El 21 de febrero de 1972, por primera vez en la historia, un presidente de Estados Unidos viajó a la República Popular China. Fue el entonces presidente Richard Nixon y su visita representó un hito en términos de reordenamiento de los balances de poder en el mundo: ese contexto geopolítico tejido secretamente entre Estados Unidos y la China comunista durante todo 1971 descongeló el vínculo, hizo a un costado las diferencias ideológicas extremas para concentrarse en la realpolitik de los intereses comerciales y habilitó el establecimiento de relaciones con China de otros países en el mundo. Por ejemplo, la Argentina, que en ese mismo mes de febrero formalizó las relaciones bilaterales con el país asiático.
Cuarenta y tres años después, también en febrero pero en 2015, otro presidente viajaba a China: Cristina Fernández de Kirchner. La visita repercutió en el mundo por aquel comentario en twitter de la entonces presidenta que quiso ser simpático pero que fue criticado en el mundo, que lo interpretó como racista: "102 empresas argentinas y más de 500 empresas chinas inscriptas en el seminario. Más de 1.000 asistentes al evento. ¿Serán todos de "La Cámpola" y vinieron solo por el aloz y el petlóleo?", haciendo el remedo de la pronunciación china si se llevara al castellano.
La china kirchnerista
No era su primer viaje a China: de los 99 viajes al exterior que hizo la expresidenta, dos fueron a esa nación, el primero, en julio de 2010. Y ese interés por China no fue una excepción cristinista: desde la vuelta de la democracia, todos los presidentes argentinos elegidos en elecciones visitaron China, desde Raúl Alfonsín a Mauricio Macri pasando por Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Néstor Kirchner, además de Cristina Fernández.
Pero hay consenso en torno a un hecho: el particular contexto de los años 2000, durante la gestión kirchnerista, con la soja argentina a precios récords, con el fortalecimiento de China en la economía global y su expansión diplomática soft también por América Latina, con la dificultad de Argentina para obtener financiamiento en los mercados de crédito internacional y una cierta comodidad ideológica del kirchnerismo en relación a China consolidaron la relación China – Argentina en versión kirchnerista.
Hoy el alber-kirchnerismo busca recuperar ese escenario pero que viene con variaciones que no son aporte propio del oficialismo sino del nuevo contexto internacional, complejísimo: la consolidación de la influencia de China en América Latina, cada vez más presente en términos de préstamos y de inversión en infraestructura, y la tensión entre China y Estados Unidos que repercute en la relación entre el Estados Unidos de Donald Trump y los países de América Latina, como Argentina, que mayor acercamiento muestran con China.
Obra pública. Exportaciones. Confianza
Si bien el presidente Alberto Fernández promete que todavía no hay plan económico, hay un horizonte que se va delineando. Obra pública para crear empleo e inclusión social. Exportaciones para generar divisas, otra vía con la que insiste desde el presidente a la vicepresidenta, interesados ambos en las exportaciones agroindustriales. Y confianza para reducir la brecha cambiaria, para que los argentinos dejen de invertir en comprar dólares, es decir, de refugiarse en el dólar, y se lancen a la inversión productiva y al consumo.
Obra pública, exportaciones y confianza: esa tríada parece sintetizar el paradigma para concebir el mundo económico y productivo que empieza a delinear el alber-kirchnerismo. El jueves, el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, lo dijo claramente en una charla virtual en la Universidad Di Tella. Destacó el tema de las exportaciones, de la construcción y de la confianza en relación al tema cambiario: "La brecha cambiaria se va a ir cerrando en cuanto se restablezca la confianza"
El acuerdo de la deuda y la vacuna, según explicó Kulfas, son dos herramientas centrales para generar esa confianza y alentar la inversión productiva. Esas dos posibilidades de futuro, cómo va a tranquilizar el acuerdo de la deuda a la sociedad y los mercados, a quienes tienen dólares y los pueden volcar a la inversión, inversores globales y argentinos, y la vacuna como una promesa futura que restituya la normalidad.
Ese paradigma de tres puntas presenta un problema precisamente en el tema de la confianza. Por un lado, varios hechos y datos que están en el corazón de la identidad kirchnerista al menos desde la mirada que tiene parte de la opinión pública, que precisamente desconfía, no tiene confianza en la transparencia del modus operandi de las gestiones kirchneristas.
Días atrás, el ministro de Obras Públicas Gabriel Katopodis lanzó el Observatorio de la Obra Pública para "gestionar con transparencia" el área. Está integrado por universidades públicas y privadas, la UOCRA y organizaciones civiles. Esa iniciativa es un reconocimiento de la asociación conceptual endémica que hermana obra pública y corrupción.
Y por otro lado, datos del contexto actual que vuelven difícil el objetivo de la confianza en varios sentidos, algunos de los cuales la desdicen. Reponen, por el contrario, la suspicacia social en torno a la falta de transparencia y opacidad y en un extremo, las sospechas de corrupción futura posible.
Fondos chinos para obra pública
Primero, la dependencia del crédito de "democracias de baja intensidad" o, directamente en el caso de China, de regímenes totalitarios de partido único. Esa condición institucional de ciertos países que le prestan dinero a Argentina, por ejemplo, para obra pública de envergadura debilita en principio la confianza en la transparencia de esos acuerdos.
Hay un trabajo muy interesante titulado "La gobernanza de la asistencia financiera internacional en empresas públicas de infraestructura", del economista Alejandro Einstoss para Cippec, de diciembre de 2018, que sostiene esa tesis: "Cuando la ayuda financiera oficial y la asistencia para el desarrollo proviene de democracias de "baja intensidad", los procesos pueden estar vinculados con expansión del clientelismo político, reducción de la transparencia, mayor represión política, corrupción en países receptores".
China, Rusia y Venezuela fueron los países claves a partir de los cuales Argentina que tenía cerrado el crédito internacional, sobre todo hasta fines de 2015, por la desconfianza que había en los mercados internacionales de crédito ante la falta de cumplimiento de Argentina en relación a la deuda.
En el período 2007-2015, hubo fuertes flujos de dinero de esos tres países hacia la Argentina en el marco de acuerdos concesionales.
En los últimos meses del mandato de Cristina Kirchner, se firmaron más de 30 acuerdos y memorandos con China. Los préstamos chinos alcanzaban entonces un valor de 20 mil millones de dólares. La opacidad en el vínculo con China tiene su máximo exponente en la base espacial china en Neuquén, de funcionamiento poco transparente, que sigue generando dudas sobre el impacto en la soberanía, la defensa y la seguridad argentina.
Hoy el factor del aislamiento argentino respecto de los mercados globales de crédito se repone casi calcado. Y China vuelve a la escena central. El ministro Kulfas se refirió a ese punto implícitamente ayer cuando hizo hincapié en el proyecto de producción de carne de cerdos para exportar a China como un proyecto exportador clave.
Ese proyecto ya está generando tanto debate en Argentina por ejemplo en las condiciones medioambientales de esa producción y el uso de antibióticos para alentar el crecimientos de los especímenes justo en el medio de la pandemia del coronavirus, con la preocupación de las zoonosis, las enfermedades derivadas de los animales y de la resistencia antibacteriana.
Desde el Partido Justicialista, además, ha habido una sobreactuación del vínculo con China en el marco de la pandemia que aporta reparos también al tipo de vínculo con esa nación, en sintonía también con un confort ideológico entre China y la Argentina kirchnerista que viene de antes.
"Hay que recordar lo que dijo el general Perón, la única verdad es la realidad". La cita de Perón es de 2014 y salió de la boca del mandatario chino Xi Xin Ping en su visita a Buenos Aires, en la cena en su homenaje organizada por Cristina Fernández, entonces presidenta. Ese 2014 de Cristina Kirchner y antes 2004, con Néstor Kirchner como presidente, fueron momentos claves en la firma de acuerdos conjuntos entre Argentina y China.
También Rusia fue un prestador de fondos para Argentina. En ese sentido, inquietó la carta de felicitación que Alberto Fernández le envió al presidente Vladimir Putin a raíz de la vacuna para el coronavirus que Rusia asegura haber desarrollado sin cumplir con los protocolos internacionales. La sobreactuación de la carta solo se entiende en el marco de una necesidad de financiamientos futuros o de flujo de recursos, por ejemplo, sanitarios.
Corrupción y pandemias
La desconfianza es un tema instalado en la Argentina y no alcanza con cerrar el acuerdo de la deuda o la promesa de la vacuna para disiparla: herramientas limitadas para desactivar un engranaje social y político histórico y generalizado. La desconfianza en su versión de sospechas de corrupción se ha vuelto un problema endémico en Argentina, convertido en canon de interpretación política.
En el terreno de la salud, la desconfianza es un desafío estructural en el mundo. Quinientos billones de dólares es el monto anual de la corrupción en el sector salud en el mundo. La corrupción anual en el sector salud captura por año 500 billones de dólares. Representa un 7 % del gasto total global en salud. En el ítem puntual de compra de medicinas e insumos médicos, entre un 10 y 25% se lo queda la corrupción. Y en la Unión Europea, el 28% de los casos de corrupción en el sector salud se da en la compra de equipos médicos.
Los contextos de epidemias y pandemias agravan el problema porque el flujo de fondos aumenta hacia el sector salud en esas circunstancias. Y en algunos casos, la corrupción agrava la epidemia porque desvía fondos para el combate contra las enfermedades hacia negocios ilícitos. "La corrupción tuvo un rol clave en el brote de Ebola, en su propagación y su contención": así lo estableció el Chr. Michelsen Institue, un centro escandinavo de investigación para el desarrollo, acerca de la epidemia que se dio entre 2014 y 2016, que contó con 1 billón de dólares aportados por privados y estados pero desviados en parte hacia por la corrupción.Y volvemos a China. En el caso de la epidemia del SARS, en 2003, parte de los 19 millones de dólares del fondo anti SARS fueron capturados por la corrupción.
Si el problema es global aún en naciones con estándares de transparencia más elevados, en Argentina resulta todavía más preocupante. Los estándares en ese punto son bajísimos.
El desarrollo de la vacuna contra el coronavirus en Argentina dispara también preguntas que necesitan ser contestadas con precisión para disipar desconfianza acerca de la transparencia de los acuerdos.
Por un lado, el acuerdo entre la Universidad de Oxford y el laboratorio AstraZeneca y el Grupo Insud del empresario argentino Hugo Sigman dispara un interrogante que por el momento queda abierto, señalado la semana pasada por Carlos Pagni, acerca del tipo de contratación se está haciendo entre esa empresa y el estado argentino en la medida en que habrá una compra monopólica de las vacunas.
Por otro lado, se supo esta semana de un nuevo acuerdo para desarrollar la fase 3 de otra vacuna en Argentina. El acuerdo involucra a China y al laboratorio chino Sinopharm Group y al laboratorio argentino Elea Phoenix, que también pertenece al grupo de Sigman. El estado argentino acaba de autorizar ese desarrollo. Falta conocer la letra chica de estas relaciones entre el estado y un grupo empresario y cuál es el rol de China.
Estadísticas y desconfianza
La desconfianza cae con todo su peso sobre las estadísticas en general en Argentina. Y en ese aspecto, la falta de transparencia estadística y el toqueteo de los indicadores es parte de la mochila más pesada del legado kirchnerista, una responsabilidad que alcanza también al actual presidente Fernández por su rol como jefe de gabinete en la primera etapa de manipulación de los indicadores del Indec.
Esa memoria está presente en parte del opinión pública en Argentina. La duda que empiezan a dispararse en torno a las estadísticas de salud en medio de la pandemia despiertan esos recuerdos. Hay una desconfianza creciente acerca de cómo se cargan la cantidad de casos y de fallecimientos, dudas acerca de la fidelidad de la foto de la pandemia que surge a partir de esos números, hay comparaciones muy pocos fiables desde la tarima de las conferencias de prensa que encabeza el presidente con las ya clásica filminas con curvas de otros países e inclusive de provincias argentinas que no se condicen con la realidad y merecen la rectificación de las autoridades cuestionadas.
La cuarentena y la limitación de los derechos también instala con enorme preocupación niveles de desconfianza altos entre la ciudadanía, sobre todo el modo en que el estado dice cuidar a la ciudadanía que termina en casos resonantes de violación de derechos.
¿Quién nos cuida?
La tristísima noticia de ayer del fallecimiento de la joven Solange Muse, enferma de cáncer en estadio 4, y las circunstancias en la que se dio: el periplo de su padre por el territorio nacional en un intento para llegar a darle un abrazo final, la imposibilidad de traspasar el límite de la provincia de Córdoba como si se tratara de una frontera de otro país, y el regreso al punto de partido con los brazos vacíos, vigilado por ocho patrulleros. Su hija murió y no pudo despedirse de su padre.
Esa violación de derechos se suma a la denuncia de 18 casos de violencia institucional que incluyen torturas, muertes y desapariciones, todas sucedidas en el marco de la cuarentena y sus controles por parte de las fuerzas de seguridad.
¿Quién o quiénes son los responsables políticos de semejante violación de derechos y qué grado de desconfianza se genera en la sociedad? Una desconfianza que el arreglo de la deuda no alcanza ni siquiera a rozar.
Finalmente, la reforma de la justicia que busca el oficialismo. Nadie parece verla como oportuna. No solo los sectores de la oposición de Juntos por el Cambio sino tampoco el lavagnismo o de un peronismo como el de Eduardo Duhalde. Inoportuna como mínimo y como máximo, violatoria de garantías judiciales. Tampoco se construye confianza en ese sentido.
Si en un extremo la falta de confianza se traduce en la sospecha de corrupción, el gobierno tiene un problema no solo económico sino también político. Hay una encuesta muy interesante de la Facultad de Filosofía de la UBA acerca de la experiencia social en la cuarentena. La pregunta fue cuáles eran los problemas que preocupan a los argentinos de la CABA y del conurbano.
Entre los problemas más señalados están primero la inseguridad, segundo la corrupción, con un 69% de menciones y tercero, la pobreza. Las referencias al endeudamiento o a la reforma de la Corte Suprema son bajas en comparación, 38 y 28% respectivamente.
Cuando se distingue a los votantes de Alberto Fernández de los macristas, el peso relativo de esas preocupaciones, cambia. Para un 85% de macristas es una preocupación central, muy en línea con las banderas partidarias que suelen enarbolar. Pero aún entre los votantes kirchnerista la corrupción es un problema con peso significativo: 43%.
Este problema de la justicia también impactada por los intereses políticos del oficialismo en el poder no construye esa confianza que se necesita también para poner de vuelta la maquinaria económica. Un escenario político local, doméstico complejísimo superpuesto a una geopolítica que despierta más susceptibilidades todavía en relación a la transferencia de fondos supuestamente para mejorar la calidad de vida de los argentinos pero que pueden terminar derivados a la mejora de la calidad de vida de ciertos funcionarios del poder. El inicio de un nuevo ciclo de ilusión y desencanto.