Luigi Zoja. "Hoy el mundo es menos patriarcal, pero más machista"
La escena ocurre en La Ilíada. Héctor, a punto de ir a la batalla y presagiando el destino funesto de Troya, acude a despedirse de su mujer y su hijo. Asustado por el brillo del casco que cubre a su padre, el niño rompe a llorar. Entonces Héctor se saca el yelmo empenachado, lo deja a un lado, abraza al chico, lo alza. Y, ya no como guerrero sino como hombre enternecido, ruega a los dioses que le den a su hijo más fuerza y más valentía de las que posee él mismo.
A partir de este episodio, el psicólogo y escritor italiano Luigi Zoja concibió El gesto de Héctor (Taurus), libro que aborda la figura del padre a través de la historia y que contiene, ante todo, una pregunta: ¿qué hizo y qué está haciendo la cultura contemporánea con la función paterna? ¿Qué ocurrió con ese gesto -el padre que aúna fuerza y cuidado- que, aunque Zoja advierte que se trata de un impulso que va más allá del género, inevitablemente se asocia a cierto ejercicio de la masculinidad?
Publicado originalmente en los años 90, el libro, en una versión ampliada, fue reeditado en Italia en 2016. Según su autor, "ahora se vende al menos tres veces más que en los primeros años", además de haber llegado a públicos tan supuestamente disímiles como los del mercado editorial de habla hispana, china o coreana. "Algo tocó", comenta Zoja con una sonrisa. Y, en un español impregnado de giros italianos, asegura que ese enigma, el del lugar de lo paterno, es algo que lo desvela desde siempre. Tanto en lo profesional como en lo personal.
Precisamente, hace rato que este psicólogo junguiano viene pensando lo social desde la mirada de la psicología: en La muerte del prójimo, Paranoia. La locura que hace la historia y el más reciente Los centauros (todos de FCE) ha indagado en el lazo colectivo, la amenaza totalitaria, la violencia sexual.
Aunque sus primeros estudios fueron de Economía, a fines de los años 60 Zoja dejó su Italia natal para estudiar en el Instituto C. G. Jung de Zúrich, ciudad donde trabajó varios años. También realizó prácticas clínicas en Nueva York, donde asistió a sobrevivientes de los atentados a las Torres Gemelas.
Actualmente, reside en Milán y es un asiduo visitante de la Argentina. "En Estados Unidos viví dos años -cuenta-, pero es muy difícil integrarse. En la Argentina, en cambio, para un italiano bastan dos días para que no sienta muchas diferencias".
Con el mismo tono entre cálido y risueño con que comenta la efervescencia continua de las calles porteñas ("en Buenos Aires se quedaron en los años 70?", dice en referencia a la convulsión política que vivió Italia en esa década), prefiere eludir las zonas más abiertamente polémicas en materia de género: "No peleo con mujeres feministas -dirá, casi con un dejo de timidez-. Cada uno tiene sus límites".
La escena entre Héctor y su hijo es realmente hermosa. ¿Qué papel tuvo este mito en su propia vida?
Me gustaba mucho en la escuela media. Tengo un buen recuerdo del profesor de literatura y en particular de los dos años que tuve lecturas homéricas. La Ilíada y La Odisea. Recuerdo la conmoción que experimentaba al leerlas. Como a todos los varones, me atraían los combatientes, los héroes. Pero al mismo tiempo tenía la intuición de que Héctor era un personaje más completo y anómalo para aquellos tiempos de guerreros. Solo medio siglo después de la escuela media [risas], como analista junguiano, me puse a investigar esa figura. Un mito, esto lo dice también Freud, es como la definición, el sueño universal, de toda la humanidad. En mi reconstrucción la cuestión central es el duelo entre Héctor y Aquiles. Son dos polaridades de la identidad masculina, que es una construcción. Porque el patriarcado, nos guste o no, ha sido civilizador sobre el macho, el combatiente. Ha sido civilizador en el sentido de la construcción de la figura del padre. Hay una relación muy primitiva del sexo masculino con la familia, los hijos, porque hay una relación biológica, pero después no siempre hay una conciencia de la paternidad. El enfrentamiento entre Héctor y Aquiles, esa confrontación entre el padre y el macho, es una prefiguración. Como dice Margaret Mead, como he tratado de decir yo, es muy difícil reconstruir la función paterna una vez que se pierde; requiere una cultura, una educación. Es muy dramático el duelo en el cual Aquiles mata a Héctor. La falta de sentimiento de Aquiles cuando Héctor, herido de muerte, le pide que considere el sufrimiento de Príamo, su padre, si no le permiten honrar la muerte del hijo con rituales funerarios. Pero Aquiles le dice que no, que su última satisfacción será dejarlo morir ahí, a la intemperie, tras las murallas de la ciudad.
Es Príamo el que, después, logra convencerlo. ¿Allí también habría un padre?
Es la línea. En el encuentro entre Príamo y Aquiles sale finalmente el costado humano de Aquiles.
Pero finalmente Troya cae. ¿De eso también nos habla el mito? ¿Del triunfo de un modelo de masculinidad por sobre otro?
Es que el principio paterno es muy frágil y muy difícil de reconstruir. A ver, voy a algunos de los principios elaborados por Sigmund Freud aunque, a mi criterio, él haya sido demasiado pesimista en sus análisis culturales. Creo que Freud estuvo particularmente afectado por la difícil relación con el padre; la decepción que tuvo cuando vio que su padre no era bastante padre. En el sentido complejo de que un padre tiene que ser amistoso, con sentimientos, pero al mismo tiempo, en el momento necesario, tiene que ser un combatiente. El padre de Freud se dejó humillar por alguien que lo insultó por judío. Alguien lo insulta, él no contesta, y el hijo presencia todo. Tiempo después, en sus trabajos, Freud plasma esta regla: están el padre y el hijo varón, está la transmisión de la identidad masculina, y hay una rivalidad necesaria. Un poco demasiado machista. Eso me parece. No creo que sea necesaria la confrontación; la rivalidad entre padre e hijo no es la única posibilidad. Existe la posibilidad de la colaboración. Frente al mito de Edipo está el mito de Troya, que es más antiguo y universal; era un mito oral que incumbía a todos, no solo a la clase intelectual de Atenas. Héctor levanta a su hijo: sale de la horizontalidad de la competencia, lo levanta simbólicamente, más alto que él. La competencia no solo no está, sino que hay un padre que desea una elevación y un progreso para el hijo.
¿Cómo promover este tipo de gestos en una sociedad cada vez más regida, justamente, por la competencia de todos contra todos?
Habría que preguntarles a los políticos, para que dejen de pensar solamente en el corto plazo.
Otro mito que menciona en su libro es el de Cronos, el titán que devora a sus propios hijos.
Hay una palabra que en inglés americano se emplea mucho para referirse a los políticos que se instalan en el poder y no aceptan renovación: cronies. La cosa terrible es que las últimas elecciones en Italia volvieron a mostrar a una clase política con falta de mirada en el futuro. Y eso, la mirada a futuro, también tiene que ven con el principio paterno.
Pienso en Trump, en las cifras de la violencia de género en distintas partes del mundo. ¿Sería muy brutal decir que a nuestra época le faltan padres pero le sobran machos?
Es exactamente lo que digo en Los centauros, mi libro sobre la violencia masculina. Digamos que tanto el feminismo como mi generación, la de los años 60 y 70, que trabajó a favor del surgimiento de otra masculinidad, hoy se enfrentan a un mundo que todavía es machocéntrico. Menos patriarcal, pero más machista. Creo que en todo Occidente, efectivamente, se tiró abajo al patriarcado. Pero al hacerlo se tiró el agua sucia con el niño dentro. Los principios de límites constructivos del padre, la mirada larga a un futuro, la percepción personal del tiempo? Eso es el padre. Y aclaro que hablo de un principio psicológico, no necesariamente una figura masculina. Un matrimonio de dos mujeres puede tener un principio paterno; de hecho, las mujeres solteras muchas veces son un padre único, que incluye las dos polaridades. Asimismo, una familia tradicional puede tener la experiencia de la ausencia paterna.
¿La fragilidad del principio paterno podría tener que ver con la actual epidemia de narcisismo?
De alguna manera, está vinculado. Y hay otra patología, que es la del retiro. Se corresponde con lo que he analizado en La muerte del prójimo, el fenómeno de los hikikomori, los jóvenes que se encierran en sus casas y renuncian al trabajo, el estudio y a todo contacto social. Es algo que empezó en Oriente, pero luego pasó al norte de Europa. En Italia también hay casos, aunque en menor proporción, porque las familias son más fuertes. No solo eso, también están los placeres. La peor epidemia de aislamiento y obesidad está en los chicos del Reino Unido. En Italia y Grecia la situación es mejor porque los chicos comen en familia. Pasta hecha en casa, y no basura para comer sentados frente a una pantalla.
Así que cierta fórmula de salud mental pasaría por los lazos afectivos, por los placeres... Y por ser algo desobediente. Al menos eso se deduce de su experiencia con sobrevivientes del atentado a las Torres Gemelas.
Lo que encontré es que la mayoría de los norteamericanos creyeron las informaciones oficiales y siguieron las indicaciones que se les habían dado. Se dirigieron, en orden, a los puntos de encuentro en sus pisos, tal como se les decía que hicieran. Y no sobrevivieron. Muchos latinos, que escucharon las órdenes pero no confiaron, bajaron desordenadamente las escaleras, buscando la calle. Y sobrevivieron. Una medida suficientemente buena de paranoia, es decir, de desconfianza, es una protección. No podemos confiar en todo.
Menos, en un mundo feroz. ¿Para sobrevivir hay que ser un poco paranoico, un poco cínico?
Un poco humano.
Estamos en pleno aniversario de Mayo del 68. En La muerte del prójimo usted es muy crítico con los que denomina los "movimientos contestatarios" que lideraron aquellas jornadas.
Yo había estudiado Economía, mi familia tenía una pequeña empresa. O sea, vivía en el seno de una familia burguesa, tenía amigos izquierdistas, era también un poco paranoico. En la sociedad burguesa se decía "los comunistas van a destruir la propiedad privada, la iglesia?". Exageraciones. Pero del otro lado había una visión también extrema. Convengamos que la democracia en sí misma no es tan mala. Me acuerdo de una manifestación en la que participé; era 1968, yo estaba a punto de irme a estudiar a Zúrich. Una de las consignas que se gritaban era: "¡Patrones, burgueses, les quedan pocos meses!". Es decir, los vamos a eliminar. Yo me dije, "¿tengo que repetir esto?". Pier Paolo Pasolini, que no era un intelectual de derecha, fue muy crítico en el 68; les decía a los jóvenes: "Ustedes son todos burgueses, de clases acomodadas, con buena educación". Los proletarios eran los policías, hijos de campesinos, del sur, gente pobre. Los estudiantes les arrojaban piedras, y los policías se volvían de extrema derecha. Se hablaba de toma de conciencia y se gritaba de manera histérica, no consciente. "Les quedan pocos meses?". Pocos meses para los burgueses como mis padres. O yo mismo. Algo irracional, loco. Peligroso. El llamado movimiento contestatario tenía dos almas. Una era la de la renovación social, la de profundizar la democracia, ayudar a reducir las diferencias sociales. Algo que hasta los años 60 se estaba logrando. La paradoja terrible es que después la desigualdad comenzó a aumentar, pero la movilización de los jóvenes desapareció. La segunda alma era la liberación del deseo: liberación sexual, legalización o despenalización de las drogas. La vencedora resultó ser la segunda alma. Porque la primera requiere un compromiso sostenido. Mientras tanto, la liberación del deseo abrió más de una puerta al capitalismo salvaje. Y, en Italia, al berlusconismo.
Frente a lo que está ocurriendo globalmente con el movimiento de mujeres, algunos espacios del psicoanálisis se están replanteando ciertos tópicos sobre el género. ¿Usted pensó algo en este sentido, desde la perspectiva junguiana?
En los primeros debates de los años 2000 hubo algunas discusiones, pocas. Pero me quedó la herida. Discusiones con mujeres feministas muy agresivas. Nunca tuve la capacidad de reaccionar. No peleo con mujeres feministas [sonríe]. Cada uno tiene sus límites.