Los límites del crecimiento
En 1972, el Club de Roma publicaba el Informe Los límites del crecimiento. Un estudio sin precedentes encargado a un equipo de científicos e investigadores del MIT.
El objetivo fue proyectar a 100 años, mediante el uso de modelos computacionales y dinámica de sistemas, 13 escenarios futuros para la humanidad, a partir del análisis de la interacción de diferentes variables, con eje en el crecimiento poblacional y el consecuente incremento de la huella ecológica asociado a las actividades humanas (producción de alimentos, consumo de recursos, polución, etc.).
La primera conclusión del estudio fue categórica: el planeta tiene límites físicos infranqueables. No es posible un crecimiento económico y material exponencial -mucho menos infinito- en un planeta finito. La segunda conclusión conllevaba una advertencia: si los modelos de crecimiento de aquel entonces mantenían sus tendencias -lo que se conoce como Business as usual-, la capacidad de carga del sistema finalmente se sobrepasaría, alcanzando los límites en algún momento dentro de los 100 años posteriores a la publicación del Informe, al cabo de lo cual, sobrevendría el colapso de la sociedad, con una caída abrupta tanto de la población como del bienestar humano.
Aun así, lejos de augurar un apocalipsis insalvable, el informe abría horizontes de esperanza, con opciones que mostraban la posibilidad de estabilizar el sistema y permitir el desarrollo sostenido de nuestras sociedades en el tiempo. Pero para que esos escenarios prevalecieran, se remarcaba la necesidad de una innovación social urgente y profunda a través del cambio tecnológico, cultural e institucional, con el fin de evitar el incremento de la huella ecológica que condujera a un punto de no retorno.
No es necesario insistir en lo evidente: la sociedad moderna, industrial y consumista, optó por desoír las advertencias del informe. Malthusiano, carente de fe en la ciencia y la tecnología, negador de los beneficios del libre mercado, fueron algunos de los epítetos que se utilizaron para desacreditarlo. Las advertencias cayeron así en un largo letargo del que recién lograrían salir a inicios del siglo XXI. No debido a una relectura de sus detractores, sino por el triste hecho de que gran parte de sus advertencias se convirtieron en realidad.
La actualización de los modelos alimentada con la creciente acumulación de datos disponibles desde 1972 a la fecha, no hacen sino reconfirmar lo irrefutable: el Club de Roma tenía razón. Como también la tiene todo el mundo científico que, representado en el trabajo del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), no hace más que advertir, casi con desesperación, sobre el hecho de que hemos sobrepasado los límites, y que sólo contamos con un par de años para evitar el golpe final de un cambio climático desbocado.
No tiene sentido repetir lo consabido: que estamos destruyendo el planeta y con él, a nosotros mismos. Es inútil y tedioso hacerlo. Pero acaso por eso, sí sea necesario preguntarnos por el porqué de este derrotero. ¿Por qué no podemos cambiar?
Desde la Ilustración del siglo XVII, estamos convencidos de que nuestro devenir estará iluminado por la Razón. El filósofo Immanuel Kant pregonó su triunfo y definió a la Ilustración como la salida del hombre de su minoría de edad. La Razón prevalecería para siempre sobre la superstición y la ignorancia.
Sin embargo, aún hoy, la Razón no logra iluminar nuestro camino. Creemos más en Nostradamus que en la ciencia. Más a Baba Vanga que en la Historia. Tal vez, por la comodidad de aceptar lo misteriosamente profetizado, escapando a la responsabilidad que implica reconocer que el destino no está escrito de manera apodíctica, sino sólo proyectado.
Si fuéramos tan devotos -como decimos serlo- del método científico y los datos empíricos, aceptaríamos lo que nos dicen, en lugar de negarlos, sobre todo cuando nos revelan las inconsistencias de nuestro sistema de creencias. Pero no lo hacemos.
Nuestra civilización está al borde del abismo. Es tiempo de escuchar con devoción la voz de la ciencia que nos advierte de la catástrofe al tiempo que nos señala los caminos alternativos para atenuar la caída.
Las proyecciones de Los límites del crecimiento fueron elaboradas hace 50 años, sobre datos empíricos y con capacidad científica. Hoy nos alcanzan con asombrosa vigencia, y nos advierten, una vez más, sobre los posibles escenarios futuros.
Las proyecciones están escritas. Están basadas en la realidad. La ciencia es empírica, pero el ser humano es pura potencialidad. Convertirlas en destino irrevocable, cae en el reino de la libertad. Nuestro reino. Nuestro destino. Nuestra responsabilidad. Parafraseando a Kant: nuestra más pura Razón.
Director Ejecutivo del Club de Roma Argentina