Los peligros de la falta de rumbo
MADRID-.Nada pone más en vilo a un país que la fatal combinación de una economía en depresión y la desorientación que cunde en la sociedad cuando, desde los máximos niveles de decisión de su gobierno, no se acierta a instrumentar el diseño de solución de los problemas clave con razonable velocidad e integridad y, por si esto fuera poco, se maneja el discurso desde el "realismo escéptico", el fatalismo, el ocultamiento o la improvisación.
Y algo de esto viene pasando en España en los últimos meses, mientras asistimos al progresivo desperdicio del apreciable capital político que llevó al Partido Popular al gobierno. Preocupa que el gobierno ignore que, aun con la aparente ventaja comparativa de mostrar "la realidad heredada, la gente necesita entender de qué manera efectiva su contribución (directa o indirecta) a la política de recortes habrá de depararle un futuro mejor.
No es suficiente ya mostrarse ante la sociedad exhibiendo los restos del naufragio y los penosos esfuerzos que habrá que hacer para seguir manteniendo alguna autonomía en la navegación. El capitán del barco debería explicar, además, en detalle, hacia dónde vamos, cuándo piensa que habremos de llegar y de qué modo está él convencido de sustituir eficazmente, equitativamente, lo destruido en el alije. Es que aun ante las situaciones más complejas, la disposición y la fortaleza de los individuos para asumir y absorber costos y seguir adelante hacia un objetivo claro y preciso suele nutrirse también de palabras justas y oportunas de un líder que esté a la altura de instalar, sin dudas ni contramarchas, el sentido y la comprensión de la aventura, tanto como la sensación de contención frente a la precarización de las condiciones de vida de un sector demasiado importante de la población, desalentado y, con razón, al borde de un ataque de nervios.
Esta sensación de incertidumbre con la que se viene especulando en el día a día de la vida económica española encierra una cantidad de interrogantes que, como acaba de pasar con la comunicación de las condiciones definitivas del auxilio financiero de la Unión Europea al que acaba de acceder España, sirve para alimentar cualquier sospecha. Y entonces, claramente, a nadie debería ya llamarle la atención si los restaurantes o la Feria del Libro de Madrid bajan su facturación un 30%. O si se venden menos autos o departamentos (que siguen bajando de valor), o si se demoran las reservas de viajes de vacaciones por temor a un corralito y los ejecutivos desempleados están en liquidación, o si se almuerza en pleno barrio de Salamanca (la Recoleta madrileña) por 48 pesos argentinos o por 24, si se comparten 2 buenos platos más el postre y la bebida, o si un 4 estrellas como el Confortel Fuengirola tiene sólo un diario para 153 habitaciones, o si el desempleo en los menores de 25 trepa al 52%, o si una marca blanca de agua mineral de fuente natural vende su botella de 1 litro y medio a un $ 1,50 de moneda argentina, o si la gobernación de Madrid se propone achicar el número de diputados y las tiendas amplían el horario de atención o, como El Corte Inglés, deciden achicar en un 20% el precio de 5000 productos alimenticios, para intentar mitigar la reducción en sus ventas y los vertiginosos procesos de pérdida de competitividad, cuyos parámetros, a partir de ahora, podrían estar cambiando todas las semanas.
En su discurso preelectoral, Rajoy defendía su transparencia con una frase que buscaba indicar que habría de llamar a las cosas por su nombre: "Al pan, pan. Y al vino, vino". Al día siguiente del anuncio del rescate por parte de su ministro de Economía, el presidente improvisó una conferencia de prensa, antes de partir a acompañar a la selección española de fútbol, que jugaba con Italia, en Polonia, uno de los partidos de la Eurocopa, para salir al paso de las críticas por su ausencia pública ante un anuncio de esta relevancia, tantas veces negado por él en las semanas previas. Y como no estaba dispuesto a aceptar que lo concedido por el Eurogrupo fuera un rescate, sino simplemente "una nueva línea de préstamos para los bancos en problemas", se refirió a él de un modo tan elusivo como escurridizo: "lo de ayer…". Este es el paisaje del día después de un eufemismo insoportable para una sociedad en vías de crispación, a la que se pretende convencer de que antes que evitar el desalojo de los hipotecados, entre todos, tenemos que salvar a los bancos (y de paso, también a sus ejecutivos). Al pan, pan. Y al vino, "lo de ayer", como una manera, por demás pueril, de ponerse a resguardo del peso letal de palabras presuntamente malditas, como "rescate".
Es el mismo juego dialéctico empleado hace unas semanas, cuando al cabo de una envidiable sesión de control en el Parlamento, el presidente del gobierno le contestó a un periodista: "Hablar de austeridad…no significa negar el crecimiento". Un claro intento de montarse improvisadamente y sin el soporte de planes o ideas sobre la ola del creciente reclamo de comenzar a mirar esta etapa del proceso de la crisis en España "con ambos ojos". Y entender que la deflación, como único mecanismo de ajuste, sin acciones contemporáneas de estímulo al crecimiento, encierra un previsible fracaso en el proceso de recuperación de una economía en depresión.
Y no es que los recortes sean malos de por sí. Hasta un cierto límite y con un criterio estratégico, políticamente inteligente, tienen la virtud de aportar condiciones de sanidad a la estructura productiva. Sin embargo, si para reducir mis gastos al máximo, comienzo a aflojar un par de lamparitas por día en el cartel luminoso con el que anuncio la venta nocturna de tapas en mi chiringuito, a la vera de una carretera, terminaré por confirmar la profecía autocumplida: cada vez serán menos los autos que habrán de descubrirme y, consecuentemente, menos serán también los que se detengan a comprarme. De ahí a confirmar, con el cierre de mi negocio, los vaticinios de la recesión, hay un solo paso. Pero en el vacío.
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