Los K hundían a Mirtha y ahora es ídola universitaria
Chicos veinteañeros que se empiezan a asomar a los desafíos y problemáticas de la vida adulta y una leyenda viviente, casi centenaria, del espectáculo argentino confluyeron en un mismo ámbito, en otra jornada candente de las protestas universitarias. Aunque bien contrastantes por edades y formaciones, sin embargo, ambas partes armonizaron con una cordialidad inesperada, en medio de paros y tomas de facultades.
El milagro sucedió en el aula magna de la Facultad de Arquitectura, en la Ciudad Universitaria. “A los estudiantes de esta institución quiero decirles que ustedes y yo tenemos algo en común. Ambos trasnochamos estudiando. Durante 56 años estudié a mis invitados y preparé mis programas hasta las 3 de la mañana”, dijo Mirtha Legrand al agradecer el doctorado honoris causa que le otorgó la UBA.
Ni que hubiese sido planificado por quienes protestaban, la gran estrella de todos los tiempos pronunció una vehemente defensa de la universidad pública. “El mundo entero nos envidia la educación universitaria gratuita en la que se formaron los cinco premios Nobel que tiene la Argentina”, enfatizó Mirtha, y estallaron los aplausos. “En un momento histórico para las universidades públicas de mi amado país –remató la actriz y conductora–, no quiero dejar de expresar mi apoyo y orgullo a quienes hicieron grande a la universidad pública”.
Leyó su discurso cuidadosamente bordado porque debía ser muy precisa en ese estrado, sabedora de que sus palabras siempre rebotan en la prensa con inusitada fuerza. Bastó, hace unos meses, que expresara una mínima preocupación por la continuidad del cine Gaumont para que el presidente Javier Milei le lanzara indirectamente algún dardo y se armara una descomunal batahola.
En el día de la marcha de las velas, con efervescencia a tope en el debate abierto entre el Gobierno y las casas de altos estudios por la grave desfinanciación de la enseñanza terciaria (30% menos que el año pasado), la diva se asomó a la más observada vidriera de una jornada tan particular en la que la Universidad de Buenos Aires la distinguía por su amplísima y variada trayectoria cinematográfica.
Su paso por la pantalla grande incluye 36 títulos, entre comedias brillantes (La pequeña señora de Pérez y La pícara soñadora, entre otras) y producciones más jugadas y ásperas, como La patota, la película preferida de esta gran viajera por el tunel del tiempo. Piénsese que su debut en la pantalla grande (Hay que educar a Niní, junto a su hermana gemela, Silvia, en 1940) se produce apenas siete años después de la primera realización argentina sonora (Tango). Y la última que protagonizó fue Con gusto a rabia, en 1965. Tres años más tarde se abriría el capítulo más trascendental de su vida, y que continúa hasta el día de hoy: conducir almuerzos y cenas por TV, con comensales de los más diversos rubros e ideas, encuentros en los que siempre ha sobresalido su toma de posición, muchas veces tajante y hasta controvertida, lo que le ha valido amores y odios intensos.
Cuando con gran clarividencia, en 2003, les espetó en la cara a Néstor y Cristina Kirchner: “Se viene el zurdaje” (una manera peyorativa, pero efectiva, de bajarles el precio a las ideas de izquierda que supuestamente traía el matrimonio patagónico), nunca imaginó que la venganza del kirchnerismo iba a ser tan intensa: una gigantografía de su imagen fue colocada, junto con las de otras figuras, en la Plaza de Mayo, incitando a los chicos a que las escupieran. La militancia virtual y programas panfletarios, como 6,7,8, intentaron desde entonces embarrarla siempre. En la “década ganada”, su nombre era mala palabra para las juventudes más politizadas. Y como respuesta, Mirtha Legrand, lejos de arrugar, elevó el voltaje crítico de sus programas, que se volvieron más sectarios ante la deserción de muchas figuras que simpatizaban con el oficialismo de entonces.
“Esta doctora ya no quiere tango, quiere trap, rap y reggaeton”, dijo Legrand en la UBA, tan perceptiva y aggiornada a los cambios de clima de época, políticos y culturales, que ahora vuelven a favorecerla en esa franja etaria que tanto la denostaba. “Bienvenida Mirtha a la toma”, “Hoy nos visita Mirtha Legrand en la FADU [Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo] tomada”, se alegraban los estudiantes movilizados en las redes sociales y en pancartas. Página 12 destacó su conexión con la realidad, en contraste con “lo obsoleto del Coloquio de IDEA”.
Hubo aplausos muy intensos de los más jóvenes cuando en el homenaje que M. L. compartió con el director cinematográfico Héctor Olivera, quien también recibió su distinción honoris causa, se proyectaron imágenes de su película La noche de los lápices, sobre los alumnos desaparecidos de La Plata que reclamaban la implementación de un boleto estudiantil.
La bienvenida a la diva, por parte de la UBA, estuvo a cargo de Ricardo Alfonsín, nieto del expresidente, en su momento líder de la banda punk rock Boinas Blancas y ahora director general del festival internacional de cine que se está llevando a cabo en la FADU.
Mirtha Legrand nació durante el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen y surfeó todas las épocas tan encrespadas de este país. Por eso no es exagerado afirmar que ya constituye un verdadero patrimonio nacional y cultural de los argentinos, cuya idiosincrasia se refleja en sus propias luces y sombras.