Los visitantes del 29
Por Ramiro de Casasbellas Para La Nación
Hace siete décadas concluía la posguerra del 14 y se iniciaba la preguerra del 39. Así, para el mundo y la Argentina, 1929 resultó un año bisagra.
La devastadora crisis económica internacional encendida por el derrumbe de la Bolsa de Nueva York facilitó, entre otras aciagas derivaciones, el ascenso de Hitler al poder en Alemania y, con él, la organización de la tragedia bélica. Aquí, 1929 fue el último año completo de institucionalidad, tronchada el 6 de septiembre de 1930 en la apertura de una larga era en que la excepción ha de ser la ley y la ley ha de ser la excepción, salvo algunos momentos de democracia.
De esa Argentina de 1929, que, como el mundo, no volverá a ser la misma, se despidieron tres destacados visitantes: el filósofo alemán Hermann Alexander Keyserling, el arquitecto suizo-francés Le Corbusier (Charles-Édouard Jeanneret) y el escritor norteamericano Waldo Frank. El más célebre era el conde Keyserling, entonces de cuarenta y nueve años, sobre todo por el hechizo insoslayable de sus conferencias, antes que por la originalidad de sus obras filosóficas, que publicaba desde 1906. Pero tanto Le Corbusier como Frank habían cobrado ya fama segura.
Una pasión social
A comienzos de la década del 20, los dos originaron polémicas ardorosas: Frank, con su novela City Block (1922), que asumía un nuevo arte de narrar la dura peripecia de la vida humana, y Le Corbusier, con su ensayo Hacia una arquitectura (1923), en el cual preconizaba el nuevo arte de construir para aliviar a los hombres del rigor de aquella adversidad. Distintos en intereses, una misma pasión social y una misma urgencia antiacadémica los igualaban.
La urgencia antiacadémica desoló a Corbu en 1927: laureado en el certamen internacional para el edificio de la Sociedad de las Naciones, en Ginebra, los reaccionarios lograron desplazarlo porque su diseño era "un insulto al sentido común y al buen gusto". Pero esa derrota fue su victoria: le valió un sitio prominente entre los maestros de la vanguardia. Meses después, en 1928, Corbu ayudaba a fundar los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM), tal vez una de las utopías mayores de nuestro tiempo.
En cuanto a la pasión social, Frank tomó por ella el camino de la fraternidad en potencia y de la espiritualidad en acción, que lo llevó a elaborar dos estupendas introspecciones culturales, España virgen (1926) y Redescubrimiento de América (1929), libro éste en el que empezó a sembrar sus ideas acerca del definitivo establecimiento del Nuevo Mundo a partir de la integración de sus pueblos, objetivo ya esbozado en la dedicatoria de España virgen .
El primero de los visitantes fue, en junio, el conde Keyserling, cuyas exitosas charlas, según lo habitual, atrajeron más por su brío comunicativo y arrollador que por sus tesis, a menudo herméticas o extravagantes. Sensual y glotón, bebedor y jaranero (como lo describe de maravillas María Rosa Oliver en La vida cotidiana , 1969, páginas 255-256), tal vez por eso este gigante lituano de formación alemana halló en los argentinos una tristeza sustantiva y abrumadora.
Keyserling había hecho de sus conferencias una manera del espectáculo. Waldo Frank, de cuarenta años, que llegó en el amanecer de la primavera porteña, creía que las disertaciones son "un arte intelectual bastardo, afín al vaudeville ", pero su espontaneidad, su franqueza, el vigor de sus ideas, lo ponían a salvo de la oratoria rebuscada y aparatosa, aunque él exagerará en sus Memorias hasta decir que, en Buenos Aires, "yo estaba representando un monodrama" (página 276).
Relator de apocalipsis
Ni el menor asomo teatral hubo en las conferencias de Corbu, que desembarcó el martes 1º de octubre, cinco días antes de cumplir cuarenta y dos años. Tan fervoroso y tan lúcido como el escritor norteamericano, al que conoce y trata en Buenos Aires, sus charlas, que acompaña con dibujos velozmente trazados sobre papel, se parecen, sin embargo, a los sermones de un profeta alborozado, a los mensajes de un gozoso relator de apocalipsis.
Pero mientras el orientalista Keyserling, cuya "filosofía del sentido" opone el arte a la ciencia idolizada y el mecanicismo, ha disertado, en cierto modo, fuera del tiempo, el escritor y el arquitecto, devotos de los avances técnicos (ambos surcaron la Argentina en avión) y también, como el filósofo, del poderío intelectual y estético del hombre, han hablado dentro de su tiempo y para él: Frank, desde la perspectiva de una América que quería ser algo más que "la tumba de Europa" -según la denomina-, y Corbu, desde la alternativa de una Europa que buscaba resucitar en América.
Los tres visitaron, ese año, otras naciones de la región, y dieron su testimonio: Frank, en América hispana (1931); Keyserling, en Meditaciones sudamericanas (1932), y Le Corbusier, en Precisiones (1930), donde reunió sus diez conferencias de Buenos Aires. El filósofo y el arquitecto no volvieron a la Argentina; el escritor, en cambio, retorna en 1934 y en 1942, cuando ha tomado posición en la izquierda, junto al Partido Comunista norteamericano: por eso, el gobierno de Castillo lo declara "persona no grata" y una banda de nazis lo muele a palos, condigna enseñanza para el "judío subversivo".
Olvido y tango
Keyserling murió en Austria, en 1946: la América Latina y Europa se habían olvidado de él. Los Estados Unidos se olvidaron de Frank en la década del 50, mucho antes de su deceso (1967), pero no la América Latina. Le Corbusier será el único en sobrevivir a su muerte (1965), en la memoria histórica y crítica -aun la más despiadada- de la arquitectura universal.
¿Qué nos dejaron, además de sus conferencias y escritos? Frank, la revista Sur (1931-1981), según lo reconocía Victoria Ocampo en el Nº 1 (páginas 7-18). Corbu, el Plan Director de Buenos Aires, "la ciudad más inhumana que yo he conocido" (1929), trazado en París en 1938-39 y sólo difundido aquí en 1947, sin pena ni gloria; una fugaz asesoría nominal para la Municipalidad de Buenos Aires (1948-49), que sólo sirvió para ofenderlo, y la Casa Curutchet (1949-54), erigida en La Plata, una de las dos obras de Corbu edificadas en América (la otra: Centro Carpenter, de la Universidad de Harvard, en los Estados Unidos, década de 1960).
En cuanto al filósofo alemán, nos dejó un tango, Mentiras criollas , del violinista y compositor Oscar Antonio Arona, grabado por Carlos Gardel para Odeón, el 23 de octubre de 1929: "Vas tomuer si analizás,/ no te hagás el Keyserling,/ que es mejor hacerse el gil,/ ser creyente y no dudar".