Los Kirchner, en su hora más gloriosa
UNO de los seis tomos de las Memorias de Winston Churchill sobre la Segunda Guerra Mundial lleva por título Su hora más gloriosa porque describe la crucial etapa de aquella guerra en la cual, cuando Francia ya había caído y los Estados Unidos aún no habían entrado en acción, Gran Bretaña debió resistir sola la embestida de Adolf Hitler. Entre nosotros, esta última semana comenzó el domingo 23, con la rotunda victoria electoral de Cristina Kirchner, y culminó el jueves 27, con la inauguración del imponente mausoleo que guarda los restos de Néstor Kirchner en Río Gallegos, al cumplirse un año de su muerte. ¿Estamos asistiendo, por lo visto, a "la hora más gloriosa" de los Kirchner?
No exactamente. Cuando Churchill habló de "su hora más gloriosa", no se refería a la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, que vendría más tarde, sino al inmenso esfuerzo de los ingleses para subsistir sin ayuda que la precedió. Del mismo modo podría decirse que la hora más gloriosa de los Kirchner no suena ahora que él es exaltado y ella manda ya sin atenuantes, sino que sonó antes, a partir de la abrumadora derrota electoral que ambos sufrieron el 28 de junio de 2009, cuando el ciclo del poder kirchnerista parecía al borde de la extinción. Lo prodigioso no es entonces el triunfo actual de la Presidenta y de la memoria de su esposo, sino el colosal esfuerzo que ambos emprendieron en el período 2009-2011, en cuyo transcurso el kirchnerismo renació de sus cenizas como un ave fénix.
Se la ha criticado a Cristina antes de la última elección por difundir la sensación de que "ya había ganado". En este vaticinio, sin embargo, ella no se equivocó. Los que creyeron que ya habían ganado sin percibir que se encaminaban hacia una aplastante derrota fueron sus opositores, quienes quedaron tan confundidos que uno de ellos, Ricardo Alfonsín, viene de aplaudir el duro "apriete" que ha desplegado el Gobierno contra los operadores del mercado de cambios ante la sangría de dólares que sufre el país, confirmando así que siguen careciendo de la imaginación necesaria para sugerir, en este y en otros campos, una vía alternativa a la del kirchnerismo. Si puede decirse entonces que el tramo 2009-2011 fue "la hora más gloriosa" de los Kirchner, también podría decirse que ese mismo tramo fue "la hora menos gloriosa" de sus adversarios, que se durmieron en sus laureles de forma tal que el fracaso del no kirchnerismo vino a sumarse al éxito del kirchnerismo, potenciándolo hasta una altura que hoy parece inaccesible.
Del triunfalismo…
Hacia 1991, cuando los Estados Unidos derrotaron a la Unión Soviética en la Guerra Fría, surgieron dos diagnósticos. Uno de ellos, triunfalista, fue el del norteamericano Francis Fukuyama, quien en El fin de la historia concluyó que la historia universal corría hacia su fin con la victoria de la democracia y el capitalismo. El otro, más sobrio, estuvo a cargo del ruso Georgi Arbatov, quien les advirtió a los norteamericanos que tuvieran cuidado porque, en su caída, la Unión Soviética "los había dejado sin enemigo". Luego vinieron los atentados contra las Torres Gemelas y el triunfalismo de George W. Bush, quien, al precipitar a su país a dos guerras desastrosas en Irak y en Afganistán, vino a confirmar a su pesar otra tesis, la del inglés Paul Kennedy, según el cual los imperios mueren a veces por entusiasmo, por "sobreexpansión".
Al día siguiente de su victoria electoral, la Presidenta pareció haber asimilado estas lecciones cuando advirtió a sus partidarios que no debían creérsela. ¿Pero siguió ella misma este consejo? No bien continuó el drenaje de divisas al día siguiente de las elecciones, el Gobierno lanzó una serie de medidas represivas contra los operadores del mercado. Pero más de un sensato economista le señaló que la causa de este drenaje no es la presunta "maldad" de los operadores sino el simple hecho de que, notando que el dólar está barato porque sube a un ritmo del 5 por ciento anual, mientras la inflación crece al 25 por ciento anual, el mercado tiende a comprar lo que está barato. El gobierno de Cristina arremetió contra esta ley natural de la oferta y la demanda, quizás enfervorizado por su propia victoria.
El voluntarismo responde a la creencia de que un gobierno puede atentar contra las leyes económicas nada más que porque ha triunfado políticamente. ¿No ha sido un exceso de optimismo de parte del Gobierno creer que la represión oficial puede vencer a la lógica de los mercados, sin darse cuenta de que con esta apresurada estrategia sólo logrará ahuyentarlos aún más? ¿No cayó una y otra vez la Argentina en el voluntarismo económico de los gobiernos políticamente fuertes que pretendieron controlar los precios a voluntad? Esta desmesura equivaldría, casi, a derogar por decreto la ley de la gravedad. Si continúa por esta senda, el gobierno políticamente poderoso de Cristina podría convertirse en su propio enemigo, por ignorar los consejos de Kennedy y de Arbatov.
…al derrotismo
Si el triunfalismo puede convertirse en el talón de Aquiles de los vencedores, el derrotismo es la tentación de los perdedores. En tanto que el triunfalismo consiste en creer que, porque se ganó en un terreno, por ejemplo en el terreno político, se puede ganar en los demás, por ejemplo en el terreno económico, el derrotismo consiste en verse perdido incluso allí donde todavía quedan posibilidades de ganar. Entre 2009 y 2011, ya vimos, la oposición fue triunfalista porque se durmió en los laureles que parecía ofrecerle la derrota kirchnerista. Ahora, el riesgo mayor de la oposición es envolverse en el oscuro manto del derrotismo.
Lo peor del derrotismo es que "nubla" la percepción de los vencidos. En 1946, para tomar un ejemplo, la derrota frente al naciente Perón que inauguraba el populismo de centroizquierda desorientó a los radicales, que en lugar de situarse, como era lógico, a la derecha del peronismo, se mimetizó con él sustituyendo su programa de centro por otro de centroizquierda en la famosa convención de Avellaneda. De ahí en más, en vez de contar con un partido populista como el peronismo y con un partido de centro como el radicalismo, el país cayó en una suerte de bipopulismo.
Al aprobar desde el vamos el intervencionismo en el mercado de cambios que ahora propone la triunfante Cristina, Alfonsín podría caer ahora en la misma trampa que llevó al radicalismo a abandonar el "alvearismo" en 1946 para competir en vano con el peronismo en nombre del yrigoyenismo. El "neoderrotismo" de 2011 podría consistir en la pretensión de quitarle al kircherismo su indudable reinado en la centroizquierda. En este error podrían caer no sólo los radicales de Alfonsín –¿no, los de Sanz?– sino también el propio Binner, que en tal caso también se lanzaría a competir en vano con el kirchnerismo.
Los países políticamente desarrollados tienen dos partidos principales, uno de centroizquierda y otro de centro o centroderecha. Si la oposición al kirchnerismo vuelve a enfrentarlo en el campo de batalla de la centroizquierda, seguramente perderá otra vez. Sólo podrá enfrentarlo, cuando las contradicciones del intervencionismo económico se manifiesten plenamente, el partido que se anime a ocupar el gran espacio vacío que hoy ofrecen el centro y la centroderecha. Puede decirse que Binner fue uno de los "no derrotados" el último domingo, pero su inclinación por la centroizquierda podría vedarle correrse al centro. Actuar desde el centro o la centroderecha, ¿no sería en cambio la opción natural que le queda a Mauricio Macri, el otro "no derrotado" de hace siete días?
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