Los tres grandes desafíos de Macri
Si el líder de Cambiemos se impusiera el domingo, podría dar comienzo a una renovación del sistema político argentino; para lograrlo, debería estabilizar la economía con una equitativa distribución del esfuerzo social
El 10 de diciembre comenzará un nuevo período presidencial. Podrá ser uno que empiece y termine sin dejar herencia ni marcar nuestro futuro; podrá, si se repiten historias vistas, ser incierto y concluir con un gobierno aislado de la sociedad o podrá, en cambio, marcar el inicio de una nueva etapa de nuestra vida política. Como muchos, espero que esta última alternativa sea realidad. A pesar de que pertenezco a un mundo diferente al de Mauricio Macri, si eso sucediera habrá valido la pena llegar hasta aquí para ver el comienzo de algo nuevo en la Argentina. Me refiero a Macri por obvias razones: sugerir la idea que Scioli funde una historia nueva está más allá de la imaginación más desbordante.
Por ahora, el kirchnerismo, coherente con su naturaleza y sus prácticas políticas, está concentrado en armar un sistema de trampas, abismos y amenazas para que Macri no logre cumplir su mandato. Pero, sin subestimar estas dificultades inmediatas, creo que hay mucho más en juego.
El éxito de Macri en el gobierno podría gestar la fundación de una formación política de centroderecha capaz de ganar elecciones. Un hecho que no existe en la Argentina desde 1916. Este nuevo actor transformaría profundamente la política, que no quedaría cercada por las luchas entre el peronismo y el radicalismo. Si así fuera, algunas brisas de modernidad soplarían en nuestras llanuras. Nunca hubo, en nuestra democracia, un partido de centroderecha que lograra competir con un mínimo éxito electoral. Por varias razones que no pueden discutirse en una nota de opinión, la política argentina estuvo dominada por fuerzas que en el resto del mundo sobrevivieron apenas hasta la mitad del siglo pasado.
Esta elección podría ser el primer paso de un proceso hacia nuevos partidos, indispensables para encarar la modernización de nuestro país; por ejemplo, uno de centroderecha con su contraparte necesaria de perfil socialdemócrata. Con las adaptaciones a nuestra historia y geografía, se trataría de ingresar a una estructura de fuerzas políticas semejantes a las existentes en democracias con resultados razonablemente buenos. Dar el primer paso en ese camino significaría construir el primer eslabón de una historia que hasta hoy no existió en nuestro país.
Macri podría iniciar una nueva etapa en la política argentina. Pero es sólo uno de los tantos futuros posibles. Si no lo lograra, en cambio, podría significar el regreso del peronismo, que, encarnado en la forma que fuere, se instalaría para consumir lo que quede de nuestro país.
El lector puede pensar que dramatizo. Quizás, pero es nuestra historia de letargos, retrocesos y violencia la que, en todo caso, inspira mi manera de pensar. El drama no está en el pensamiento, sino en la realidad.
La gestión inconclusa de Raúl Alfonsín y su gobierno -en medio de una devastadora hiperinflación, un Estado quebrado y con un gran malestar social- está en el origen del ciclo peronista que inició Carlos Menem y ahora concluye el kirchnerismo.
El gobierno de 1983 contó con una gran legitimidad política. El apoyo masivo de la población, mayor incluso que sus resultados electorales, le permitió en sus dos primeros años producir cambios impensables. Así se hicieron el juicio y la condena a los comandantes de las juntas. Pero el poder que provenía de la sociedad empezó a gastarse cuando, entre otras razones, la mal llamada "racionalidad económica" se impuso sobre la política. Así, Alfonsín debilitó sustancialmente su poder político y quedó a merced de sus adversarios. Macri no asume con el mismo tipo de apoyo que tuvo Alfonsín; debe construirlo.
A pesar de las amenazas del kirchnerismo y sus bombas de tiempo, el problema principal que debe resolver Macri no está allí. Una parte de sus votantes lo apoya por adhesión, pero también otra, de tamaño similar, lo hace por rechazo a los que se van. El total sirve para ganar una elección, pero es insuficiente para lograr el poder político que precisa para gobernar. El poder en una democracia viene del apoyo de una mayoría social. Cuando este principio no se cumple, el gobernante se queda sin poder o gobierna para una minoría social, contradiciendo la esencia de la democracia. Si Macri cometiera el error de ejecutar una política de shock de alto costo social, destrozaría toda posibilidad de reunir poder para dirigir el país.
Por eso creo que su gobierno debería ser eficaz en, por lo menos, tres planos. El primero será, naturalmente, la solución de las cuestiones inmediatas, incluidas las herencias, las trampas y la urgente estabilización de la economía.
El segundo será mantener su legitimidad social y construir el poder necesario (que hoy probablemente no tenga) para hacer frente a quienes buscarán desplazarlo, adversarios y enemigos (porque los habrá).
El tercero, que puede aparecer amplio y difuso, pero que me parece el más importante, será construir una idea y una práctica razonablemente precisas de lo que es necesario (además de salir del pantano) para atacar las causas del subdesarrollo argentino. O, si se prefiere una versión por la afirmativa, saber cuáles son los instrumentos de la modernización y qué significa esto en concreto para nuestro país. Para lo cual será indispensable poseer "una cierta idea de la Argentina".
En el marco de estas acciones, la cuestión de la distribución equitativa del esfuerzo social no debería ser vista sólo como un tema moral. Prefiero ver en la equidad una cuestión esencial para la construcción del poder democrático. Ese poder sólo lo entrega una mayoría social y el que lo construye es aquel que la representa. La equidad en los costos de enderezar nuestro país desde el 10 de diciembre está directamente vinculada con la ampliación del apoyo político. Un intento de estabilización de la economía que concentre sus costos en la mayoría social sería un suicidio político.
Cómo hacerlo no es para nada sencillo. Históricamente, en la Argentina, la estabilización de la economía fue sinónimo de un ajuste sobre la mayoría. Si Macri lograra razonablemente resolver la tensión entre ajuste y equidad en el esfuerzo, habría ganado una batalla decisiva. Este dilema nunca fue resuelto en nuestro país. Quizás sea la razón por la que hace tanto tiempo, casi un siglo, que el cambio se recluyó al único papel de creador de esperanzas.
Politólogo, canciller durante la presidenciade Raúl Alfonsín
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