Macri necesita una coalición fuerte
Los agoreros de la ingobernabilidad ya pusieron en marcha los fantasmas de la desestabilización; si el candidato de Cambiemos llega a la presidencia, deberá profundizar su sistema de alianzas para enfrentar la tarea de los próximos años
En estos días, posteriores a la primera vuelta electoral, desde algunos sectores internos, y también externos, se agita el fantasma de la ingobernabilidad en una Argentina presidida por Mauricio Macri.
El eslogan es: "Sin el peronismo y sin los sindicatos, nadie puede gobernar la Argentina". También es el argumento y su demostración. Nadie lo explica ni lo demuestra ni lo desarrolla; quienes lo sostienen creen que su verdad es obvia y que ante tamaña evidencia no hay más nada que hacer. La "razón de la gobernabilidad" se nos impone a todos.
Quienes ahora se obsesionan por la gobernabilidad son los mismos grupos y dirigentes que hasta hace muy poco acusaban a todos los que objetaban la acción de los gobiernos kirchneristas de "destituyentes". De este modo, quienes disienten con los K son promotores de la inestabilidad y quienes votan en contra son agentes de la ingobernabilidad.
Amenaza y miedo para quien disiente; amenaza y miedo para quien se opone con el voto. Supongo que quienes piensan así representan una parte del peronismo, no todo. Sería difícil manejar el país en democracia si el movimiento que expresa a 40% de los argentinos no aceptara la discrepancia como una condición de la coexistencia política. En todo caso, si luego de 70 años de existencia la mayoría de los líderes del peronismo no incorporan este valor central de la democracia, el próximo gobierno debería construir un sólido poder político y una fuerte legitimidad social para resistir y cambiar algunas cuestiones centrales de nuestro país. El primer cambio, que tardará naturalmente en concretarse, será lograr que ningún sector apueste a la ingobernabilidad para alcanzar el poder.
El jefe de Quebracho, un movimiento neblinoso –que en ocasiones parece de extrema izquierda y en otras de extrema derecha– declaró ante un posible triunfo de Macri: "Si pudiera resultar exitoso, aunque lo dudo mucho, se avizora un problema grave de tensión. Nuestro pueblo va a salir a resistir; entre ellos, nosotros". El jefe de Gabinete del gobernador Scioli, ni más ni menos, dijo: "Puede ganar (las elecciones) cualquiera que elija la gente, pero es muy difícil gobernar con un partido de vecinalistas". Y así podría continuar una larga lista de citas cuya síntesis es breve y común a todas ellas: "Nosotros o el caos". Una fórmula que, como reconocerá el lector, es tan vieja como la política y la ambición de poder.
De manera imprevista y sorprendente, algunos hombres que parecían moldeados por la sabiduría y la prudencia se suman al coro de los maestros del destino fatídico. "Le va a ser muy difícil a Macri gobernar sin el peronismo", acaba de opinar el ex presidente Mujica. Olvidados los desplantes y el maltrato de Cristina Kirchner hacia él, ¿también abraza la causa oficialista?
Todas estas son amenazas destinadas a difundir el miedo en la sociedad y en el votante. Amenazan a los argentinos con la inestabilidad y, a la vez, admiten y proclaman que la van a provocar. Profetas y autores del drama.
Precisamente de estos dueños del poder nos gustaría desprendernos. Que hagan su vida y gasten las horas en sus congresos de Casandras, pero que no molesten, que no entren en nuestras vidas y mucho menos que intenten gobernarnos.
En rigor, lo temible no son tanto sus anuncios como el legado que dejan para los argentinos y sus próximos gobiernos. Entre otras cosas, por su ejercicio arbitrario del poder nos transmiten una herencia estremecedora. Tras años de crecimiento a "tasas chinas", es pobre 1 de cada 4 argentinos; según la OIT es informal 1 de cada 2 trabajadores, y casi la mitad de los hogares no tiene cloacas. Este año el desequilibrio fiscal será del 7%. Las reservas reales del Banco Central son muy inferiores a las cifras que da el Gobierno y se estiman en 10.000 millones de dólares. La inflación en 2015, del 28%, es seis veces el promedio mundial. El país desapareció del mundo y los únicos vínculos responden a las urgencias financieras creadas por el fracaso de la propia política económica.
Aún más grave y profunda que la herencia económica es la destrucción de nuestras bases republicanas. Aunque haya argentinos que no miden la real dimensión de este desastre, el gobierno kirchnerista golpeó la esencia de nuestro modo de organización social: el Estado democrático de derecho. Nada hay más importante en una democracia que asegurar que las relaciones entre los individuos entre sí y entre el Estado y las personas estén reguladas por normas que son dadas por instituciones cuyos miembros han sido elegidos por el voto libre de los ciudadanos. Una democracia que no cumple esa condición es sólo una ficción electoral.
En la Argentina gobernada por el kirchnerismo, la ley se sujeta a las necesidades del poder en lugar de que el poder se sujete a la ley. Removieron a jueces y fiscales en las causas de corrupción y se entorpeció deliberadamente la investigación en causas de extrema gravedad, como la muerte del fiscal Nisman, con una impunidad sólo imaginable en los regímenes autoritarios. Además, de forma menos visible, pero igualmente grave, se sumió a gran parte de los argentinos en el desamparo jurídico. Creo que no hemos tomado conciencia de la inmensa importancia de este destrozo.
Para el próximo gobierno no será suficiente mostrar esta realidad; no alcanzará que la culpa sea del otro. Más allá de nuestra indignación, ésta es la realidad con la que hay que trabajar. Para triunfar en esas condiciones, no alcanzará tener razón sino, más bien, poder político para vencer a "los padrinos del Estado" e impedirles que nos lleven otra vez al pasado.
Para Mauricio Macri el poder vendrá de la legitimidad con que llegaría al gobierno y el apoyo plural que logre de los sectores políticos. Llega sin alianzas al poder, pero precisa una coalición de gobierno para enfrentar la tarea de estos años.
En materia humana pocas cosas hay nuevas bajo el sol. Así, la soberbia sigue siendo nuestro principal enemigo. "¿Para qué buscar acuerdos si puedo hacerlo solo?" es una tentación común. Gobernar con otros no es una concesión ni una práctica ineficaz de gobierno sino, más bien, en las actuales y complejas circunstancias, es el único método para cambiar la Argentina. Aprendí en mis años de política que, contra lo que comúnmente se supone, las alianzas deben construirse cuando se comienza, cuando está aún intacta la legitimidad dada por la elección. Cuando se hacen desde la debilidad, ya es tarde: son un comunicado público de debilidad y sólo sirven para acelerar las derrotas. Vi con detalles cómo funcionó este error en septiembre de 1987, también vi y viví sus consecuencias.
Para lograr poder y legitimidad para el cambio es necesario no sólo una alianza electoral sino una coalición de gobierno.
Dirigente radical, ex canciller
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