Los submarinos alemanes en el Sur
Primeros días de mayo de 1945. La Segunda Guerra Mundial terminaba en el escenario europeo. Con la muerte de Hitler y la caída de Berlín, la suerte de Alemania nazi estaba echada. También en el mar, donde la orgullosa Kriegsmarine vivía sus últimas horas. Su comandante, el almirante Karl Doenitz, había sido elegido por Hitler como fugaz heredero del Reich. Que iba a durar mil años, y apenas llegó a los doce.
Mientras las unidades de superficie de la armada alemana eran utilizadas para rescatar a los miles de refugiados que huían del avance ruso por Prusia Oriental y Pomerania, y los acorazados Lützow y Admiral Scheer utilizaban sus cañones para retardar el avance soviético por la costa del Norte del mar Báltico, los submarinos, los temibles "lobos grises", causantes de las mayores pérdidas materiales y humanas que sufrieran los aliados en el mar, seguían haciendo su tarea.
Los flamantes submarinos de las clases XXI y XXIII, sin embargo, llegaban demasiado tarde para cambiar el curso de la guerra en el mar. Los de la clase XXI, sobre todo, eran buques oceánicos capaces de completar operaciones sumergidos, recurriendo al schnorkel, y alcanzando mayor velocidad que todos los otros sumergibles.
Pero los submarinos alemanes tenían problemas por falta de tripulaciones entrenadas (no hay que olvidar que los submarinistas, junto a las fuerzas de las Waffen SS, fueron las tropas germanas que tuvieron, proporcionalmente, el mayor número de bajas) y de combustibles, y por la pérdida de las bases de operaciones en Francia (Brest, en especial) y en Prusia Oriental, como señales de su próximo colapso.
La orden: autohundirse
Con este caótico panorama general, y en medio de la derrota, los comandantes de los submarinos alemanes recibieron la orden, radiada el 30 de abril, de que sus naves debían ser hundidas antes que ser entregadas a los aliados. Algunos de ellos, comenzaron su marcha hacia Noruega, donde se concentraron muchas unidades. Entre el 2 y el 6 de mayo, 21 submarinos fueron hundidos por la aviación aliada, mientras trataban de alcanzar ese punto de reunión final.
El almirante Doenitz, que había ordenado la puesta en marcha de la operación "Regenbogen" (autohundimiento de la flota), debió dar marcha atrás en este punto para obtener un acuerdo de rendición con los aliados. El 4 de mayo, envió la contraorden a los comandantes de los submarinos. Muchos de ellos, sin embargo, descreyendo la autenticidad de ésta, hundieron sus naves (218 submarinos en total).
El 8 de mayo, el almirantazgo británico les informaba, además, que para rendirse debían navegar en la superficie hasta los puertos establecidos, enarbolando una bandera negra.
Este último punto resultaba indignante para los submarinistas, que identificaban esta insignia con la práctica de la piratería, y no querían verse enredados, concluida la guerra, en alguna trama judicial. Aquí, a la derrota se sumaba la humillación. De ese modo, el escenario estaba listo para el peregrinaje de los submarinos alemanes hacia el Sur, hacia su entrada en la leyenda.
La ruta argentina
Para los submarinos que al terminar la guerra se hallaban mar afuera, o refugiados en los profundos fiordos noruegos, la posibilidad de volver a sus bases en Prusia Oriental era inadmisible. Para sus tripulaciones, caer en manos de los rusos podría significar, en el mejor de los casos, terminar de "voluntarios" recogiendo minas en el Báltico.
La Argentina, país neutral pro-germano casi hasta el final de la contienda, era un destino apetecible para llevar un submarino, hundirlo, y bajar a sus tripulantes, discretamente, en la vastedad de su litoral atlántico. El U-1203, por ejemplo, que se hallaba en Lofiord, detrás de Trondheim (Noruega), fue sorprendido por la orden de rendición. La tripulación decidió el camino por seguir. Algunos pretendían regresar a su base en Alemania, y otros, hundir el barco en la costa alemana y dirigirse, simplemente, a casa.
Muchos de los tripulantes, sin embargo, propusieron como una mejor solución dirigirse a América del Sur, a la Argentina, aunque finalmente se tomó la decisión de rendirse en Noruega.
Otros lo pensarían mejor. El 10 de julio de 1945, el U-530 llegó a la base de submarinos de Mar del Plata para rendirse. Lo comandaba el teniente de fragata Otto Wermuth, un joven oficial de 25 años, tan joven como sus subalternos, entre los que sólo el suboficial Paul Hahn superaba los 40 años.
Posteriormente, el 17 de agosto, también se rendía en Mar del Plata el U-977, comandato por el capitán de fragata Heinz Schaeffer, que en su estupendo libro El secreto del U-977 (1955) había descripto con rudeza y nada de romanticismo una navegación de 66 días en inmersión, evitando la aviación aliada, comiendo pan en mal estado, y conviviendo con la mugre y la materia fecal que no podían expulsar por los tubos lanzatorpedos para no delatar su presencia.
En poco tiempo, y obedeciendo a las presiones de los embajadores británico y norteamericano, los submarinos y sus tripulaciones fueron entregados a los aliados. El misterio de su súbita aparición en estas costas, a más de dos meses de la rendición alemana, seguía suscitando todo tipo de comentarios.
Los secretos de la Armada
Desde fines de mayo de 1945, las autoridades navales de la Argentina estaban avisadas por la Cancillería de la posible aparición de submarinos alemanes en nuestro litoral marítimo. Así lo testimonian los documentos secretos de la Armada, a los que La Nación tuvo acceso y que se revelan por primera vez.
El 22 de mayo de 1945, el vicealmirante Héctor Vernengo Lima, jefe del Estado Mayor General, enviaba una comunicación al ministro de Marina, dejando constancia de que, según informaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores, se había constatado la presencia de submarinos alemanes en el Atlántico Sur, que tratarían de llegar a "aguas japonesas".
"Este Estado Mayor General opina -afirmaba Vernengo Lima- que debe darse la orden al señor Comandante en Jefe de la Escuadra de Mar para que evite el pasaje de submarinos alemanes del Atlántico al Pacífico, estableciendo un patrullado conveniente en el extremo Sur hasta nuevo orden."
Ocho días después, el 30 de mayo, un informe del jefe de la Escuadrilla de Torpederos decía que el estrecho de Magallanes ya estaba vigilado por Chile, y que la Argentina también vigilaría la zona. Se estimaba que los submarinos alemanes intentarían pasar por Lemaire o por el Este de la Isla de los Estados.
El documento secreto suministrado a La Nación aclara más adelante que "esta fuerza destruirá a los submarinos enemigos localizándolos y atacándolos, a fin de impedir que pasen del Atlántico al Pacífico".
Quedaba en claro, entonces, que cualquiera hubieran sido las simpatías pro-Eje del gobierno argentino hasta comienzos de 1945, las medidas de precaución tomadas ante la posible llegada de naves enemigas no eran superficiales, y se pensaban llevar a cabo hasta su última extensión.
Tal determinación coincidía con una comunicación del 11 de abril de 1945, proveniente de la Fuerza de Artillería de Costas de Puerto Belgrano, que informaba al comando de la Armada de las medidas de seguridad tomadas en la Base Naval de Puerto Belgrano, en la Escuela de Aviación Naval (Aeródromo Comandante Espora) y en las instituciones militares de Bahía Blanca. Se prohibía el acceso a todas las zonas mencionadas, de los súbditos del Eje (alemanes y japoneses), así como de los de estas nacionalidades con carta de ciudadanía.
Periscopios en abundancia
Entre la rendición del U-530 y el U-977 en Mar del Plata, y sobre todo entre los días 19 y 25 de julio de 1945, se sucedieron los avistamientos de submarinos en el litoral argentino, y la Armada registró estas presencias en diversos documentos secretos.
El 19 de julio, por ejemplo, se informaba al Estado Mayor General con un mensaje en extremo lacónico: "Periscopio-San Antonio Este. He dispuesto reforzar exploraciones allí".
El 25 de julio, en otro informe secreto de la Armada, se avisaba del avistamiento de un submarino en el área de Claromecó, y se disponía el patrullaje aéreo y naval de la zona, manteniendo un torpedero listo para la acción.
Necochea, Copetonas y San Clemente del Tuyú son los otros nombres que saltan a la vista en los documentos secretos y en las informaciones periodísticas de esos días.
¿Histeria colectiva? Tal vez. Pero tan grande, que llegó hasta el Uruguay y el sur del Brasil, que también reportaron el avistaje de submarinos alemanes. En Brasil, incluso, se llegó a culpar a una de las naves que supuestamente operaban en nuestra costa del hundimiento del crucero Bahía, ocurrido el 4 de julio de 1945.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los avistamientos sucedieron cuando el U-530 ya se había rendido en Mar del Plata, y cuando, según los documentos de navegación del U-977, éste todavía no se encontraba a esa altura de nuestro litoral, la pregunta es evidente. Si los avistamientos (a los que la Armada prestó especial atención) fueron reales, ¿cuáles eran los submarinos que estaban operando en la zona?
¿Se trataba, tal vez, del U-1206, sospechosamente dado por perdido en el Mar del Norte el 14 de abril de 1945, o del U-1053, perdido cerca de Bergen (también en el Mar del Norte) en febrero de ese año? ¿Podría ser, en cambio, el U-745, del que se tuvo noticias por última vez el 4 de febrero de 1945, en el golfo de Finlandia, o del U-398, perdido para siempre en aguas costeras británicas en el mes de mayo?
¿Sería, tal vez, el U-326, del que también se tuvo una última información desde aguas costeras inglesas en abril, o se trataba de algún otro sumergible que no constaba en las prolijas listas elaboradas por la Kriesgmarine? ¿Viajaban jerarcas nazis en estas naves, desembarcaron documentación o dinero en nuestras costas? Hasta el día de hoy, todas estas preguntas siguen sin respuesta, aunque la mayoría de los sumergibles dados por perdidos en forma misteriosa habían zarpado de sus bases antes de que cualquier jerarca importante pudiera abandonar Alemania.
Caleta de los loros
Por dos días, entre el 23 y el 24 de noviembre pasado, en Caleta de los Loros (golfo San Matías, en Río Negro), un equipo de buzos de San Antonio Oeste, liderado por Luis "Tony" Brochado intentó infructuosamente hallar un submarino alemán supuestamente hundido en la zona.
Por décadas, los pobladores de la región de Viedma (de la cual Caleta de los Loros está separada por una distancia de 140 kilómetros), hablaron de la presencia de un submarino en el área. La búsqueda, huérfana de toda ayuda oficial (sólo se constató en la zona la presencia del barco GC77 Golfo San Matías, de la Prefectura, para controlar las tareas de los buzos), concluyó tras cubrir una amplia franja marina, en dos jornadas de 5 horas de exploración submarina cada una.
Los hombres de Tony Brochado contaron para su empresa con la invalorable colaboración de Mario Chironi, que sobrevoló la zona con un avión, ayudando a los buzos a acotar el área a revisar.
Chironi es el piloto que, trabajando para la provincia de Río Negro, en 1957, al sobrevolar Caleta de los Loros con su avioneta Piper PA 11 avistó, por casualidad, un navío sumergido.
"En 1957 -relata-, en ocasión de un sobrevuelo por la zona de Caleta de los Loros, alcancé a avistar algo ahí, hundido, que apenas emergía sobre el agua. Me pareció un barco. Después se empezó a hablar del submarino alemán. Por aquellos años yo era instructor de vuelo y atendía la zona de San Antonio Oeste. Recuerdo que la marea estaba baja y vi un barco semihundido, que apenas asomaba la proa, en la desembocadura del canal. Lo curioso es que hace más de 10 años había un juez en Viedma, Cándido Campano, que siempre me decía: "Mario, tenemos que volar a Caleta a ver el submarino`. ¡Y yo nunca había comentado a nadie lo que había visto!" Chironi, que no conoce ni habló jamás con los otros testigos que se han referido al submarino en estos días, arriesga una hipótesis sobre las razones del fracaso de la búsqueda emprendida por Tony Brochado.
"Desde el Sur del Golfo San Matías -dice, señalando un mapa de la zona- corre una corriente de agua fría. Si el submarino se desprendió del fondo de arena con alguna tormenta, pudo ser arrastrado por esa corriente, año tras año, rumbo al Este, mar afuera. Si eso ocurrió, los buzos de Tony Brochado no lo encontrarán nunca."
Nadie sabe a ciencia cierta si hay un submarino hundido allí, en Caleta de los Loros, esperando que una marea baja ponga alguna vez sus secretos al descubierto. Secretos que podrían obligar, sin duda, a reescribir la historia de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
El 22 de mayo de 1945, el vicealmirante Héctor Vernengo Lima, jefe del Estado Mayor General, enviaba una comunicación al ministro de Marina, dejando constancia de que, según informaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores, se había constatado la presencia de submarinos alemanes en el Atlántico Sur, que tratarían de llegar a "aguas japonesas".
"Este Estado Mayor General opina -afirmaba Vernengo Lima- que debe darse la orden al señor Comandante en Jefe de la Escuadra de Mar para que evite el pasaje de submarinos alemanes del Atlántico al Pacífico, estableciendo un patrullado conveniente en el extremo Sur hasta nuevo orden."
Ocho días después, el 30 de mayo, un informe del jefe de la Escuadrilla de Torpederos decía que el estrecho de Magallanes ya estaba vigilado por Chile, y que la Argentina también vigilaría la zona. Se estimaba que los submarinos alemanes intentarían pasar por Lemaire o por el Este de la Isla de los Estados.
El documento secreto suministrado a La Nación aclara más adelante que "esta fuerza destruirá a los submarinos enemigos localizándolos y atacándolos, a fin de impedir que pasen del Atlántico al Pacífico".
Quedaba en claro, entonces, que cualquiera hubieran sido las simpatías pro-Eje del gobierno argentino hasta comienzos de 1945, las medidas de precaución tomadas ante la posible llegada de naves enemigas no eran superficiales, y se pensaban llevar a cabo hasta su última extensión.
Tal determinación coincidía con una comunicación del 11 de abril de 1945, proveniente de la Fuerza de Artillería de Costas de Puerto Belgrano, que informaba al comando de la Armada de las medidas de seguridad tomadas en la Base Naval de Puerto Belgrano, en la Escuela de Aviación Naval (Aeródromo Comandante Espora) y en las instituciones militares de Bahía Blanca. Se prohibía el acceso a todas las zonas mencionadas, de los súbditos del Eje (alemanes y japoneses), así como de los de estas nacionalidades con carta de ciudadanía.
Entre la rendición del U-530 y el U-977 en Mar del Plata, y sobre todo entre los días 19 y 25 de julio de 1945, se sucedieron los avistamientos de submarinos en el litoral argentino, y la Armada registró estas presencias en diversos documentos secretos.
El 19 de julio, por ejemplo, se informaba al Estado Mayor General con un mensaje en extremo lacónico: "Periscopio-San Antonio Este. He dispuesto reforzar exploraciones allí".
El 25 de julio, en otro informe secreto de la Armada, se avisaba del avistamiento de un submarino en el área de Claromecó, y se disponía el patrullaje aéreo y naval de la zona, manteniendo un torpedero listo para la acción.
Necochea, Copetonas y San Clemente del Tuyú son los otros nombres que saltan a la vista en los documentos secretos y en las informaciones periodísticas de esos días.
¿Histeria colectiva? Tal vez. Pero tan grande, que llegó hasta el Uruguay y el sur del Brasil, que también reportaron el avistaje de submarinos alemanes. En Brasil, incluso, se llegó a culpar a una de las naves que supuestamente operaban en nuestra costa del hundimiento del crucero Bahía, ocurrido el 4 de julio de 1945.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los avistamientos sucedieron cuando el U-530 ya se había rendido en Mar del Plata, y cuando, según los documentos de navegación del U-977, éste todavía no se encontraba a esa altura de nuestro litoral, la pregunta es evidente. Si los avistamientos (a los que la Armada prestó especial atención) fueron reales, ¿cuáles eran los submarinos que estaban operando en la zona?
¿Se trataba, tal vez, del U-1206, sospechosamente dado por perdido en el Mar del Norte el 14 de abril de 1945, o del U-1053, perdido cerca de Bergen (también en el Mar del Norte) en febrero de ese año? ¿Podría ser, en cambio, el U-745, del que se tuvo noticias por última vez el 4 de febrero de 1945, en el golfo de Finlandia, o del U-398, perdido para siempre en aguas costeras británicas en el mes de mayo?
¿Sería, tal vez, el U-326, del que también se tuvo una última información desde aguas costeras inglesas en abril, o se trataba de algún otro sumergible que no constaba en las prolijas listas elaboradas por la Kriesgmarine? ¿Viajaban jerarcas nazis en estas naves, desembarcaron documentación o dinero en nuestras costas?
Hasta el día de hoy, todas estas preguntas siguen sin respuesta, aunque la mayoría de los sumergibles dados por perdidos en forma misteriosa habían zarpado de sus bases antes de que cualquier jerarca importante pudiera abandonar Alemania.
Por dos días, entre el 23 y el 24 de noviembre pasado, en Caleta de los Loros (golfo San Matías, en Río Negro), un equipo de buzos de San Antonio Oeste, liderado por Luis "Tony" Brochado intentó infructuosamente hallar un submarino alemán supuestamente hundido en la zona.
Por décadas, los pobladores de la región de Viedma (de la cual Caleta de los Loros está separada por una distancia de 140 kilómetros), hablaron de la presencia de un submarino en el área. La búsqueda, huérfana de toda ayuda oficial (sólo se constató en la zona la presencia del barco GC77 Golfo San Matías, de la Prefectura, para controlar las tareas de los buzos), concluyó tras cubrir una amplia franja marina, en dos jornadas de 5 horas de exploración submarina cada una.
Los hombres de Tony Brochado contaron para su empresa con la invalorable colaboración de Mario Chironi, que sobrevoló la zona con un avión, ayudando a los buzos a acotar el área a revisar.
Chironi es el piloto que, trabajando para la provincia de Río Negro, en 1957, al sobrevolar Caleta de los Loros con su avioneta Piper PA 11 avistó, por casualidad, un navío sumergido.
"En 1957 -relata-, en ocasión de un sobrevuelo por la zona de Caleta de los Loros, alcancé a avistar algo ahí, hundido, que apenas emergía sobre el agua. Me pareció un barco. Después se empezó a hablar del submarino alemán. Por aquellos años yo era instructor de vuelo y atendía la zona de San Antonio Oeste. Recuerdo que la marea estaba baja y vi un barco semihundido, que apenas asomaba la proa, en la desembocadura del canal. Lo curioso es que hace más de 10 años había un juez en Viedma, Cándido Campano, que siempre me decía: "Mario, tenemos que volar a Caleta a ver el submarino. ¡Y yo nunca había comentado a nadie lo que había visto!"
Chironi, que no conoce ni habló jamás con los otros testigos que se han referido al submarino en estos días, arriesga una hipótesis sobre las razones del fracaso de la búsqueda emprendida por Tony Brochado.
"Desde el Sur del Golfo San Matías -dice, señalando un mapa de la zona- corre una corriente de agua fría. Si el submarino se desprendió del fondo de arena con alguna tormenta, pudo ser arrastrado por esa corriente, año tras año, rumbo al Este, mar afuera. Si eso ocurrió, los buzos de Tony Brochado no lo encontrarán nunca."
Nadie sabe a ciencia cierta si hay un submarino hundido allí, en Caleta de los Loros, esperando que una marea baja ponga alguna vez sus secretos al descubierto. Secretos que podrían obligar, sin duda, a reescribir la historia de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
"Lo encontraremos"
Luis "Tony" Brochado, un buzo de 42 años nacido en Salto (Uruguay), es el alma de la misión que infructosamente acaba de explorar los mares de Caleta de los Loros, en Río Negro, para tratar de hallar un supuesto submarino alemán hundido en la zona a fines de la Segunda Guerra Mundial.
Brochado, un hombre locuaz, simpático, de aspecto macizo y barba entrecana, estuvo acompañado en la búsqueda por Sandro Acosta, Héctor "Kato" Rojas y Néstor Dieu. Todos ellos trabajan en el Instituto de Biología Marina y Pesquera Almirante Storni, ubicado en San Antonio Oeste.
Brochado, además, tiene su propia empresa de servicios de buceo, en el puerto del Este.
En noviembre pasado, él y su gente se sumergerieron en las profundidades del mar durante dos días, sin encontrar nada. Tenían más entusiasmo que medios.
"Nuestra búsqueda -cuenta- fue sólo a pulmón. Cuando se nos terminaron el combustible de los gomones y los tanques de oxígeno, tuvimos que parar y dar por terminada la misión. El instituto nos ayudó con la nafta, y un propietario de la zona, Luis Echávez, con los vehículos de enganche para traer los gomones al mar. Eso fue todo."
Brochado sostiene que con esos pocos recursos hicieron lo que pudieron. "El hecho de que no hayamos podido encontrar el submarino no quiere decir que no esté hundido allí. De todos modos, nosotros exploramos una zona muy vasta de Caleta de los Loros. Cuando volvamos a la carga, este año, ese trabajo ya estará hecho. Ahora nos faltó equipo imprescindible, como un magnetómetro, un plotómetro y un sonar lateral. Con un poco más de equipo y dinero, cuando volvamos a la búsqueda, encontraremos el submarino, si es que hay alguno allí."
Tony guarda en su casa, ubicada, como es de esperar, frente al mar, en San Antonio Oeste, una serie de "tesoros" hallados a lo largo de 20 años de buceo en las aguas del Río de la Plata y del océano Atlántico. Botellas inglesas del siglo XIX, remos y anclas antiquísimos conviven con la más preciada posesión de la colección: dos botellas que habrían pertenecido al buque alemán Dresden, que estuvo por esas costas durante la Primera Guerra Mundial. Todos tesoros que se mantienen fuera del alcance de Marcos, el último hijo de Brochado, un rozagante bebé.
"Toda mi vida junté cosas en el mar -señala-: platos, botellas, todo lo que sea antiguo bajo el agua. Especialmente, botellas. Un día se aparecieron el arquitecto italiano Patrizio Scaramucci y el ingeniero Marcos Novak (provenientes de Bariloche) para ver las botellas, que resultaron ser del Dresden. Ellos nos pusieron en la pista del submarino alemán cuando, en agosto, me mandaron un fax con un mapa de la zona en la que podría estar la nave."
Cuenta que Scaramucci y Novak están por publicar un libro sobre el tema en los Estados Unidos y le pidieron que, en caso de encontrar el sumergible, saque fotos y videos.
"Lo haré con todo gusto", se ilusiona Tony.