Los odios migratorios
El debate público no se conjuga en futuro y parece centrado en los prejuicios con los que salen del país
- 8 minutos de lectura'
Casi sin que nos diéramos cuenta, los asuntos migratorios están pasando a ocupar los primeros lugares del debate público argentino. Lugar vacante gracias a que no hay bajo discusión modelos de país ni intercambio alguno sobre cómo sacar a media población de la pobreza ni se habla de un plan para concentrarse en venderle con sistema algo al mundo que revierta el camino al subdesarrollo ni, menos aún, sobre cómo frenar la decadencia del sistema educativo. Encolerizado, el oficialismo rezonga contra los que se van, tengan ellos horizontes temporarios o vitalicios.
Es lógico que en un país de crisis continuadas y clase dirigente atribulada el futuro no consiga demasiadas menciones positivas en la agenda pública. El problema es que ahora tampoco abundan las menciones negativas, como si el futuro mismo, un imposible, se estuviera escurriendo. Bueno, eso precisamente es lo que parecen sentir en su fuero íntimo los que deciden irse, cuanto más jóvenes más arrojados. Dentro de unos meses, cuando se agrande la pelea con el FMI que dará el kircherismo tratando de que nos cobren la deuda en veinte años y no en diez, como estipulan los estatutos del organismo, será una alegría. Al menos se hablará por un rato, por fin, de algo más lejano que pasado mañana.
Curioso también es que quien embute las migraciones en la agenda pública sea el gobierno cuyo presidente no consiguió repetir con rigor y sentido de la oportunidad aquello de que los argentinos descendemos de los barcos. Después de que Alberto Fernández irritó a medio continente con su cita doblemente mal hecha (autor y contenido), el Frente de Todos decidió inaugurar la campaña electoral con la incorporación al top ten de enemigos públicos no ya de los abuelos y bisabuelos que vinieron sino de los nietos y bisnietos que se van. Esos malvados que nos dejan con la inflación, la recesión, la desocupación, la grieta, la deuda, los piquetes, la indigencia, el hambre, el imperialismo y Macri, por supuesto, que tiene la culpa de todo, incluyendo lo que no ocurrió.
Devenidos ahora móviles como las legendarias retenciones, los derechos humanos enarbolados por el enfático colectivo peronista-kirchnerista ya no consagran, por lo visto, el derecho a migrar que sigue impreso en las normas nacionales y supranacionales. El artículo 13° de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por ejemplo, incluye dos incisos. El primero dice que toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. El segundo es aún más rotundo: “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y regresar a su país”.
El Frente de Todos decidió inaugurar la campaña electoral con la incorporación al top ten de enemigos públicos no ya de los abuelos y bisabuelos que vinieron sino de los nietos y bisnietos que se van.
Los jefes de Gabinete Santiago Cafiero y Carlos Bianco, nacional uno, bonaerense el otro, subordinados respectivamente a los dos hemisferios del cerebro gubernamental Fernández-Fernández, ya dijeron con la sutileza que les es propia dónde está el problema. Cafiero explicó que “la Argentina no es ese país de mierda que nos tratan de retratar”. Una treta trituradora desde el retrete, le faltó decir. Y Carlos Bianco diagnosticó que la oposición ya no sólo empuja el odio entre los argentinos sino que dio un salto “que ni siquiera el fascismo, el nazismo o alguna autocracia europea se animó a hacerlo, que es odiar al país”.
Al banalizar el nazismo para potenciar su insulto, desmesura que generó un escándalo adicional, quedaron soslayados los interesantes argumentos de Bianco para disuadir emigrantes. Según informó, Argentina está entre los tres países donde se vive mejor en América Latina, cosa que él supo porque como funcionario de la Cancillería (2013-2015) tuvo la suerte, así dijo, de recorrer gran parte del mundo. De lo que se infiere que si los jóvenes que pretenden emigrar consiguen un cargo en la Cancillería seguramente lo pensarán dos veces antes de soñar con hediondos destinos foráneos.
Carlos Bianco diagnosticó que la oposición ya no sólo empuja el odio entre los argentinos sino que dio un salto “que ni siquiera el fascismo, el nazismo o alguna autocracia europea se animó a hacerlo, que es odiar al país”
Cristina Kirchner ya había desarrollado algo parecido hace dos semanas en Lomas de Zamora, cuando cuestionó las críticas al manejo de la pandemia. “Esas cosas que no logro entender, qué es lo que se persigue. Creo que en el fondo no quieren a la Argentina. Siento que a los que odian es a los argentinos y no lo quieren decir. Se quieren ir y no se pueden ir algunos”(sic). En ese mismo discurso la vicepresidenta coló el recuerdo de lo felices que éramos cuando ella era la presidenta. El combo la oposición odia a los argentinos y conmigo fuimos felices pasó así a ser el estribillo de la campaña del Frente de Todos.
Con el transcurso de las semanas, como suele ocurrir, los apóstoles se pusieron más eufóricos que el profeta. Bianco dijo directamente que la oposición odiadora es la que instala que el país no tiene oportunidades. Pues bien, si el gobierno cree eso, Alberto Fernández se quedó corto cuando dijo que no conocía la dimensión de lo que estaba pasando en Cuba. Tampoco conoce lo que está pasando en la Argentina. Decir que quienes emigran se rinden a una prédica de opositores apátridas indica una seria desconexión con la realidad. O bien un trastorno del olfato, ocasionado, quién sabe, por tanto trabajo político con el Covid.
El desencanto democrático es un fenómeno anterior al kirchnerismo. Tiene origen en la flojera institucional posterior a la reinstauración de la democracia y, en particular, a la inestabilidad de la economía y la incapacidad de la dirigencia para resolver los problemas crónicos del país. Ese escepticismo, que conjuga apatía, cinismo, enojo, malestar, desesperanza, angustia, desconfianza en el futuro y rechazo a problemas concretos como la desocupación o la inseguridad, se traduce en decisiones individuales o familiares de búsqueda de nuevos horizontes, que unas veces resultan exitosos y otras no. En 2001, en el mayor pico, la ola emigratoria ya no tuvo la composición prevaleciente de clase media profesional de anteriores corrientes. Fue más diversa. No hay constancias de que esta ola hubiera sido consecuencia de un proselitismo antiargentino organizado por Macri.
Para entonces ya habían existido otras emigraciones importantes, tristemente célebres, más relacionadas con la opresión que con la economía. Como la de 1966, de tipo cualitativa, cuando Onganía corrió a los científicos a bastonazos, o la de la dictadura siguiente (1976-83), que causó la salida forzada de entre 300 mil y medio millón de argentinos, muchos de ellos, también, profesionalmente calificados, bajo diversos formatos de exilios, la gran mayoría traumáticos.
En el medio hay que recordar que otra camada de emigrantes conocidos se produjo entre 1974 y 1976 como consecuencia del terrorismo de Estado instalado por el gobierno peronista a través de la Triple A. Salieron de apuro del país tras ser amenazados por la banda que regenteaba el ministro de Bienestar Social José López Rega, entre muchos otros, Nacha Guevara, Luis Brandoni, Alfredo Alcón, David Stivel, Tomás Eloy Martínez y Horacio Guarany.
La idea de endilgarle al oponente odio a la Patria y a los connacionales, asentada en un formato binario que ubica del lado patriótico al poder denunciante, no es nueva. Reconoce raíces, por cierto, en el rosismo, que no sólo mandó al exilio a los “salvajes” unitarios sino también a los federales opositores a Rosas y más tarde a la generación del 37. Pero hay otro antecedente más cercano y es increíble que su resonancia repulsiva se le haya pasado por alto a Cristina Kirchner al instalar el concepto de odio a los argentinos. Es la “campaña antiargentina” de la que hablaba Videla en 1978 para negar las graves denuncias de violaciones a los derechos humanos que se hacían en Europa. Para hacerle frente la dictadura armó una campaña de triste memoria con el concurso de publicistas profesionales y medios de comunicación.
La idea de endilgarle al oponente odio a la Patria y a los connacionales, asentada en un formato binario que ubica del lado patriótico al poder denunciante, no es nueva. Reconoce raíces, por cierto, en el rosismo, que no sólo mandó al exilio a los “salvajes” unitarios sino también a los federales opositores a Rosas
Ahora no es por razones políticas que se multiplican las ilusiones de emigrar de las que informan las encuestas y que se verifican en los entornos familiares. Salvo que se le quiera decir político al fracaso del modelo de país configurado mediante el proceso inverso, el de la inmigración de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Un modelo, el del Centenario, también denostado por el peronismo.
Mediante el vicio de politizarlo todo, el gobierno logró enredar los dos asuntos migratorios, el de los argentinos que se van o se quieren ir a vivir a otros países y el de los que viajaron al exterior para vacunarse, por trabajo, turismo, razones familiares o razones de salud y quedaron varados. “Cuando la variante Delta del coronavirus tenga circulación comunitaria va a ser culpa de los que la traen de afuera”, advierte Axel Kiciloff.
No se puede acusar al gobierno de discriminar. Su animadversión respecto de los que salen de Ezeiza se reparte, con fervor inclusivo, entre las dos categorías de viajeros.