Los pilares de una nueva cultura
ESTA es una época de crisis. Frente a las crisis se abren varios caminos: algunos pueden conducir al desastre; otros, al renacimiento. Ésta es una buena época para ser presidente si se sabe cómo aprovechar las oportunidades que brinda esta etapa del devenir de la humanidad.
Desde 1983 hemos recuperado la democracia y con ella la libertad de expresión, la libertad de asociación, la posibilidad de votar, el reconocimiento de la importancia de la estabilidad económica. Ésta es una buena base para pensar a la Argentina como totalidad y construir un nuevo relato histórico, así como en el siglo pasado la generación del 80 imaginó un futuro y, sin claudicaciones, trabajó por él.
El país que imagino deberá reafirmar una clara política nacional, no para negar la mundialización, sino para poder ser sujeto de la realidad mundial. El país que imagino deberá conectar los grandes problemas políticos con la vida de cada ciudadano. El país que imagino deberá fortalecer procesos de construcción de consensos. El país que imagino deberá sostener una integración activa entre desarrollo económico y desarrollo social. El país que imagino, en suma, deberá ser capaz de generar capital social, es decir, aquel capital que sumado a los recursos económicos brinda mayores posibilidades de progreso y es el capital que se integra con elementos como la recíproca confianza entre gobernantes y gobernados y entre los ciudadanos entre sí, la ayuda mutua, los emprendimientos productivos comunitarios, la construcción de redes solidarias.
Fortalecer las instituciones
Si yo fuera presidenta tres pilares serían el sostén de este nuevo país: instituciones sanas, cumplimiento de la ley y educación permanente.
Las instituciones están degradadas, en algunos casos han sido aniquiladas y en otros, su acción agravia y humilla a la ciudadanía. La institución es el elemento ordenador y básico de una comunidad y, como tal, debe tener la firmeza de lo fundamental. No se pueden desarrollar buenas políticas sin contar con buenas instituciones. Es imperativo modificar, fortalecer, modernizar y adaptar cada institución, que en todos los casos deberá contener una acción transparente, confiable, con adecuada agrupación de funciones a fin de legitimar y hacer eficaces las decisiones.
Vivimos en un estado de legalidad hipócrita. Hay una gran cantidad de leyes; muchas de ellas contradictorias, otras malas y unas cuantas buenas, pero anuladas por un gran defecto: no se cumplen. Para construir un país normal, es decir, basado en un sistema de normas, éstas deben ser respetadas por igual por gobernantes y gobernados. Debe exigirse su cumplimiento estricto porque una de las características fundamentales de la ley es que, al organizar las expectativas recíprocas, su observancia es garantía de armonía social, y su violación, fuente de justificados conflictos.
La educación está descuidada. La educación es la primera ventaja competitiva de un país. En nuestro caso, sería la única manera de tomar un atajo en la carrera de los países por el desarrollo. Aprender el cambio, aprender a aprender, proyectar presuntos futuros, deben convertirse en los objetivos básicos de la nueva educación. Estamos adentrándonos en una época de aprendizajes sin límites en que el viejo maestro, aprendiz él también, deberá convertirse en un orientador de sus alumnos para ayudarlos a crear curiosidad y un estado mental alerta que les permitan atravesar las múltiples formas y los incontables lugares del conocimiento en un proceso permanente y vitalicio.
Los tres sectores
Este cambio requiere direccionalidad y persistencia. Pero las urgencias sociales están instaladas hoy. La pobreza, el desempleo, la exclusión, no soportan los largos plazos de los cambios culturales. Si yo fuera presidenta, valoraría e integraría los tres sectores de una sociedad moderna: el estatal, el empresario y el social. Desde mi función promovería las alianzas estratégicas entre estos tres sectores para lograr un desarrollo que garantizara ya la satisfacción de las necesidades de las generaciones actuales preservando los derechos de las generaciones futuras.
Comprometería en esta tarea a los mejores hombres y mujeres y, luego de intensos ocho años de entrega (porque no dudo de que seríamos reelegidos), con el convencimiento de que otros hombres y mujeres continuarían la tarea emprendida, ejercería desde cualquier otro lugar la responsabilidad social que cada habitante de este país debe asumir.