Los monstruos también son cosa de este mundo
Una cosa son los cuentos, y otra la realidad. O así conviene que sea. Sobre todo cuando se trata de cuentos de terror. Se supone que los monstruos son cosa de cuentos, seres que no atraviesan la frontera invisible de la realidad que nos rodea. Y se supone que la ficción es, a lo sumo, una ventana indiscreta a mundos que no podemos ver a simple vista, pero traducidos a palabras, sentidos y metáforas para el entendimiento humano. Se supone que ficción y realidad corren casi siempre por vías paralelas. Pero en eso casi siempre radica el problema. A veces, cada tanto, algún monstruo se escapa de su confinamiento de libros y películas, cruza el velo de la imaginación y en algún lado se hace realidad la pesadilla infantil del hombre lobo en la ventana, el gigante de boca enorme que devora niños, la bruja malvada que envenena y mata. Cada tanto, como pasó hace algunos años en la localidad austríaca de Amstetten, una persona que parece una más del montón, que saluda a sus vecinos y quizá corta el pasto o lava el auto a la vista de todos, se desviste de su humanidad, se pone ropaje de monstruo y se ensaña con su víctima.
"Ambos son monstruos", aseguró el miércoles el intendente de la ciudad bonaerense de Coronel Suárez, Ricardo Moccero. Hablaba de Estefanía Heit y Jesús Olivera minutos después de haber escuchado el detallado relato del horror que había vivido Sonia Molina durante casi tres meses, cautiva y presuntamente sometida a todo tipo de abusos. El horror, la ficción más atemorizante, el descenso al infierno de lo inhumano, aparentemente -y hasta que la Justicia determine las culpas- hechos realidad en una ciudad pequeña de provincia y en una casa cualquiera, de aspecto normal, de una planta, persianas blancas, puerta a la calle y un parche de terreno descuidado al fondo, como las hay tantas. El horror en la aparente normalidad. En la calma de provincia, libre de toda sospecha. Y puertas adentro los gritos, el dolor, quizá las súplicas. Y unas pocas paredes que guardarán el secreto de todo lo realmente ocurrido en ese lugar.
"Ser o no ser: ése es el dilema." El último mensaje de Estefanía Heit en su cuenta de Twitter dice todo y nada. Agrega una pregunta más a los muchos interrogantes que plantea el caso. Preguntas que en realidad no tienen respuesta, porque, ¿cómo es posible algo así? ¿En qué momento de su biografía alguien deja de ser un ser humano y se transforma, de a ratos y a puertas cerradas, en un monstruo? ¿Ser o no ser persona es el dilema?
En la tradición de la iteratura infantil, los ogros, gigantes y brujas tienen su razón de ser. El monstruo literario es malo y comete atrocidades, pero el sentido del relato es pedagógico: muestra el mal en estado puro para diferenciarlo nítidamente del bien y, en la derrota del final feliz, permite exorcizar su poder destructor. Es decir, ofrece una vía de escape. Lo ocurrido en Coronel Suárez es distinto. Es el horror sin moraleja. El horror de algo que parece estar más allá del castigo de la Justicia porque lo que muestra es el abismo de lo humano. Un abismo que esta vez se abrió en esa casa de apariencia tan normal, en una ciudad como tantas otras, convertida de pronto en la boca del infierno que los griegos llamaban Taranto, pero que, aquí y ahora, es un recordatorio de que a veces los monstruos también son cosa de este mundo.
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