Los obreros de la ultraderecha
Nacido en Alemania pero con filiales en casi toda Europa, un movimiento antiislámico gana el apoyo de trabajadores huérfanos de una identidad de izquierda
La policía atraviesa de un extremo a otro la Theaterplatz de Dresden. Con sus rostros cubiertos por las máscaras antidisturbios, sus cachiporras y sus revólveres, los hombres de azul se mueven al ritmo impaciente de la espera.
Son las seis de la tarde de un lunes y las columnas ingresan en la plaza. Los manifestantes lanzan proclamas contra el establishment, escupen carteles con el rostro de Angela Merkel y alzan banderas alemanas. Algunos, simplemente, caminan en silencio. Pero otros, los jóvenes más aguerridos, se atreven a todo: cantan contra los refugiados y llaman a hacer la guerra contra el islam.
-¡Sólo falta que les entreguen esta plaza a los refugiados! -grita un viejo que sostiene una enorme cruz cristiana, mientras su mujer posa la mano en su hombro derecho y asiente: -¡Venimos aquí cada lunes! ¡Y lo seguiremos haciendo!
La mayoría de los exaltados vive sin comodidades ni lujos. No tienen cuentas en el extranjero ni lideran grandes empresas. Su extracción es la calle: son obreros, empleados y trabajadores de servicios. Jóvenes con la cabeza rapada y desocupados, viejos fascistas y abuelos decepcionados. La pintura es un fresco de la Alemania actual. Lo único que saben es lo que quieren: "Trabajo para los alemanes, no para los extranjeros", dicen al unísono.
-Todo lo que sucede es por culpa de los políticos. Quieren construir un país para los árabes y expulsarnos de aquí -dice uno-. Sí, están vendiendo la patria y enriqueciéndose - aclara otro.
Un hombre con el pelo engominado y vestido con una campera de jean de última moda los convoca al centro de la plaza. La multitud, que supera ampliamente las tres mil personas, mueve las banderas alemanas como estandarte de guerra .
-¿Debemos resistir? -grita el líder.
-¡Sí! -concluyen sus seguidores-. ¡Re-sis-tir! ¡Re-sis-tir!
Lutz Bachmann sube a una pequeña tarima. Toma su micrófono y aviva a las masas. Acusa a Angela Merkel de abrir las puertas del país a la inmigración extranjera. Acusa a los socialdemócratas de defender a los obreros árabes más que a los trabajadores alemanes. Acusa a quienes lo consideran racista y xenófobo de pervertir su discurso.
Empoderado por los suyos, se siente un elegido. Está allí para decir la verdad. Es el líder de los últimos patriotas. Los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida).
Una carrera propia
Rodeado de símbolos revolucionarios, antiguas imágenes de Karl Marx y de marmóreos dirigentes del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), Bachmann supo que el mundo comunista no era para él. Su padre, carnicero en los tiempos en que la carne escaseaba, era la imagen viva de lo que el "sovietismo" había conseguido hacer de su país: un enclave para debilitar al hombre. Nacido en 1973, en la antigua Alemania Oriental, Bachmann parecía un demócrata.
Los vientos de libertad que soplaron con la caída de aquella enorme pared de cemento supusieron el fin de aquel universo que tanto despreciaba. Por fin, pensaba entonces, los alemanes podrían desarrollar su verdadera voluntad. Pero ¿en qué consistiría? Él, al menos, tenía clara cuál era la suya: ser el chico malo, el pandillero, el hombre del que, un día, se hablaría en la televisión.
Desde entonces, comenzó a construir su carrera. En sólo diez años se hizo con la valiosa cuantía de dieciséis cargos por asalto, posesión de cocaína, robos y hurtos. Su suerte llegó a su fin en 1998. La justicia alemana lo condenó a tres años de prisión y, aunque pretendió fugarse a Sudáfrica al anotarse en la universidad con un nombre falso, fue recapturado y deportado a su país. Tras dos años en la cárcel, volvió a la calle dispuesto a redimirse. Realizó estudios en fotografía y comenzó a trabajar como publicista. ¿Para empresas? ¿Para comercios? ¿Para el Estado? No. Para clubes nocturnos.
A Bachmann nunca se le puede pedir una redención completa.
Un verdadero líder
Cuando en 2014 lanzó su movimiento antiislámico, Bachmann no imaginó que el éxito lo miraría por primera vez a la cara. El entonces ladrón de poca monta y fotógrafo de escasa categoría había comenzado a sentirse un verdadero líder.
Convocaba a las masas de su ciudad y agitaba su discurso de odio. Levantaba la bandera de la guerra antiinmigrante y la supremacía occidental. Llenaba plazas y auditorios. Y concitaba la atención de medios nacionales y extranjeros.
En poco menos de un año, su red de extrema derecha se convirtió en la más importante de toda Europa. Pegida dejó de ser un experimento de la pequeña ciudad sajona de Dresden en la que, paradójicamente, los musulmanes constituyen menos del 1% de la población, para transformarse en una plataforma continental. Hoy cuenta con representantes en Noruega, Dinamarca, Suiza, Bélgica, Reino Unido, República Checa, Estonia, Austria y Finlandia.
Aunque Bachmann rechaza públicamente lo que aprecia en privado -el apoyo del partido neofascista Alternativa por Alemania (AfD)-, las relaciones del movimiento con las extremas derechas de cada país son evidentes. Norbert Hofer, ex candidato presidencial de Austria por el ultraderechista Partido de la Libertad (FPÖ) recibe la admiración de sus homólogos alemanes, Geert Wilders, líder de los radicales neofascistas holandeses, habla públicamente en actos de Pegida, y militantes del Frente Nacional de Francia forman una plataforma similar en el país galo.
Su búsqueda es clara: un Occidente sin musulmanes.
Nueva identidad
"Son racistas y xenófobos", dice una diputada del Partido Socialdemócrata Alemán. "El gran problema de estos ciudadanos es que han sido ganados por un discurso de odio."
En los medios, se apunta a ellos como fascistas y suele argumentarse que sus posiciones responden a miedos vinculados a la llegada de extremistas. No son pocos los que, como Hsiao-Hung Pai, afirman que movimientos como Pegida se nutren de trabajadores blancos y nativos temerosos de perder su empleo. En su libro Angry White People ("Gente blanca enojada"), la escritora taiwanesa afincada en Londres asegura que la clase trabajadora encuentra en la extrema derecha una forma de calmar -críticas a la inmigración mediante- sus temores sociales frente a la crisis económica y las políticas de austeridad.
El historiador Xavier Casals también da pistas del apoyo obrero a la ultraderecha: "Su defensa del Estado de bienestar, su énfasis en la ?prioridad nacional' y su capacidad de ofrecer una nueva identidad que combina proteccionismo y xenofobia ganan atractivo frente una izquierda que se ha disociado de este medio electoral y cuya Realpolitik, en el marco de la crisis económica, la ha llevado a asumir políticas de austeridad impopulares. Actualmente, la izquierda ya no es percibida como tal en buena parte de los que antaño fueron sus feudos electorales, donde la extrema derecha cosecha buenos resultados. Es sintomático al respecto que el líder de Finlandeses Auténticos (Perus), Timo Soini, haya descrito a su formación como ?un partido de la clase obrera sin socialismo'".
Las últimas elecciones presidenciales austríacas dieron el punto final a esta estocada. La composición del voto de Norbert Hofer -que estuvo a punto de ganar los comicios y que podría hacerlo en la repetición de la segunda vuelta, en octubre próximo, luego de la anulación de los comicios- provenía de sectores obreros. No es el único caso. Buena parte de los votantes obreros del Reino Unido apoyaron la salida de la Unión Europea, dándole la espalda al Partido Laborista, tradicional representante de la izquierda y defensor de la permanencia. El Frente Nacional de Marine Le Pen, máxima defensora de la expulsión de inmigrantes y refugiados musulmanes, suma apoyos en los sectores del trabajo (aproximadamente el 60% de sus votantes), llegando a casos ejemplificadores como el de Brignoles, una localidad históricamente comunista con fuerte voto obrero, que pasó a manos de la ultraderecha en 2013.
Uno de ellos
El auditorio está abarrotado de obreros. Acaban de llegar para vivar a su líder, el hombre que limpiará Alemania y le devolverá su histórica decencia. Considera que los inmigrantes son "animales" y "basura". Publica en Facebook fotos disfrazado de Hitler. Pero a sus seguidores no parece importarles. Para ellos es el hijo de un carnicero, un trabajador blanco, un hombre de pueblo que ansía lo mejor para Alemania y para Europa. Es uno de ellos.
Sale a la calle con camisetas con frases como "Musulmanes violadores, no son bienvenidos". Defiende a los trabajadores de su pequeño terruño y ansía un país grande y fuerte frente a los islámicos que arrasarán con todo. Se rodea de hombres como Wilders o Hofer, dos grandes patriotas que conducirán a Occidente al triunfo.
Lutz Bachmann toma su micrófono y lanza un grito de guerra. "¡Nuestra patria es Alemania!" Los trabajadores, emocionados, aplauden.
La historia se repite dos veces. La primera vez como tragedia. ¿La segunda también?