Los rasguños de Guardiola
Pep Guardiola llegó ayer a la rueda de prensa posterior al partido del Manchester City contra el Feyenoord con arañazos en la cara: se había lastimado él. No perdió el juego. Después de ganar 3-0, empató 3-3 en la Liga de Campeones... pero ya había sufrido cinco derrotas consecutivas antes de ese empate.
Guardiola lo ganó todo. Como entrenador hizo brillar a cada equipo en el que estuvo con su magia. Cambiaban los jugadores pero él volvía a hacer sus trucos.
Dirigió a los mejores jugadores del mundo. Él era quien comandaba aquel Barcelona de Messi que jugaba al fútbol como si fuera la Playstation. Hacían lo que querían. No era fútbol, era arte.
Sin embargo, este hombre formidable atraviesa la peor racha profesional de su historia. Nunca había perdido tantos partidos seguidos. El éxito puede ayudar a pensar, pero la derrota enseña mucho más.
Ser profesionales es también manejarnos ante el fracaso. La forma en que procesamos la impotencia interna de la derrota es muy densa. Nos cuesta a todos porque todos queremos ganar. El fracaso puede ser una experiencia invalorable para los líderes, ayudarlos a crecer profesionalmente y a ser más resilientes. Algunos dicen que el fracaso es una oportunidad para empezar de nuevo reevaluando la situación de una forma más inteligente y aguda. El fracaso nos permite priorizar, identificar nuevas oportunidades y, sobre todo, se convierte en un maestro invalorable de la vida.
El fundador de IBM solía decir que “la manera más rápida de tener éxito es duplicar tu tasa de fracasos”. Los fracasos son fundamentales para poder seguir innovando. Ninguna empresa, ningún líder puede conseguir innovación alguna si no toma riesgos y está dispuesto a aprender de los errores. El fracaso nos abre una puerta para lograr repensarnos, reimaginar lo que estamos haciendo y cambiar la estrategia y reformular los planes de acción.
Muchas veces, es necesario albergar esa frustración de los ejecutivos y líderes por caer y por no ganarlo todo. Se trata del aprendizaje más amargo. La ira explota, muchos comienzan a buscar culpables y todo se oscurece. Por momentos, parece que todo fuera fracaso. El árbol se devora al bosque. Hay que volver a empezar.
Ahora bien, la personalidad que se tiene es clave al momento de fracasar. Para quienes siempre fueron exitosos, aquellos que tuvieron todo en la vida profesional, el fracaso actúa como un aterrizaje forzoso y doloroso que requiere barajar de nuevo, bañarse en una pileta de humildad que los dejará mejor parados para cuando tengan que confrontarse y afrontar nuevamente una derrota. Cuidado, la autosuficiencia puede ser venenosa.
Para eso precisamos mucha paciencia con nosotros mismos. Y la paciencia está en faltante en estos días.
Practicar cómo reaccionaríamos en caso de una derrota no tiene absolutamente nada que ver con la voracidad interna que produce la derrota real. Todos podemos ser reflexivos y estratégicos en el papel. Pero el tsunami de la realidad nos lleva puestos.
Al dolor hay que hospedarlo y procesarlo para que algo pase. Y muchas veces, en las organizaciones, no se reflexiona sobre los fracasos. Y eso que Pep viene de una escuelita de fútbol muy pedagógica y humilde como la de Johan Cruyff. Pero, por más que conduzcamos muy bien, somos humanos y todos nos podemos ir al pasto.
Todos tenemos adentro un volcán voraz de fuego. Solo hace falta que ocurra ese movimiento específico de placas para que nuestra lava haga todo arder.