Los reyes astrólogos y la estrella de Belén
De tomar al pie de la letra al único de los evangelistas canónicos que hace mención a su paso, de suyo fugaz, por las tierras que entonces, bajo tutela romana, gobernaba Herodes, los tres Magos eran reyes llegados a Belén para adorar al Niño Jesús. Pero a poco de leer con cuidado el texto bíblico, hay dos palabras, puestas por San Mateo en boca de ellos, que delatan su ascendiente o, si se prefiere, su verdadera naturaleza: "Hemos visto en Oriente una estrella y venimos a adorarle".
¿Por qué, si hubiesen tenido posesiones que conservar y súbditos a quienes mandar en otras geografías, aparecerían de repente, como salidos de la nada, en una insignificante aldea de Judea, con el propósito confeso de prosternarse ante un recién nacido -sin poder ni timbres nobiliarios- y ponerlo a cubierto del odio del Tetrarca. Más consistencia tiene la idea de que, si acaso existía realeza en ellos, la misma nada tenía que ver con una forma de dominación política. Habían salido del Oriente y seguido una estrella. Ahí está la clave bíblica: eran, en rigor, sabios tributarios de la antiquísima tradición nacida en Sumeria y desarrollada hasta la excelencia en Babilonia que, con base en la astrología, habría de poner las bases de la moderna astronomía. En esto, nada tenían que envidiarles a los maestros de la lógica y de la geometría griega.
En tren de buscarles ubicación en la antigua sociedad mesopotámica, decir que eran de casta sacerdotal parece más apropiado que asociarlos, como hicieron algunos de los grandes pintores renacentistas, a cortejos reales y tronos todopoderosos. En el magnífico fresco de Benozzo Gózzoli del Palacio Medici-Riccardi, de Florencia, los tres magos, regiamente ataviados y acompañados por una corte volante, no pueden ser otra cosa que reyes. Su mundo, sin embargo, no se correspondía con tal o cual poder: estaba en las constelaciones y su saber consistía, entre otras cosas, en perseguir estrellas. Es que toda la magia de la astrología descansa en el hecho de leer, con cautela, la correlación entre aquéllas y el porvenir o fortuna -como se prefiera- de los hombres.
Lo suyo no era vanidad de hechiceros. No obraban portentos para admiración de las gentes. Observaban, con paciencia de santo y precisión de orfebre, los fenómenos celestiales. Por eso viajaron hasta un establo modesto que nadie imaginaba sagrado. Porque en su calidad de magos (astrólogos), los tres grandes personajes bíblicos conocían los secretos de ese juego de ajedrez celeste en el cual las líneas siderales y el corcovo de las estrellas trasparentan el destino de los mortales.
No importa rastrear sus orígenes en Sumer o Nippur, en Nínive o en Susa, si eran descendientes de Sam, Cam y Jafet, o si los nombres con los cuales han llegado hasta nosotros -Melchor, Gaspar y Baltazar- tienen sentido. Ni siquiera si sus cenizas son las que se hallan en la Catedral de Colonia. Basta constatar que tenían escuela sólida y sabían de lo que hablaban. Su idioma se cimentaba en los cálculos y su ciencia dialogaba con los cometas. Estudiaban y trabajaban con los elementos del cielo, al par que anotaban las idas y venidas de Venus, planeta esquivo que aparece y desaparece. Además, calculaban con prolijidad los equinoccios y los solsticios de las estaciones. Recién después predecían eclipses y establecían las coordenadas astrales.
¿Qué había en su afán científico, por llamarlo de alguna manera, una dosis nada disimulada de superstición? Sin duda. Lo notable hubiera sido lo contrario tratándose de una cultura de la que Spengler, en su Decadencia de Occidente , dijo aquello de que "el mundo del hombre mágico está imbuido en un matiz y emoción de cuento".
Esos personajes de fantasía que en el Occidente moderno, al menos, han quedado asociados básicamente a los camellos y a los regalos, siguieron el curso de una estrella. Por qué no imaginar, pues, que el misterio del nacimiento de Jesús corre paralelo con la ciencia del cielo de nuestros tres Reyes Magos. En el misterio de la Epifanía, la estrella de Belén es en parte ciencia y en parte profecía.
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