Los que aman… ¿odian?
No es fácil distinguir en todo momento quién escribió un párrafo o un capítulo, o tan sólo una palabra, sin embargo, algunas frases parecen provenir de ambos
No hay policial que por mal no venga… Esta es casi una forma de presentar la original trama, en clave de género, de Los que aman, odian, escrito a cuatro manos (expresión rara tratándose de dos cabezas) por Silvina Ocampo y Bioy Casares en 1946, luego de seis años de casados y de la aparición de La invención de Morel. La novela, recientemente traducida al inglés, y muy pronta a llegar a la pantalla grande, juega con varios clichés, como si sus propios personajes, a la manera de El Quijote, se estuvieran divirtiendo al desempeñar los distintos roles. ¿Será que la complicidad de los autores contagió a sus protagonistas?
El narrador es un médico homeópata, también guionista de cine, que de manera imprevista participa, como testigo, de un crimen en un hotel del balneario Bosque de mar –inspirado éste en temporadas de ambos autores en Ostende y Mar del Plata. Sorprende su nombre: Humberto Huberman, casi homónimo del narrador de Lolita de Nabokov, publicada diez años después, llamado Humbert Humbert… En un comentario sobre la edición en inglés de Los que aman, odian se preguntan si Nabokov no la habría leído… Casi imposible, aunque la ficción lo revele como probabilidad. Y esto tiene mucho que ver con el libro de Bioy y Silvina: lo que la literatura aporta como pruebas "reales".
Pasadas pocas páginas de la novela, Mary, sobrina de la dueña del hotel y ferviente traductora de novelas policiales, aparece muerta a causa de la ingesta de un veneno. ¿Suicidio, asesinato? Más allá de las resonancias con la actualidad, por suerte, ningún parecido la equipara, tan sólo la pregunta que conduce la investigación. Aquí se suman varios personajes, a lo Agatha Christie, alternando culpas y sospechas: la hermana de Mary, su amante, otro doctor y… un niño.
La novela contiene citas literarias, referencias homeopáticas y de taxidermia. Y de las mismas referencias se deslinda la prueba del asesinato, como si la ficción proveyera motivos que la realidad ignora
La presencia de Miguel, aunque es una novela de fusión, parece surgir del acervo de niños crueles o dramáticos que cultivó Silvina Ocampo en su obra. Besa en la boca a la muerta, tiene como mascota un albatros que él mismo embalsamó, hace cosas raras con la chocolatada. También los cangrejales tienen el tinte oscuro de las tramas de Silvina: "Se abrió ante nosotros la más horrenda y desesperada visión: una playa estremecida de cangrejos, negra, viscosa, interminable". Como decía Flaubert, hay palabras "justas". ¿Acaso "estremecida" no es perfecta para denominar una playa de cangrejos? El paisaje siniestro culmina con una simpática –y también oscura- reflexión: "Lo malo de ver un espectáculo como éste, pensé, es que después uno ha de encontrarlo en su infierno."
La novela contiene citas literarias, referencias homeopáticas y de taxidermia. Y de las mismas referencias se deslinda la prueba del asesinato, como si la ficción proveyera motivos que la realidad ignora. Así, el comisario, fanático de Víctor Hugo (sobre todo de su libro más complejo, quizá, El hombre que ríe) cita al escritor francés, para inculpar a la hermana de la muerta: "La ansiedad convierte en tenazas los dedos de una mujer; una niña que tiene miedo clavaría sus rosadas uñas en una barra de hierro." Vaya argumento… tan sofisticado como irrebatible. Esta es la originalidad de la novela que hicieron juntos: la riqueza por momentos cómica de la argumentación, tan literaria, como doméstica (finalmente, se trata de marido y mujer). A tal punto que esta historia, contada por un médico, responde al capricho o insistencia de las amigas de su madre: "(Ellas) quisieron que mi actuación en la pesquisa quedara documentada". ¡Un policial contado para las amigas de la madre del protagonista! Gracioso, patético y a la vez cargado de furia.
No es fácil distinguir en todo momento quién escribió un párrafo o un capítulo, o tan sólo una palabra, sin embargo, algunas frases parecen provenir de ambos, como si los enamorados se dieran cita en la historia que van a inventar. Se me ocurre que una de ellas podría ser: "El sueño es nuestra cotidiana práctica de locura. En el momento de enloquecer diremos: este mundo me es familiar. Lo he visitado en casi todas las noches de mi vida. Por eso, cuando creemos soñar y estamos despiertos, sentimos un vértigo en la razón."