Los mantenidos
La octogenaria señora Dorita Lerner viuda de Barclays, madre del escritor itinerante Jimmy Barclays, ha enfermado de coronavirus.
-Malditos chinos -dice, hablando por teléfono con su hijo Jimmy-. Creen que van a matarme. Pero no podrán conmigo.
No es que Dorita Lerner sea racista. De hecho, tiene amigos chinos. Los dueños de la tienda gourmet donde compra exquisiteces, los Wu, son chinos y son sus amigos y ella intenta convertirlos a la religión católica. Los dueños de un canal de televisión ultraconservador que ella sintoniza a menudo, los Huang, son chinos y son sus amigos y ella visita dicho canal y concede entrevistas para condenar el aborto y la sodomía.
Postrada en cama con una tos recurrente, Dorita Lerner se ve obligada a cancelar sus viajes. No le gusta viajar con sus hijos:
-Mis hijos son todos unos ociosos que se levantan a mediodía. Han salido vagos por los genes de su padre.
El esposo de Dorita Lerner, don James Barclays, murió de cáncer hace años. Dorita no visita el cementerio donde yacen los huesos del que fue su marido. Prefiere viajar todos los años a Roma para visitar la tumba del fundador del Opus Dei, don Josemaría Escrivá de Balaguer, predicador incansable, oficialmente santo.
-Yo soy una luchadora -dice Dorita-. Me levanto a las seis de la mañana. Voy a misa de siete. Siempre tengo mil cosas que hacer. Cada día tiene su afán. Mientras los zánganos de mis hijos duermen, yo ayudo a la gente necesitada, hago obras de caridad, visito a mis amigas enfermas.
Apenas se recupere del coronavirus, Dorita viajará a Roma para asistir a una audiencia privada con el Papa argentino, su amigo. No desea que su hija ni que sus hijos la acompañen.
-Mis hijos están siempre peleando por cosas de dinero -se lamenta-. Prefiero viajar con mi asistenta.
Su asistenta se llama Milagros Aoki. Es japonesa. Habla cuatro idiomas. Dorita la ha convertido a la religión católica. En realidad, la señora Aoki es agnóstica, pero cuando está con su jefa simula ser católica. Frente a la tumba del santo Escrivá, la señora Aoki sabe sollozar de un modo persuasivo. Dorita Lerner tiene seis hijos varones, todos vagos en su opinión.
-El más ocioso es Jimmy, mi hijo mayor -le dice Dorita a su asistenta Milagros Aoki-. Dice que es escritor. Dice que está escribiendo una gran novela. Pero solo escribe unos cuentitos ridículos contando las intimidades de la familia. Y después no hace nada. Come helados todo el día, ve partidos de fútbol por la televisión (porque le da pereza ir al estadio, si será haragán mi hijo) y se encierra horas en su estudio, dice que a escribir. Pero no escribe un párrafo. Es un zángano mi hijo. Dicen que es adicto a la pornografía.
Jimmy Barclays, el hijo escritor, se considera, en efecto, la persona más perezosa que ha conocido. Pero cree que sus hermanos no son holgazanes como él: su hermano Amadeo es un atleta reconocido que corre maratones por todo el mundo, a veces hasta batiendo récords, o al menos sus propios récords; su hermano Octavio es un gran jugador de tenis que compite en torneos locales y regionales y es al mismo tiempo un notable jugador de ping-pong, campeón nacional de la categoría veteranos; su hermano Julián es un cazador de animales, como lo era su padre don James Barclays, y viaja con frecuencia para matar mamíferos, reptiles escamosos, aves silvestres y rapaces y hasta bandadas de palomas; y su hermano Fernando es un talentoso baterista y guitarrista de un conjunto de músicos aficionados que tocan en ciertos bares de la ciudad.
-Tus hijos somos artistas y deportistas -le dice Jimmy a su madre Dorita Lerner.
-Sí, cómo no -dice ella-. Pero ninguno trabaja. Yo los mantengo a todos.
No es completamente inexacto decir que la señora Dorita Lerner se ocupa de pagar las cuentas más onerosas de sus hijos: los viajes, las universidades y los colegios de sus nietos, las deudas bancarias, las tarjetas de crédito.
-Son todos unos mantenidos -le dice Dorita a su asistenta Milagros Aoki.
-Sí, señora -dice la fiel nipona-. Pero al menos son felices.
Así las cosas, las demandas y expectativas económicas de los hijos de Dorita Lerner tienden a ser constantes a insaciables.
Su hija Carlota, que tampoco trabaja, que se dedica a navegar en ese océano pérfido y embravecido que es la Bolsa de Valores, que se ha querellado con sus hermanos por cosas de dinero, le ha dicho que necesita dinero para hacerse una operación de implante de senos en una clínica extranjera. ¿Debe la señora Dorita pagar el ensanche de las mamas de su única hija?
Su hijo Jimmy, escritor itinerante que no tiene lectores, le ha pedido una suma cuantiosa para publicar su próxima novela, pues ninguna editorial seria se aviene a publicarla. ¿Debe la señora Dorita ser mecenas de su hijo, a pesar de que no tiene interés en leer esa novela?
Su hijo Amadeo, reconocido corredor de maratones, le ruega un óbolo no tan pequeño pues el testículo izquierdo, por correr tanto, se le ha descolgado bastante, y necesita hacerse una cirugía para que ambas glándulas ovaladas guarden una simetría que salve su honor. ¿Debe la señora Dorita sufragar el planchado de los huevos de su hijo atleta?
Su hijo Octavio ha quedado tuerto porque le cayó un pelotazo de tenis en el ojo menos miope y debe operarse, aunque incluso tuerto sigue siendo un as del tenis y del ping-pong. ¿Debe la señora Dorita deshacer el entuerto y devolverle la plena visión a su hijo tullido?
Su hijo Julián desea con ardor comprar rifles y escopetas de última generación para matar mamíferos de tamaño elefantiásico. ¿Debe la señora Dorita armar a su hijo pistolero, a pesar de que ella detestaba que su marido fuese a safaris para matar bestias salvajes, ninguna de las cuales era tan salvaje como él?
Su hijo Fernando, consumado baterista, eximio guitarrista, quiere tomar clases para cantar o gorgoritear en su banda aficionada y por fin atreverse a grabar un sencillo. ¿Debe la señora Dorita costearle los gorgoritos, los sonidos melodiosos, los quiebros y requiebros de voz?
-Que se jodan todos -le dice Dorita a su asistenta Milagros Aoki-. Son unos mantenidos, buenos para nada, ceros a la izquierda. Estoy enferma por culpa de los chinos asquerosos y harta de mantener a mis hijos. Que me dejen en paz.
Mientras sus hijos pedigüeños la mortifican con súplicas, ruegos y demandas de naturaleza crematística, Dorita Lerner, enferma y tosiendo, enferma y rezando, se reúne con sus amigos, los Huang, empresarios chinos dueños del canal de televisión ultraconservador, y les propone tres cosas: una, organizar una marcha religiosa contra el gobierno de izquierdas; dos, aceitar o lubricar con dineros resinosos a un número de congresistas pazguatos muertos de hambre para que destituyan al presidente de izquierdas; y tres, fundar, con ella, Dorita Lerner viuda de Barclays, a la cabeza, un partido político ultraconservador para dar un golpe y establecer una dictadura teocrática que prohíba las drogas, la sodomía, el reguetón, las minifaldas y los libros de su hijo Jimmy. Al formular esos planteamientos conspirativos a sus amigos chinos, los Huang, dueños del canal de televisión ultraconservador, Dorita Lerner omite decirles que tiene un hijo, Manuel, que vive en el Caribe y se dedica a componer canciones de reguetón.
-Es el único de mis hijos que no me pide plata, el único que no es un mantenido -piensa Dorita-. Porque vive del reguetón. Y está todo el día en buzo y zapatillas y con cadenas de oro, mi Manuelito.
Tan pronto como se recupera del coronavirus, Dorita Lerner alquila el avión de sus amigos, los chinos Huang, dueños del canal de televisión ultraconservador, y viaja, con su asistenta japonesa Aoki, a Roma, la ciudad que más ama, la ciudad en la que quisiera pasar todas las primaveras y todos los otoños, para reunirse en audiencia privada con el Papa argentino, a quien piensa reñir por haber despojado de sus poderes al Opus Dei, La Obra. También piensa visitar la tumba del fundador de La Obra, San Josemaría, y la casa de reposo y penitencia de su amigo, el cardenal Cienfuegos, condenado al ostracismo por toquetear jovencitos.
Reunida con el Papa, rigurosamente vestida de negro, temiendo contagiarle los rezagos del coronavirus, Dorita Lerner le dice a Su Santidad, hablando como argentina:
-Mirá, Francisco, lo que vos tenés que hacer es abrir un canal en YouTube y colgar todos los días unos mensajitos cortos, de no más de diez minutos. ¿Te copa? Yo después te los subo a TikTok. Olvidate de predicar en las iglesias, en los templos, como antes, Fran querido. Ahora tenés que estar en YouTube ¡o no existís! Yo te manejo la cuenta de TikTok: tengo un hijo tarado, Jimmy, el escritor, que se pasa el día entero viendo boludeces en TikTok, él puede ayudarnos.
-No es mala idea, querida Dorita -dice el Papa, paciente, compasivo.
-Serías el primer Papa youtuber de la historia, Fran -le dice la señora Lerner, el rostro cubierto por una mantilla negra.
Luego se retira delicadamente la mantilla, sonríe con leve coquetería y dice:
-¿Nos hacemos un selfi?
Sin esperar respuesta, Dorita Lerner dispara numerosas autofotos.