Los peligros de un pacto de la Moncloa modelo nac&pop
Reeditar hoy aquí el célebre acuerdo español podría conducir a un intercambio de impunidad por gobernabilidad
Cíclico, persistente, inevitable, fatal como el cambio de los días y las estaciones, periódicamente resurge en la Argentina el sueño de un pacto de la Moncloa nac&pop. Entonces, gentes que por décadas han torturado a la población con la necesidad de recordar el pasado para evitar la repetición de errores en el futuro salen a exigir borrones y cuentas nuevas, y teóricos de la especificidad telúrica de la Argentina nos administran una receta repleta de condicionalidades foráneas y vieja de medio siglo. Un medio siglo, además, transcurrido en medio del cambio tecnológico, económico y político más veloz, contundente y asombroso que haya protagonizado la humanidad.
Y, sin embargo, nada. Apenas los efluvios de una dificultad para el Gobierno se hacen presentes, impulsado por quién sabe qué usinas partidarias o corporativas, resurge el operativo clamor por la Moncloa; un festival de la contradicción y la naftalina, una epidemia súbita de extemporaneidad. El último ataque vino con la visita de Ramón Tamames, un político español que para los tiempos del célebre acuerdo para encarrilar la España que salía de la noche franquista formaba parte del Partido Comunista Español. Apenas desembarcado, un tour de mesas redondas y entrevistas radiales le dio oportunidad al ex camarada Tamames de recordarnos lo sucedido en aquel 1976 de España, y a sus entrevistadores, la de abogar por enésima vez a favor de su reedición en clave nac&pop.
“Un pacto de la Moncloa es lo que se necesita”, clamaron los adolfosuaristas locales. “¡Todos unidos, tirando para el mismo lado!”, le hicieron coro los doñarrosistas acérrimos. “¡Cerremos de una buena vez la grieta!”, exigieron quienes habían mirado para otro lado o aplaudido en el momento de su formación. Y en todas partes se hizo mención a la modesta versión argenta del pacto de la Moncloa: el consabido abrazo entre Perón y Balbín, símbolo del retorno del león herbívoro a la patria y promesa de unidad de la Nación.
Lástima grande la realidad, compañeros. El célebre abrazo entre Perón y el dirigente radical al que en 1949 había expulsado de la Cámara de Diputados y encerrado en la cárcel de Olmos por el crimen de “desacato al presidente” tuvo lugar en septiembre de 1972. No le siguió la prometida reconciliación, sino un conflicto violento entre la peronista Juventud Montonera y la también peronista Triple A, creada por López Rega por orden de Perón. Lástima, también, que en 1974 el vicepresidente de Perón no haya sido Balbín, sino Isabel; una mitómana subyugada por López Rega a la que Perón le dejó en herencia un país. Lástima, finalmente, la nominación de Massera como jefe de la Armada y de Videla en el Ejército, los tres decretos de aniquilación de la subversión dictados por el gobierno peronista, el Rodrigazo y las primeras listas negras, los primeros exilios y los primeros desaparecidos, que no datan de 1976, sino de 1975; es decir, del gobierno de Isabel Perón. Todo a apenas tres años del célebre abrazo conciliatorio y herbívoro. Queridos muchachos moncloístas, consulten con Felipe Pigna. Debe haber un ejemplo mejor.
Pero volvamos al Pacto de la Moncloa original y a su posible reedición en clave actual. Aceptemos que Mauricio Macri sea Adolfo Suárez. ¿Quién vendría a ser el líder del mayor partido opositor, digamos, el Felipe González de la situación? ¿Massa? ¿Randazzo? ¿Cristina? ¿Y quién representaría a la izquierda? ¿Quién sería el Santiago Carrillo dispuesto a un plan económico antiinflacionario con redimensionamiento del Estado incluido, como el de aquellos años? ¿Pitrola? ¿Esteche? ¿Myriam Bregman? ¿Bodart? Y ¿quién tomaría el lugar de los sindicalistas de la UGT y Comisiones Obreras que aceptaron el despido libre de un 5% de trabajadores por empresa y acuerdos salariales basados en la inflación prevista a cambio de evitar el estallido que se venía y de una disminución significativa de la inflación? ¿Moyano? ¿Barrionuevo? ¿Micheli? ¿Yasky? ¿Baradel?
Las comparaciones son odiosas, pero eficaces. Y lo más importante, más allá de las desteñidas figuras de la oposición y el sindicalismo argentos, es la incolmable diferencia institucional. La España que salía de 40 años de dictadura franquista poseía un sistema de partidos definido y estable, y organizaciones sindicales respetables, con dirigentes de reconocida trayectoria. La Argentina que en 2015 dejó un cuarto de siglo peronista carece de partidos opositores y organizaciones sindicales dignas de ese nombre y abunda en aquellos que corren por la suya en búsqueda de aliados ocasionales que les permitan acceder a una segunda oportunidad. Se parece menos a la España que dejó Franco que a la Italia que dejó Mussolini, pero con el Duce, Claretta Petacci y unos cuantos condes Giano vivitos y coleando, insultándose entre ellos mientras rosquean candidaturas y cantan “Vamos a volver”.
Por otra parte, ¿cómo acordar un programa de gobierno razonable con gentes obligadas a recorrer Comodoro Py y a competir por fueros legislativos para evitar las consecuencias de esa recorrida? ¿Cómo hacerlo con quienes por doce años fueron protagonistas o cómplices en el saqueo de una nación? Un pacto de la Moncloa argento podría resumirse en una palabra: impunidad. ¿De veras proponen un pacto de gobernabilidad de todas las fuerzas políticas, como fue el de la Moncloa, lo que incluye inevitablemente en el menú a Cristina Kirchner? ¿O lo que pretenden es un intercambio de impunidad por gobernabilidad a través de un acuerdo que deje a Cristina de un lado y ponga a todo el resto del otro, recicladores y pejotistas unidos y organizados, con el objeto de que nos olvidemos de quiénes fueron ministros, funcionarios, legisladores y jefes de Gabinete de Néstor y Cristina en los tiempos del saqueo y la intimidación?
Para bien o para mal, es opinable, la ciudadanía argentina votó en 2015 por un cambio. Que la fuerza política que gobierna el país se llame Cambiemos es un dato de la realidad. Constituye, también, un mandato. El mandato de construir un país en donde la corrupción sea la excepción perseguida por las instituciones y no la regla promovida desde ellas; el mandato de constituir una clase política que represente a los ciudadanos y no su propia predatoria ambición. Todo lo cual supone negociar lo que sea necesario en las instituciones legislativas creadas para ello y hasta firmar acuerdos ocasionales en algunos puntos, pero sin aceptar chantajes con aroma de condonación.
Quienes quieren cerrar la grieta tendrán una buena oportunidad en 2019, cuando se quiebre la maldición que el Partido Militar y el Partido Populista le impusieron al país en 1930 y Macri se transforme en el primer presidente civil no peronista que termina su mandato desde Alvear, en 1928. Hasta entonces, los preocupados por cerrar la grieta poseen una herramienta formidable: la Constitución nacional, que en su Preámbulo se propone “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad”.
La paz y la unidad que propone nuestra Constitución no pueden separarse del afianzamiento de la justicia, es decir, de la denegación de la impunidad. Si los argentinos buscamos un pacto, aquí tenemos uno: el constitucional. Comencemos por respetarlo, para variar; comencemos por honrar las leyes que de él se derivan, por una vez; comencemos por vivir en un país donde todos los partidos puedan gobernar, y no un solo, y después se verá.
Ensayista, periodista, fue diputado nacional