Los líderes deben propiciar la confianza en las instituciones
La mayoría de las preocupaciones por el impacto que la crisis del coronavirus tendrá por fuera de lo sanitario se concentra sobre la economía, y muy pocas se enfocan en la política, más allá de algunas fáciles reivindicaciones de la necesidad de un Estado presente. Sin embargo, resulta oportuno detenerse en eso porque la Argentina y también otras democracias occidentales encuentran dificultades adicionales no solo para la prevención y el tratamiento de la enfermedad, sino también para asegurar a futuro las bases que la justifican como forma de gobierno.
Desde hace décadas, en todas las democracias del globo hay una tendencia a la pérdida de confianza en los representantes, los gobiernos y los partidos políticos. Esa confianza es esencial para creer que ellos gobiernan para el pueblo y no para su propio provecho. El manejo de la crisis ha mejorado la imagen de prácticamente todos los gobernantes del mundo, pero sería apresurado creer que los problemas estructurales de la democracia se han ido. La Argentina no escapa a este diagnóstico: el gobierno fortalece su legitimidad con medidas preventivas que son ampliamente compartidas y respetadas por la ciudadanía. ¿Pero podría hacerse algo más pensando en la salud de la democracia y en los peligros que sobre ella imponen siempre las crisis severas?
Es cierto que el coronavirus ha logrado obturar momentáneamente la grieta: el Gobierno ha abierto canales de diálogo con la oposición, la cual ha apoyado y colaborado en todo lo que está a su alcance; hay un sentimiento compartido de suerte colectiva, y los representados están confiando en las decisiones de los representantes más allá de su identificación política. Ya se ha dicho que la foto es una buena oportunidad para seguir este rumbo en el futuro, y algunas acciones concretas podrían pavimentar ese camino.
Lo primero y más importante es apuntar a reforzar la confianza en los gobernantes, pero sobre todo en las instituciones que ocupan. Para eso no es necesario sobreexponer al Presidente sino considerar que una cuarentena de esta envergadura es un hecho inédito en la historia universal y necesita de una administración eficaz pero también de una comunicación centralizada, clara, confiable y sobria.
En nuestro país, después de una fase caracterizada por cierto encanto de lo nuevo (miles de bromas y memes circulan por las redes sociales), probablemente el humor cambiará pronto, sobre todo si crece significativamente el número de víctimas y/o hay dificultades para abandonar el aislamiento social. Se necesitará entonces un liderazgo político que esté a la altura del desafío. No se trata solo de la actitud del presidente Fernández, sino también de una serie de señales que lógicamente lo ponen en el centro de la acción pero que lo exceden en su capacidad individual e institucional de lidiar con este problema, e incluso con los otros problemas económicos y sociales que sobrevendrán después.
Nuestra democracia podría fortalecerse si el conjunto de la ciudadanía volviera a confiar en que la información estatal es neutral, o al menos sin sesgos políticos de corto plazo. Desde hace años nos hemos acostumbrado a descifrar la propaganda oculta o los mensajes sesgados en el discurso público. El Presidente tiene una oportunidad no solo de fortalecerse políticamente sino también de jerarquizar la palabra pública por la que se mostró preocupado en su discurso ante la Asamblea Legislativa el 1° de marzo.
En un contexto de información falsa y desregulada circulando a máxima velocidad, una ciudadanía angustiada y crecientemente ansiosa necesita información veraz, y conocer con más detalle el horizonte que se persigue con las medidas adoptadas. Se podría, por ejemplo, compartir con la población buena parte de la información oficial sobre la pandemia, las proyecciones de las consecuencias de las diferentes pautas de acción, las alternativas que se están teniendo en cuenta, las ideas novedosas que se están considerando, los resultados de las medidas que se están tomando en otros países, o simplemente explicaciones más exhaustivas y cuantificadas acerca de la administración de la cuarentena.
No se trataría entonces de multiplicar los reproches a irresponsables o egoístas, sino de maximizar la cooperación de una ciudadanía adulta, cuya acción y coordinación colectiva siempre es difícil. Argentinos que aumentan los precios, suspenden personal o no se lavan las manos porque no tienen agua corriente existen hace décadas. Se trataría, en cambio, de entender a todos, de contener a todos. Todos somos necesarios para el desarrollo del país. En estos momentos el único enemigo debe ser el invisible. Si, por ejemplo, el Presidente designara además un/a vocero/a opositor/a, multiplicaría las probabilidades de mejorar la representación y la confianza, y de superar al fin la grieta, y en definitiva, de fortalecer la democracia, a la vez que ahuyentaría fantasmas y minimizaría las sospechas de réditos políticos inmediatos en medio de la mayor amenaza sanitaria que recuerde la historia nacional.
Por otro lado, a partir de esta crisis parece nacer una revalorización de la ciencia y de la técnica. Sería algo positivo si la amenaza del virus se transformara en una fortaleza que robusteciera sus presupuestos asignados y su prestigio social. Pero la ciencia y la técnica en sí mismas también pueden ser amenazantes para la democracia y sus irrenunciables libertades. Pensemos, también como ejemplo, en el tamiz autoritario que tiene, sobre todo en momentos de crisis y miedos, el control de las personas (o de su salud) a través de la tecnología. Por ejemplo, mediante el seguimiento con cámaras de seguridad, la localización a través de teléfonos celulares, los registros de compras a través de las tarjetas de crédito, la demarcación del círculo social mediante las redes sociales y el uso de otra información pública y privada a la que ya se puede acceder fácilmente. Todo esto, tanto si es utilizado por el Estado, como en China, o por el vecino.
En definitiva, tanto por razones estructurales globales de largo plazo como por razones coyunturales locales de corto plazo, así como también por las potencialidades técnicas actuales, resulta imperioso que en medio de esta difícil crisis los gobernantes demuestren y propicien al extremo la mesura y la confianza de todos los sectores en las instituciones. La sociedad argentina no ha erradicado del todo su germen intolerante y hasta violento, y la dirigencia política y social debe incentivar el difícil camino de la información abierta y la convivencia más que la actitud delatora del otro, el escándalo o el escrache. Es importante no perder ni un segundo de vista la búsqueda del fortalecimiento de nuestra democracia, que es uno de los pocos logros del que podemos sentir orgullo como sociedad.