Los peligros del gradualismo
El economista Fritz Machlup, que había vivido la hiperinflación austríaca, sostenía que combatir la inflación de manera gradual era imposible. Se habría llevado una sorpresa de saber que en la Argentina, país que desde hace 70 años sufre una alta inflación (200% anual, promedio), se sigue debatiendo si conviene una política de shock o gradualista para bajarla. La evidencia es clara: el gradualismo fracasó, acá y en el mundo. Un plan de shock exitoso es el que, dentro de un plazo de dos años, logra reducir la tasa de inflación anual proyectada a un dígito. Con este criterio, en nuestro país hubo cinco: Gómez Morales en 1952, Alsogaray en 1959, Krieger Vasena en 1967, Cavallo en 1991 y Lavagna en 2002. Lograron su objetivo no sólo restringiendo el crecimiento de la oferta monetaria, sino también reduciendo el déficit fiscal (y el gasto público). La experiencia de Alemania y otros países de Europa en los años veinte también demostró que con un fuerte ajuste fiscal y monetario se puede eliminar muy rápidamente la hiperinflación.
El Gobierno ha elegido otro camino. Si se cumplen las metas oficiales, en 2019 tendremos una inflación de un digito. Para entender los riesgos de esta estrategia no sólo es necesario perspectiva histórica, sino también tener presente una verdad: el gasto público es demasiado alto e ineficiente, y los ingresos fiscales no alcanzan para financiarlo, de ahí que tengamos déficit recurrentes. Esto implica elegir entre dos opciones para financiarlos: la emisión monetaria o el endeudamiento.
La primera opción nos llevó (y nos llevaría) a la hiperinflación. La segunda requiere inversores que estén dispuestos a comprar bonos de la República Argentina (la capacidad de endeudamiento con organismos internacionales es limitada). Dados los montos involucrados (al menos 250.000 millones de dólares para los próximos cinco años si sumamos los déficits y el servicio de la deuda pública) y el hecho de que gracias al kirchnerismo nos quedamos sin mercados de capitales, estos inversores mayoritariamente son extranjeros.
Los partidarios del gradualismo puntualizan correctamente que las tasas de interés en dólares están en niveles muy bajos y que la deuda pública con inversores privados también es baja. Consideran que no es mala estrategia financiar los déficits endeudándonos en el exterior. La idea subyacente es comprar tiempo (a bajo costo) para corregir los problemas estructurales de la economía argentina de manera gradual y sin provocar trastornos sociales. Pero esto implica poner nuestro destino en las manos de inversores internacionales que son muy volátiles.
Hoy compran bonos argentinos porque pagan tasas de interés altas cuando en el resto del mundo las tasas son muy bajas. Pero en cuanto estas empiecen a subir, o aumente la volatilidad en los mercados, comenzarán a venderlos. Este escenario de tasas tan benigno se debe en gran medida a la agresiva intervención de los bancos centrales de EE.UU., Europa y Japón poscrisis de 2008. Pero esta intervención no es sostenible en el tiempo.
Cuándo y hasta qué nivel aumentarán las tasas de interés internacionales es motivo de debate. Hay quienes sostienen que debido a un exceso de ahorro global permanecerán bajas largo tiempo. Hay quienes señalan que en EE. UU. y otros países donde residen los inversores que compran bonos argentinos, la deuda pública y privada en relación con el PBI está en sus niveles más altos desde la posguerra (con déficits fiscales recurrentes), lo que impulsará las tasas hacia arriba. Esto significa que, con la política actual del Gobierno, sólo nos queda esperar que nada altere la tranquilidad de los mercados. Pero las recientes crisis políticas en Estados Unidos y Brasil demuestran que esto es un voluntarismo rayano en la imprudencia.
Independientemente de lo que suceda con las tasas y los mercados globales, la otra verdad es que si los inversores internacionales perciben que el Gobierno no se compromete a reducir el desequilibrio fiscal, también venderán sus posiciones en bonos argentinos.
Los economistas en el gabinete nacional y el Banco Central, que son muy sólidos técnicamente, son conscientes de lo antedicho. Lo que llevaría a suponer que, a pesar de sus declaraciones, después de octubre habrá un ajuste fiscal. Sacar al país de la decadencia a la que lo llevó el populismo será un proceso que tomará décadas. Erradicar la inflación requiere una acción inmediata en el frente fiscal. Lo que no significa echar un millón de empleados públicos de la noche a la mañana, sino anunciar un plan creíble de reducción, racionalización y eficientización del gasto público.
Economista