Macbeth vive en la Argentina
La tragedia de Shakespeare, cuya versión filmada se exhibe hoy en Buenos Aires, ilumina ciertos aspectos del ejercicio del poder que han tenido plena vigencia en el país en los últimos años y hasta ayuda a leer gestos del actual presidente
El decreto por el que Macri nombró jueces de la Corte Suprema fue una norma discutible, pero más que eso fue un acto político. Un mensaje dirigido a la ex presidenta y destinado a exhibirse ante la sociedad. Lo explica, como escribió un columnista, la necesidad de "hacer músculo" en la intemperie del poder. El Macri que en diciembre de 2015 desencadena un tsunami de medidas (esos nombramientos y muchas otras iniciativas) está conjurando el espectro de Fernando de la Rúa, un presidente que ganó las elecciones en 1999 y tuvo que irse en helicóptero en 2001.
El macrismo ganó las elecciones de 2015 por el canto de una uña, sólo 600.000 votos. Las palancas del poder aún están calientes por el puño de quien las manejó durante una docena de años. ¿Ya olvidamos lo sucedido el día del traspaso? Macri se entregó el mando a sí mismo. La cesión del bastón y la banda es una ceremonia simbólica; si se quiere, un ritual. Su finalidad es consagrar una transferencia, una continuidad. Dejar abandonados el bastón y la banda y negarse a participar en la ceremonia es negar ese sustento. Es mimar (de mímesis, no de mimo) una destitución. Para la ex presidenta, entregar los símbolos a su sucesor habría supuesto aceptar la transferencia. Ella no la aceptó. De la Casa Rosada se fue a la madrugada. Se fue clandestinamente. Ella se siente expulsada. No es cuestión de temperamento ni de psicología. No es cuestión de perversidad o neurosis. Es una actitud política. Un razonamiento.
Para el mundo kirchnerista, la Nación no es una banda ni un bastón. Es un proceso en marcha que no puede ser detenido por unos pocos votos (o, para el caso, por muchos, si la victoria de Cambiemos hubiera sido más concluyente). La actitud del mundo K en relación con el nuevo gobierno es bélica. Le niega y le negará los votos en el parlamento, que por ahora domina, y la tranquilidad en las calles, convertidas en campo de batalla. Para el kirchnerismo, las medidas económicas que toma Macri son crímenes, como en forma explícita y cínicamente las calificó el ex ministro de Economía.
Así pues, la situación que vive el actual gobierno es la de un capitán de barco que aferra el timón tras un naufragio. Mientras estos acontecimientos se suceden, en algunas pantallas de Buenos Aires se proyecta una versión filmada de Macbeth, la tragedia de William Shakespeare, que data de 1626. Algunas palabras de esa obra podrían aplicarse a los sucesos del día: "La falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en su propia fosa" (acto quinto, escena V). ¿Cuál podría ser la fosa de Macri? La del gobierno de la Alianza, que se derrumbó en dos años.
El Macri de estos días tiene a su vez un modelo: el Néstor Kirchner de 2003. Aquel Kirchner estaba flojo de votos. Lo estaba mucho más que Macri. El presidente actual ha ganado la elección, aunque fuese por escaso margen. Kirchner, en cambio, había perdido la primera vuelta con Carlos Menem y si al final ganó las elecciones fue porque el riojano no se presentó al ballottage. En 2003, la mayoría en el parlamento era menemista. En aquellos años circulaba mucho una expresión: "Construir poder". Fue lo que Néstor Kirchner se lanzó a hacer. Concitó el apoyo de radicales, que se llamaron radicales K, y llamó a la unión de los argentinos a través de un invento: la "transversalidad".
Una de las brujas le da a Macbeth este consejo: "Sé cruel, implacable y sin entrañas y ningún humano podrá vencerte" (acto cuarto, escena I). Aquel Kirchner siguió el consejo de Macbeth: fue cruel e implacable, fue un huracán que arrasaba. Comenzó haciéndolo con su mentor, el hombre que le había regalado la candidatura y a quien le debía la presidencia: Eduardo Duhalde, al que dejó en la cuneta.
Si la política fuera un reino ideal, los argumentos de Daniel Sabsay y otros constitucionalistas que objetaron el nombramiento por decreto y en comisión de miembros de la Corte Suprema tendrían una virtualidad irrefutable. Cuidar el linaje republicano de un país cuya institucionalidad ha sido tan vapuleada debería ser obvio. Pero la situación no permite esas alegrías. Porque el pasado nos acosa. La lumbre del ayer que Macbeth conjura para no ser devorado por los juegos del poder es, en la Argentina, un sol que quema. ¿Acaso el rey Duncan puede preguntarle a Macbeth si el puñal de éste es de acero de Toledo o de Damasco? ¡Se lo está clavando en el pecho!
El decreto que nombra jueces de la Corte fue vituperado por muchos, del palo propio y del ajeno, y en el mundo K se lo calificó de "mamarracho" y otras lindezas. No entendieron que el propósito de ese instrumento, más que jurídico, fue pedagógico. Quiso mostrar que el nuevo presidente es capaz de sacar de la galera ésta y otras muchas invenciones, tal como lo hicieron cada semana y quizá cada día de sus mandatos Néstor y Cristina Kirchner.
La astucia, la picardía, un dinamismo cercano al vértigo y, sobre todo, la ocupación incesante de la agenda diaria son indispensables en el ejercicio del poder en un país como la Argentina. Para Macri ya no basta, como en la ciudad de Buenos Aires, el mero despliegue de obradores amarillos. No bastan las bicisendas ni los metrobuses. Hay que tender y tensar una compleja urdimbre política en una sociedad que los líderes de Pro definen una y otra vez como "tranquila", pero que sufre los diarios electroshocks de un kirchnerismo que se pintó la cara.
Estamos, proclaman los kirchneristas, en la resistencia contra un gobierno que, alegan, ha venido a arrasar las instituciones y destruir el salario.
Por lo tanto, dice el Frente para la Victoria, la única actitud que cabe es la resistencia. Resistencia no es oposición, ni siquiera confrontación. Resistencia es voluntad de pelear cada minuto, en todos los terrenos. Las palabras no son vírgenes, vienen siempre cargadas con sentidos históricos. Resistencia no es una palabra inocente en la Argentina. Resistencia se llamó a la lucha (no violenta) de los peronistas de 1955, desplazados del poder por un golpe militar sangriento que se prolongó en proscripciones, cárceles y fusilamientos. Con desparpajo, el mundo K comete apropiación indebida y usurpa banderas que flamearon contra una dictadura para usarlas contra un gobierno, bueno o malo, pero de la democracia.
Ante esto, poco importa si el DNU cuestionado se demora, se retira o se hunde en el olvido. El mensaje se transmitió. Vendrán otros.