Los matamos
"Ya intimamos a medio millón de tipos para que regularicen su situación, porque si no, los matamos."
(Del subsecretario de Ingresos Públicos de la provincia de Buenos Aires, Santiago Montoya.)
"Los matamos a besos", iba a decir el señor Montoya, pero lo interrumpieron antes de que pudiese redondear la frase, según versión recogida de fuentes generalmente bien informadas. Es lástima, porque con esa amputación el pobre ha venido a quedar como un recaudador de impuestos intemperante, furibundo sucesor del recordado Carlos Tacchi, famoso por la rigidez de procedimientos y la propiedad de su lenguaje, que además era propiedad privada suya y no estatal, como podría alguno creer, de atenerse a esa incompleta transcripción de las palabras del subsecretario.
De no ser así, en verdad que no se entendería nada. ¿Cómo, en medio de tanta tolerancia y buena voluntad de parte de todos los sectores, podría un funcionario salir con semejante exabrupto? Al contrario, pero muy al contrario; ¿o no es ésta la época del diálogo, de la concertación, de la participación, del acuerdo, de la armonización de intereses, perspectivas y proyectos, de los simpáticos escraches y de los amabilísimos piquetes, que también cobran sus gabelas? No, no los matamos, a nadie matamos y ni se nos ocurriría hacerlo. Ni a los morosos bonaerenses ni a los santafecinos, ni a los macrobióticos ni a los anabaptistas, ni a los seguidores de Boca, ni a los de Sandro, ni a los de Lita de Lázzari. A nadie. Definitivamente, a nadie.
Aseguramos que no hay errores al respecto, ni confusión posible, ni sobreentendidos tramposos. Es falso que Montoya haya querido decir "los matamos mañana por la mañanita", o "los matamos si podemos", o "los matamos si se dejan", o "los matamos si resisten". Nada de eso, pues, como se indicó, la frase hubo de ser "los matamos a besos", afectuosa expresión que se cortó, quizá por timidez. De veras; ni siquiera moscas o cucarachas mataría, ya que en ese caso el artículo hubiese sido el femenino y tampoco lo haría debido a su bondad natural, porque, como se sabe, los guardianes impositivos finalmente siempre se apiadan y dejan escapar a los chicos malos.