Paul Éluard, el hombre que amaba a las mujeres
La flamante edición bilingüe de las obras del poeta francés permite descubrir versiones en castellano de sus eternos poemas realizadas por autores argentinos
Su nombre era Eugène Grindel. Nació el 14 de diciembre de 1895 en Saint-Denis, Francia. El apellido Éluard lo adoptó de su abuela materna. El joven Éluard abandonó sus estudios tras un diagnóstico de tuberculosis. Internado entre 1912 y 1914 en un sanatorio, comenzó allí a interesarse en la literatura. También en el amor: en ese centro de salud conoció a la rusa Helena Dimitrievna Diakonava (Gala), con quien se casó en 1917. En 1918 nació su hija Cécile. Se sabe que Gala abandonó al poeta en 1930, luego de oficializar su romance clandestino con el pintor Salvador Dalí, que la convirtió de inmediato en su musa. Éluard comenzó una relación con una modelo del fotógrafo Man Ray y del pintor Pablo Picasso: Maria Benz. Nusch, como él la llamaba, se convirtió en su esposa en 1934.
Durante la Primera Guerra Mundial, Éluard trabajó como enfermero en el frente; de esa época proviene El deber y la inquietud. Tras la guerra, con la mediación de su amigo y protector Jean Paulhan, conoció a André Breton, Tristan Tzara y Louis Aragon, a quienes los unía la pasión por las vanguardias políticas y estéticas. Éluard fue dadaísta, fue luego surrealista y siempre un hombre de izquierda. En 1926 publica un libro de poemas consagratorio, Capital del dolor. En los años cuarenta, durante la Segunda Guerra Mundial, participa en la resistencia y se afilia al Partido Comunista francés. En ese entonces la originalidad poética de Éluard se expresa en una combinatoria de temas amorosos, sociales y libertarios. También se distancia de sus compañeros surrealistas, como Breton y Robert Desnos, y escribe Poemas políticos y Poesía y verdad.
Tras la muerte de Nusch, Éluard vive un período de duelo y abatimiento que concluye cuando conoce a su última pareja, Dominique, con quien se casa en 1951. A ella le dedica su último libro, El fénix. Paul Éluard murió en 1952. En su obra, el mundo cambiante, convulsionado, masculino, y la naturaleza como refugio femenino se suman a un lirismo tranquilo y a la vez intenso que caracteriza el poder de los sentimientos.
La nueva edición bilingüe de Poemas de amor, de Ediciones en Danza, acerca versiones de sus poemas traducidos por poetas argentinos: Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso, Javier y Vicente Cófreces, Sara Cohen, Jorge Fondebrider, Eduardo Mileo, César Fernández Moreno, Susana Murguía y Aldo Pellegrini. Elegimos cinco poemas de distintas épocas del poeta que amaba a las mujeres y la libertad.
Suite
Dormir, la luna en un ojo y el sol en otro,
Un amor en la boca, un bello pájaro en los cabellos,
Adornada como los campos, los bosques, las rutas y el mar,
Bella y adornada como la vuelta al mundo.
Huye a través del paisaje,
Entre las ramas de humo y todos los frutos del viento,
Piernas de piedra con medias de arena,
Tomada a la medida, de todos los músculos de río,
Y la última inquietud en un rostro transformado.
(Versión de Sara Cohen)
La tierra se ha quedado
La tierra se ha quedado en la red de tu vida.
Tu sombra, el árbol, muestra su desnudez: el cielo.
Tiene una voz de arena y los gestos del viento
Y todo cuanto dices se mueve tras de ti.
(Versión de Raúl Gustavo Aguirre)
Te lo dije para las nubes
Te lo dije para las nubes
Te lo dije para el árbol del mar
Para cada ola para las aves en las hojas
Para los guijarros ruidosos
Para las manos familiares
Para el ojo que se vuelve rostro o paisaje
Y el sueño le da el cielo de su color
Para toda noche bebida
Para la reja en los caminos
Para la ventana abierta para la frente descubierta
Te lo dije para tus pensamientos para tus palabras
Toda caricia toda confianza sobreviven.
(Versión de Rodolfo Alonso. Título agregado por el traductor)
V
Más un beso era
Menos las manos sobre los ojos
Los halos de luz
En los labios del horizonte
Y torbellinos de sangre
Que se entregaban al silencio.
(Versión de Susana Murguía)
Nuestra vida
No iremos hasta el fin de a uno sino de a dos
Sabiéndonos de a dos ya nos sabremos todos
Nos amaremos todos y nuestros niños
Se reirán de la triste leyenda
Donde lloraba un solitario.
(Versión de César Fernández Moreno)