Los repetidos amores de Madame Bovery
Todos alguna vez nos enamoramos del personaje de un libro, una pieza de teatro o una película. Oscar Wilde dijo en el ensayo socrático La decadencia de la mentira: “Una de las mayores tragedias de mi vida es la muerte de Lucien de Rubempré”. Se refería al hermoso, irresistible e indigno personaje de Balzac (Las ilusiones perdidas; Esplendores y miserias de cortesanas). Wilde estaba literariamente enamorado de él como, en la vida real, lo estaba de lord Alfred Douglas, que lo llevaría a la ruina y a la cárcel.
El domingo pasado, el recuerdo de la cita de Wilde surgió después de haber visto la película francesa La ilusión de estar contigo, de 2018. El título original es Gemma Bovery, nombre de uno de los personajes principales del film. Ese nombre no es una errata, no se trata de Emma Bovary, la protagonista de Madame Bovary, la obra maestra de Gustave Flaubert. Para que Gemma Bovery fuera Emma Bovary habría que haber anulado la G de su nombre de pila y cambiar la “e” por una “a” en su apellido de casada. La gracia de la película reside precisamente en las similitudes y diferencias de la novela de Flaubert con respecto a la novela gráfica de Posy Simmond, premiada dibujante del diario inglés The Guardian. Las críticas de la película no fueron muy buenas; a mí me gustó por todo lo que no se dice en esa tragicomedia.
Simmond y la directora del film, Anne Fontaine, cuentan en época actual la historia de un editor de éxito, Monsieur Joubert, que vuelve de París a su pueblo natal en Normandía para hacerse cargo de la panadería artesanal de su padre, recién fallecido. Joubert es un gran lector; entre sus libros preferidos, está Madame Bovary. Por eso, se estremece cuando se entera de que sus nuevos vecinos son un matrimonio inglés que se apellida “Bovery”. Su asombro es aún mayor cuando le informan que la esposa se llama Gemma y el esposo, Charles, que por si fuera poco es médico: el mismo nombre y la misma profesión que el marido de Madame Bovary.
Los nombres son muchas veces destinos. Monsieur Joubert se enamora de la bella Gemma, encarnación de Emma; y ella queda seducida por la variedad y la calidad de los panes del exeditor, pero no por este. Joubert sigue fascinado y con terror la vida de Gemma, porque cada vez encuentra más semejanzas entre la vida de esta y la de Emma. Gemma se aburre del pueblo, de su aburrido marido y, de pronto, conoce a un joven noble y muy atractivo, que estudia para sus exámenes de derecho, solo en su castillo. Se convierte en su amante y se aman en el château. Pero, oh casualidad, también aparece, caído del cielo, un examante de Gemma. Todo se complica, con variaciones cómicas respecto de Flaubert. Gemma, sin darse cuenta, sigue los pasos de Emma Bovary ante los ojos espantados de Joubert. En realidad, el panadero está hipnotizado, más que por Gemma, por la imaginaria Emma. Joubert es Madame Bovary, como nosotros, los lectores.
¿Quién que leyó Guerra y paz no se enamoró de Natasha? ¿Quién no quiso jugar con Tom Sawyer o vivir a la buena de Dios como Huckleberry Finn? Al comienzo de El retrato de Dorian Gray era imposible resistirse al relato de la belleza del protagonista, aún puro, hecho por sus admiradores: una incitación a corromperlo.
Hoy parece que la especie humana aprende a enamorarse en los libros. Se ama siguiendo las huellas de una novela, de una película, de una pieza teatral, de una serie. Todos tenemos un modelo para besar y tener sexo. Del mismo modo que uno se asombra de ver en un cuadro de Velázquez el perfil de un personaje que se parece al de un compañero de trabajo o de colegio; también se reconoce en la vida de una persona cercana el destino de un personaje de ficción. Manuel Puig mostró muy bien cómo la vida imita al arte. ¿Qué sería de nosotros sin el amparo de la fantasía, de la mímesis, de la repetición? Deberíamos actuar con libertad y según nuestro criterio. Un trabajo pesado, sin la imaginación ajena. ¿Acaso no corremos siempre el riesgo, como Flaubert, de ser Madame Bovary?