Y su núcleo duro? ¿Ese voto macrista que está esperando que sea él? Su tarea, cree, es hacerles comprender que él puede inspirar un cambio, sin necesidad de volver a ser presidente.
“Vos tenés que ser el candidato, Larreta no va a cambiar nada”, esa es la frase que escucha Macri cuando lo visitan algunos periodistas o analistas políticos famosos. Una frase que, por muchas razones, lo divierte. La palabra “cambio” se volvió un término en disputa, que hasta Máximo Kirchner busca capturar. El hijo de Cristina se queja porque la coalición opositora le “robó” una palabra que, según él, le corresponde al kirchnerismo. “El cambio somos nosotros”, dice, sin sonrojarse. Escuchar la palabra “robo” en boca de Máximo no deja de resultar una rareza.
El entorno de Macri recibió con un poco de sorna la frase que Horacio Larreta dejó esta semana en LN+. “Puedo enfrentar a cualquiera en una interna. A Macri o a cualquier otro”. En las oficinas del expresidente, un hombre de su confianza lo resumía así: “Y, bueno, si Horacio quiere perder, que entre en la cancha”.
Las tensiones en Pro por la carrera hacia 2023 y la diferenciación de una porción de la UCR, hoy recargada, con relación al macrismo puro son lentas pero evidentes. El contexto político propicia y multiplica las ambiciones de la oposición. Las encuestas serias relevan que cualquier presidenciable de JxC, si las elecciones fueran hoy, le ganaría a cualquier figura del oficialismo: por eso todos creen que pueden ser.
El punto, para Macri, remite al título de su nuevo libro: ¿ser para qué? La palabra “cambio” no representa lo mismo para todos.
Macri cree que no solo el peronismo ha sido secuestrado por Cristina, sino que su propia alianza también fue secuestrada, en parte, por el populismo. Secuestro y rescate son palabras con resonancias pesadas en su historia personal.
El politólogo Andrés Malamud, ligado al mundo de la UCR y a la candidatura de Facundo Manes, lo interpreta así: “Macri piensa que el 70% del radicalismo es populista, que contagió al 30% de Pro, que es Rodríguez Larreta. Fijate que está poniendo a Rodríguez Larreta no solo como populista, sino como minoritario. Asume que el 70% de Pro es macrista. Macri busca marcar la agenda de esa alianza, y que la próxima coalición no sea populista sino ajustadora. Es decir, que haga lo que hay que hacer: lo mismo que antes, pero más rápido”. Tetaz, Quetglas, Carolina Losada, Loredo, el puntano Alejandro Cacace son sus hijos políticos radicales preferidos. Alfredo Cornejo es el líder del radicalismo amarillo. Macri lo admira porque supo ajustar a tiempo.
“Horacio, si no expresás el cambio no vas a llegar”, le aconsejó, hace unos meses, el fundador de Pro a Larreta, que quiere poner al 70% de la política adentro de su proyecto político. Un porcentaje que necesariamente incluye a los gobernadores peronistas no kirchneristas: Schiaretti, Perotti, Uñac. Macri escucha el nombre de Schiaretti y se le eriza la piel. Aún está fresca en su memoria su fallida experiencia con los popes del peronismo republicano. Es que los mismos personajes con los que piensa acordar Larreta, con el cordobés a la cabeza, también buscaban acordar con él, después de su triunfo en 2017. Entonces, los representantes territoriales de la Argentina productiva querían ir, aparentemente, hacia un país sensato, junto con el sello Cambiemos. Pero fue justo ahí cuando Cristina tocó el silbato. Y apenas lo hizo, se fueron con ella y los dejaron solos, a él y a Miguel Pichetto, que los articulaba. Despechos de la política que lo dejaron marcado.
En la intimidad, se pregunta, igual que María Eugenia Vidal: ¿qué incentivos pueden tener los gobernadores peronistas para acordar con un futuro próximo gobierno de Juntos por el Cambio? Más bien, les conviene denunciar el ajuste. Macri sigue incluyendo a Vidal como presidenciable. Tal vez porque su nombre le sirve para quitarle votos a Larreta en una interna.
Para Macri, el Pacto de la Moncloa o el acuerdo político de Israel, en los 80, que convirtió a ese país en una potencia, son ejemplos de un “mundo ideal” impracticable en la Argentina. Está convencido de que, lo que se amplió con respecto a 2015 es la conciencia de los argentinos: hoy la mayoría está por una transformación de shock al principio, aunque tenga un alto costo social. En 2015 la ecuación era al revés. “Me tocó lo peor”, dice. Y hace cuentas: el año pasado Larreta estaba arriba en cualquier sondeo, hoy el panorama se invirtió: la que está arriba es Patricia porque sintetiza mejor el cambio de la Argentina.
En su melodía política, Larreta debería salir, cada vez más, de su zona de confort, la conciliación, e ir hacia la confrontación con la Argentina de los Moyano, por poner una imagen que todo el mundo entiende.
Pero ¿y la derrota de Bolsonaro? ¿No le estaría dando la razón a Larreta? No. Fue casi un empate, especula. En el mundo se consolidan los liderazgos fuertes. ¿Larreta será blando?
Secuestrado. Así arranca el flamante libro de Macri, Para qué, con la historia del trauma de su secuestro en los 90 y el corolario de una inesperada liberación, que no fue solo física sino, sobre todo, emocional. “Mientras estaba encerrado en una caja de 2x2 me preguntaba para qué y qué quería hacer realmente con mi vida”. Paradójicamente su secuestro lo liberó del mandato de un padre dominante, que le había diseñado el destino: ser su sucesor. Lo malo, a veces, puede ponerse al servicio de lo mejor.
Encerrado, planeó su primer rescate. Liberado, hoy planifica el segundo. El segundo rescate apunta a liberar a Juntos por el Cambio de las garras del populismo.