Los límites del gigante: aspiración global, obstáculos domésticos
Las masivas protestas que desde hace tres semanas sacuden a Brasil muestran otra cara del país que en los últimos años escaló hasta los primeros lugares de influencia regional; cuáles son las grietas políticas internas que ahora amenazan con cambiar su lugar en el tablero de la geopolítica mundial
RÍO DE JANEIRO.- La explosión popular que hace estremecer las estructuras políticas del gigante latinoamericano empezó en Internet. Por eso, la síntesis perfecta de la actual crisis aparece reflejada en algunas de los cientos de miles de pancartas que la ocurrencia brasileña paseó en las últimas semanas por pueblos y ciudades, en un verdadero carnaval de la bronca contra la clase política en su conjunto. Ese mensaje que viene en formato de programación de PC ( Personal Computer y no Partido Comunista) trasciende desde que apareció en una manifestación en Niteroi mientras la corporación política, más por temor que por convicción, se abocó a reiniciar el soporte de la vida democrática en un país que por estas horas presenta la duda mais grande do mundo .
El Brasil del crecimiento económico, el país de la inclusión de 40 millones de personas al mercado a lo largo de la última década, la octava economía del mundo, la aspiradora de inversión externa, el nuevo actor internacional de peso, que había conquistado la sede de un Mundial de fútbol y de los Juegos Olímpicos con diferencia de dos años, el ejemplo a seguir para muchos gobiernos de la región, dejó al desnudo sus problemas y sus contradicciones cuando la clase media, con sus nuevos componentes surgidos durante la era del Partido de los Trabajadores (PT) en el poder, comenzó a decir basta.
Y enseguida surgieron los primeros interrogantes a nivel regional. No ya si lo que pasa en Brasil puede ocurrir en otras capitales vecinas. Después de todo, cada uno tiene sus propios "indignados". En la Argentina es la clase media, que nunca se sabe si despierta o sale a las calles en su condición de sonámbula, y en Chile son los estudiantes universitarios, que a su manera marcan la agenda preelectoral y hacen a muchos preguntarse si, como dice el ex canciller brasileño Rubens Ricupero, la democracia representativa está en crisis en el mundo entero.
La pregunta que se repite en muchos observadores externos es si Brasil está en condiciones de liderar en América latina, con tantos problemas domésticos. Con la desigualdad, que a pesar del esfuerzo del lulismo en una década aún persiste, con su debilitada infraestructura y con la flagrante corrupción que afecta a sus instituciones.
Hasta no hace mucho, sin embargo, eran pocas las voces que se atrevían a desafiar esa idea. Una de ellas era la del ex canciller mexicano Jorge Castañeda, quien veía como fallidas las incursiones de Itamaraty por la región, tanto en la crisis de Honduras como en Venezuela. Por ahora, ante la sorpresa de la crisis que no termina, las aspiraciones globales de Brasil, en el marco de una política exterior siempre sólida, pasaron a un segundo plano. Pero no transcurrirá mucho tiempo hasta que el país tenga que reevaluarlas.
"Querer liderar le salió caro a Brasil, porque no buscó un liderazgo sólo en América latina, sino también en África, donde hasta se han condonado deudas, siempre aspirando a conseguir una silla permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero el hecho es que de los BRIC, somos el que menos crecimiento del PBI hemos tenido en los últimos años", cuestiona el sociólogo Glaucio Soares, del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ).
A la tradicional política externa de Itamaraty, reconocida en la región como sumamente profesional, se había sumado en estos años el despliegue de Lula-gobierno, con un presidente como el líder del PT transformado en el mejor gerente de marketing de su propio país. "Nadie vendió más y mejor la marca Brasil que Lula", reconocía hace unos años un importante empresario brasileño, quien lo había combatido en otros tiempos y en otras campañas.
Para otros analistas, como Marcus Vinicius de Freitas, experto en derecho y relaciones internacionales de la Fundación Armando Alvares Penteado (FAAP), la actual rebelión de la nueva clase media brasileña no tiene por qué alterar ese liderazgo, que por dinamismo diplomático y peso geográfico y económico, Brasil ocupa.
"Problemas internos los tiene hasta Estados Unidos con Obama. Una cosa es lo que Brasil representa en la región y en el mundo, y otros muy distintos son los problemas domésticos", advierte De Freitas.
En concreto, la economía brasileña viene dando muestras de agotamiento y, lo que es peor, "una suerte de estanflación (estancamiento de la economía con inflación) está golpeando la puerta desde hace meses", recuerda Soares. Mientras tanto, los países que componen la Alianza del Pacífico (con México a la cabeza) se afirman con mejores índices macroeconómicos y el sistema político brasileño atraviesa una suerte de divorcio con la sociedad civil. A tal punto que en el escenario aparece el Brasil de la clase política y el de "los hijos de la democracia" que siguen esperando cobrar las promesas derramadas cada vez que llega el turno de las urnas.
Un aumento de 20 centavos de real en el boleto en el transporte público, justo cuando la inflación comenzó a golpear en bolsillos de la gente, colmó la paciencia social de millones de personas que pagan un pasaje como si estuvieran en París para viajar en trenes que muy pronto estarán a la altura del ferrocarril Sarmiento. Pero el descontento venía, desde hacía años, mostrando periódicamente atisbos de un hartazgo que se iba cociendo al fuego lento.
"Existe una disconformidad con todo lo que huela a política y, por lo que se vio en las calles, parte de sectores de clase media, mucho de los cuales ascendieron socialmente durante la época del lulismo. Yo lo enmarco como el final de una etapa de desarrollo con inclusión de la última década", explica Soares.
Ese disconformismo se manifestó en las últimas tres semanas como no ocurría en Brasil, tal vez, desde los tiempos de las Direitas Ja ("Directas ya") durante el final de la dictadura militar. A diferencia de entonces, cuando los líderes de los partidos democráticos conducían el proceso, ahora es un movimiento de carácter horizontal, con ciertos componentes anárquicos y cuyo combustible ideológico no pasa por partido alguno, sino por lo que deberían recibir del Estado y no reciben, si se tiene en cuenta que sobre ellos recae una presión tributaria de las más altas de América latina: el 36,27 % del PBI en 2012, según los datos del Instituto Brasileño de Planificación Tributaria.
Las columnas en las calles, que algunos vinculan con movimientos de indignados en distintos lugares del mundo, con una llamativa mayoría de jóvenes entre los 16 y los 25 años, primero lograron sorprender y luego estremecer a una clase política que parecía más que segura en su anquilosamiento. Con partidos políticos transformados en vehículos para llegar al Congreso, con políticos que suelen cambiar de partido como de cantina y con un sistema de representación atado a los acuerdos interpartidarios para poder asegurar mínimamente la gobernabilidad.
Divorcio en puerta
Multitudes que reparten críticas hacia los representantes de los tres poderes, y algunos actos de vandalismo, dejaron mudo al poder por varios días. Semejante nivel de perplejidad obedeció tal vez a la naturaleza que fue adoptando el PT en el poder, donde terminó desnaturalizando la razón de ser que le dio vida en la política brasileña.
Desde 1989, cuando Lula perdió su primera elección hasta 2003, cuando llegó al poder, el partido fue aggionándose cada año un poco. No obstante, le había alcanzado para desembarcar en el Planalto como la esperanza de cambio y fortalecer las aspiraciones de liderazgo regional del país. A juzgar una década después, y por el resultado en términos de inclusión social, se trata de una década histórica, bajo la conducción de un líder con grandes dotes negociadoras y un enorme talento. Quien mejor lo definió en su momento fue la economista María Conceicao Tavares, cuando afirmó que "Brasil tiene al Pelé en el fútbol y al Pelé en la política, y ése es Lula".
Pero el Pelé de la política descubrió recién ahora su talón de Aquiles. Los acuerdos con el Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el eterno árbitro de la política brasileña posdictadura, y otros partidos menores, para garantizar una mayoría en el Congreso, lo llevó primero a los escándalos de corrupción del mensalao y ahora al repudio de buena parte de la sociedad que pide el final de la casta política.
Si algo marcan en estas históricas semanas en Brasil no es sólo el despertar de una nueva masa crítica en la sociedad civil, sino también el modo en que la izquierda tradicional perdió la calle a manos de sectores que no tienen ningún temor de castigar a la cadena O Globo "porque apoyó a la dictadura" y de reivindicar la ética como acción fundamental de gestión. "Hay un reclamo de transparencia y de limpieza en la política que los políticos no pudieron o no supieron medir y a los que la presidenta Dilma intenta ahora responder", opina Marco Aurelio Ruediger, director de Análisis de Políticas Públicas de la Fundación Getulio Vargas.
El reformateo de los partidos políticos y la propia dinámica de la crisis: eso es lo que ocupa hoy a todo Brasil, más que las cuestiones de liderazgo regional que se plantean quienes miran, entre sorprendidos y temerosos, la evolución de la crisis del país. De ocuparse de eso ya tendrá tiempo Itamaraty, una vez que supere el shock de ver su sede atacada y cuando las manifestaciones y la crisis económica le den un respiro.
Todo parece ahora estar en cuestión en el gigante sudamericano. No en vano, con el correr de las horas, hasta el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) acusó recibo de los reclamos y el miércoles, por primera vez, encarceló a un diputado, Natam Donadom (PMDB), quien hace 3 años había sido condenado a 13 años de prisión por desviar recursos públicos en su estado, Rondonia. Una manera prudente de reiniciar el sistema. Para muchos de los que mantienen su hartazgo en asamblea permanente, parece un sueño. Para otros sólo se trata de los últimos intentos de una de las partes para evitar una ruptura tras años de desgaste y de incomprensión de la clase política.
Una relación en la que el electorado se había dado una última oportunidad ungiendo a Lula y luego a Dilma. No por casualidad, en las calles de Río resaltó una de tantas pancartas: "Lula: se acabó el amor, quiero mis bienes". La demanda recién comienza.
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