Los republicanos otorgan a Clinton el fast track
La resolución fue presentada por el titular del Comité, el republicano Bill Archer, una de las tres figuras clave de la revolución conservadora que controla las dos cámaras del Congreso de Washington desde noviembre de 1994, con el liderazgo del speaker de los representantes, Newt Gingrich.
La propuesta de Archer, acordada con la Casa Blanca, tuvo 24 votos a favor y 14 en contra. Sólo 4 de 16 demócratas respaldaron la medida, pero lo hicieron 20 republicanos sobre 23; dos de este partido la rechazaron y uno estuvo ausente.
Bill Archer, al pedir el voto favorable, dijo: "Podemos aprobar esta legislación, y sembrar semillas de esperanza, crecimiento y prosperidad, o podemos ceder ante las fuerzas del miedo, el proteccionismo y la falta de visión, y dejar esta oportunidad de lado".
El proyecto de legislación del titular de Ways and Means fue previamente aprobado por la Comisión de Finanzas del Senado, y ambas resoluciones tienen efectos similares. A partir de la doble aprobación, la cuestión no es si habrá fast track _que es ya un hecho_, sino el momento y la amplitud.
Las dos resoluciones autorizan al Ejecutivo a incluir en los acuerdos comerciales cláusulas laborales y de medio ambiente vinculadas con el comercio, como reclaman los demócratas.
Agregan que el jefe de la Casa Blanca deberá tratar las cláusulas laborales y medioambientales mediante, respectivamente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Los acuerdos logrados por intermedio de la OIT y la OMC están sujetos a la revisión normal del Congreso: quedan afuera de la vía rápida. Son votados _y modificados_ por el Congreso, al que hoy controlan los republicanos.
Clinton ejecuta la estrategia con la que espera obtener definitivamente el fast track antes de fin de año. Repite la maniobra con la que logró la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), en noviembre de 1993.
Crea un frente común con el liderazgo republicano (Newt Gingrich y el senador Trent Lott), capaz de derrotar a la mayoría de los demócratas (que tiene el 60% de las bancas partidarias) y a la minoría de los republicanos (que tiene hasta el 15% de las de su agrupación). El principal adversario de Clinton en materia de impulso a la globalización mediante el libre comercio es su propio partido.
El voto sobre el Nafta estableció la divisoria de aguas de la política norteamericana en la década del 90: traspasa las fronteras de demócratas y republicanos y se define a favor o en contra de la globalización.
La coalición Clinton/Gingrich _hegemónica en el sistema político_ triunfó en el Nafta y reclama ahora el fast track. También recortó impuestos, decidió eliminar el déficit fiscal en el 2002, y reformó en sus raíces el añoso régimen del welfare.
Los Estados Unidos son el eje _y la cabeza_ del sistema integrado transnacional de producción, núcleo de la globalización del capitalismo. En 1996, los Estados Unidos recibieron 42.000 millones de dólares más que el segundo país huésped de inversiones extranjeras directas (China) e invirtió en el exterior 31.000 millones más que el segundo país fuente (Gran Bretaña). Los flujos externos crecieron el 39% en un año.
Las empresas norteamericanas se vuelcan a América latina en la busca de mercados que crezcan rápidamente. El 80 por ciento de las 1000 principales firmas (Fortune) apuestan a las perspectivas de crecimiento de la región. Piensan en 4 países: Brasil, México, la Argentina y Chile.
El descubrimiento de nuevos mercados es lo que permite al capitalismo absorber el extraordinario auge productivo provocado por la revolución tecnológica. La ampliación en gran escala de la demanda transforma el salto de productividad en aumento de ganancias. Por eso, el vuelco de China al capitalismo en 1978 _eje de la explosión de crecimiento del Asia-Pacífico_ es más importante para el sistema que la caída de la Unión Soviética. Es el descubrimiento del oro en California (1847), multiplicado a la enésima potencia.
Esta es la razón de la excepcional expansión del comercio internacional y del boom de la inversión extranjera directa (IED) de las últimas dos décadas. Entre 1970 y 1980, el producto global y las exportaciones de mercancías crecieron al mismo ritmo: entre el 3,4% y el 4%. De pronto, en la segunda mitad de la década del 80, el comercio internacional multiplicó su valor por cuatro: comenzó a crecer el 12,3% anual.
La IED creció el 4% anual entre 1981 y 1985. Súbitamente, entre 1986 y 1990, se disparó con un asombroso 24% de crecimiento anual.
La lógica de la acumulación capitalista reclama el mercado mundial. Su necesidad inmanente de producir siempre en escala cada vez mayor obliga a la expansión constante del mercado. No es el comercio internacional el que revoluciona a la industria, sino la expansión de la industria la que revoluciona el comercio.
Brasil es crucial en el vuelco de las transnacionales norteamericanas a la región. El Departamento de Comercio advierte que las firmas norteamericanas invierten más fuertemente en Brasil que en ningún otro país extranjero.
Se estima que unos 210.000 millones de dólares de IED ingresarán en Brasil entre 1996 y el 2000.
Conviene colocar la relación entre Brasil y los Estados Unidos en este contexto. El barón de Río Branco y Oswaldo Aranha lo harían.
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