Los manotazos del kirchnerismo, al borde de un ataque de nervios
Los cambios que impulsa Cristina Kirchner para frenar la caída del oficialismo de cara a las próximas elecciones
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El pragmatismo siempre termina imponiéndose en el peronismo cuando sus líderes huelen que pueden perder el poder. El retorno a las clases presenciales en la provincia de Buenos Aires fue el primer indicador. La preocupación por empezar a desplegar un operativo para seducir a los votantes de Alberto Fernández hoy desencantados con su gestión será el siguiente paso. La coronación del plan será la búsqueda de candidatos a cargos legislativos que ayuden a retener el apoyo electoral logrado dos años atrás.
Innumerables fueron los datos provenientes de diversas encuestas de opinión pública que pusieron en vilo a Cristina Kirchner y sus acólitos frente al próximo escenario electoral. Pero uno de los que más deben haber conmovido a las primeras espadas del kirchnerismo, sobre todo en el distrito bonaerense, es el que señala que la mayoría de los ciudadanos afirma estar dispuesta a asumir el riesgo de contagio de coronavirus antes que resignarse a perder su fuente de ingresos.
Como una triste anécdota quedó aquella frase del presidente de la Nación, pronunciada el año pasado en plena cuarentena, según la cual prefería tener un 10 por ciento más de pobres antes que 100 mil muertos por Covid en la Argentina, “porque de la muerte no se vuelve”. Como en tantas otras ocasiones, el archivo puede ser el peor enemigo de Alberto Fernández: es probable que, al actual ritmo de decesos por coronavirus, para la conmemoración del 9 de Julio, el país ronde los 100 mil fallecidos, el fatídico número que el primer mandatario aseguraba que se iba a evitar.
El Gobierno no puede refugiarse ya en las estadísticas para ocultar el fracaso de su plan frente a la pandemia. La Argentina alberga a solo el 0,57% de la población total del planeta, que ronda los 7837 millones de personas; sin embargo, tiene el 2,27% del total de muertes por Covid en el mundo: casi 88.000 muertos sobre los más de 3,8 millones de fallecidos a nivel global.
Como cuando, allá por 1992, en plena campaña electoral, Bill Clinton hostigó a George Bush (padre) con su frase: “Es la economía, estúpido”, hoy desde el kirchnerismo parece estar transmitiéndosele el mismo mensaje a Alberto Fernández. Claro que las supuestas soluciones que se hacen llegar desde el Instituto Patria lejos están de inyectar la necesaria confianza para recrear el espíritu inversor que posibilite la recuperación económica.
La idea central de Cristina Kirchner no es otra que estimular a cualquier precio el consumo popular, atenta a que su clientela vota con el bolsillo. No es otra cosa que volver al discurso albertista previo a las elecciones de 2019, cuando el hoy Presidente prometía meter plata en el bolsillo de la gente y hasta utilizar los intereses que se pagaban a los bancos por la letras del Banco Central para aumentar los haberes jubilatorios, algo que distó de hacer.
La mayor apuesta del Gobierno es capitalizar la reglamentación del aumento del mínimo no imponible de Ganancias para que ningún trabajador que gane menos de 150.000 pesos pague ese tributo. Esa medida permitiría volcar unos 40 mil millones de pesos a la economía, entre descuentos y reintegros a esa porción de la población.
No obstante, la inflación, que desde hace ocho meses no baja del 3% mensual, al tiempo que acumula un 21,5% de aumento en lo que va de 2021 y un 48,8% en los últimos 12 meses, es por ahora un factor que condiciona la reversión del malhumor social. Junto con el costo de la comida y el temor a perder el trabajo, la inflación aparece dentro de un combo de inquietudes ciudadanas que impactarán necesariamente en el terreno electoral. Al incremento de los niveles de pobreza, las encuestas del oficialismo suman una preocupante pérdida de apoyo entre los votantes jóvenes, un segmento que fue puntal del triunfo en los comicios presidenciales de hace dos años.
El problema de la coalición gobernante es que no es fácil hacer populismo sin chequera. La alternativa que queda, entonces, es recurrir, como otras veces, al campo o a los pocos que tienen algo, sin considerar que cada manotazo impositivo implica más desconfianza, menos inversión y menos producción. Bajar más el déficit fiscal, como efectivamente ha venido ocurriendo en el primer cuatrimestre del año y como abogaría el ministro Martín Guzmán, no garantizaría triunfos electorales, según la concepción imperante en el cristinismo.
Los antecedentes del kirchnerismo en las elecciones legislativas de medio término son poco menos que nefastos. Desde 2009, cuando irrumpió la figura de Francisco de Narváez en el territorio bonaerense, los candidatos de Cristina Kirchner perdieron todas las elecciones parlamentarias de mitad de mandato.
¿Qué más pueden hacer los voceros del Frente de Todos para evitar la profundización del descontento social y evitar una debacle electoral? Por ahora, la única receta es mencionar cada diez segundos la palabra Macri, apostando al desgaste de la figura de Juntos por el Cambio que peor correlación de imagen positiva sobre negativa exhibe en los sondeos de opinión pública. Una estrategia casi calcada de la que en su momento empleaba el gobierno macrista respecto de Cristina Kirchner.
Otra opción que se debate es dejar de lado que, para Cristina Kirchner, la inseguridad ha sido tradicionalmente “una cuestión de marketing” de la derecha y confirmar a Sergio Berni como el primer candidato a diputado nacional en la provincia de Buenos Aires, como una forma de contener a quienes más sufren el desamparo frente a la delincuencia en el conurbano bonaerense, mal que les pese a funcionarios del gobierno nacional que han sido maltratados por el ministro de Seguridad provincial y al propio Alberto Fernández.