Los jóvenes "escuderos" que desafían elrégimen de Maduro
Manifestantes de entre 15 y 25 años responden a la la represión con una violencia que a veces les cuesta la vida,Protesta. Manifestantes de entre 15 y 25 años responden a la la represión con una violencia que a veces les cuesta la vida
Desde marzo de este año, las protestas en Venezuela tienen un nuevo actor. Los opositores los llaman "la resistencia", "los escuderos" o "los guerreros"; el oficialismo los llama "terroristas". En su mayoría son jóvenes de entre 15 y 25 años. En las marchas se los ve con su armamento improvisado: hondas, piedras, cascos de moto o de bicicleta, anteojeras de natación y escudos caseros pintados con grafitis. Algunos llevan máscaras de Halloween. Otros, máscaras antigás. Otros van con la cara descubierta.
"Se trata de un fenómeno inédito en nuestra historia reciente", me dice por teléfono Giannina Olivieri, autora del libro Estudio de las relaciones civiles y militares en Venezuela. "Si comparamos estas protestas con las de años anteriores, constatamos que nunca hubo una represión tan fuerte como la de ahora. Eso ha propiciado que aparezca este grupo de jóvenes que va a la vanguardia de las marchas para enfrentar a las fuerzas del Estado."
David Vallenilla, de 22 años, era uno de esos jóvenes. Murió el jueves por el impacto de tres perdigones en el corazón. El video del momento en que un miembro de la Guardia Nacional le disparaba dio la vuelta al mundo. Pienso en mi hijo, que nació en Caracas y tiene la misma edad de David. ¿Qué estaría haciendo si aún viviéramos en Venezuela? Seguramente, como el 80% de la población venezolana, estaría en contra de la constituyente a la que llama Maduro. Seguramente iría a las marchas. ¿Se habría unido a los escuderos? ¿Habría conocido a David?
"Se trata de un grupo que empezó siendo de clase media urbana, pero al que se han ido sumando jóvenes de territorios sociales más proletarizados o marginales", afirma el escritor y politólogo Joaquín Marta Sosa. "Se destacan por el uso de recursos de enfrentamiento directo con las fuerzas represivas gubernamentales o paragubernamentales. Unidos por ese sentimiento general contra los desmanes del gobierno, hay algo de anarquismo en ellos y, a pesar de que se muestran disciplinados, no está claro que tengan una dirección que los articule ni que decida lo que hacen."
El llamado es a marchar pacíficamente. Durante las primeras horas, encabezan los diputados, la sociedad civil, los estudiantes. Después, la multitud se topa con policías armados y unidades antimotines que intentan dispersar a la gente. Entonces es cuando los escuderos se abren paso entre la masa. Corren hacia adelante con sus escudos de lata o de madera. Recogen las bombas lacrimógenas que les han lanzado y las devuelven, arrojándolas hacia la Guardia Nacional. Tiran piedras. Lanzan bombas molotov caseras.
Algunos de estos chicos han terminado la escuela en colegios privados, pero muchos abandonaron la escuela pública hace años. Algunos tienen un hogar. Muchos no tienen casa, ni comida ni trabajo. "Al frente de las marchas cada vez hay más presencia de jóvenes en situación de calle -dice Ana Isabel Valarino, socióloga del Observatorio Hannah Arendt-. Van a las marchas no sólo para protestar, sino también para conseguir alimentos, afecto, reconocimiento y un sentido de propósito." Claramente, el socialismo del siglo XXI no ha satisfecho las necesidades de alimentación, contención y educación de estos muchachos.
Benigno Alarcón, director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello, distingue dos tipos de escuderos: los ingenuos y los defensores. Los ingenuos son jóvenes convencidos de que para evitar la constituyente deben enfrentar a la fuerza pública con la fuerza de sus escudos y sus molotov. "Actúan con buena intención -escribió Alarcón en la revista especializada Polítika UCAB-, "pero sin conciencia del enorme daño que terminan haciéndole al movimiento democrático al contribuir con sus acciones a escalar la violencia y reducir la participación en las protestas, que es lo mismo que busca el gobierno a través de sus infiltrados." Por su parte, los defensores no buscan derrotar al enemigo, sino defenderse y proteger a la multitud que viene detrás. A estos dos grupos hay que sumar los infiltrados y mercenarios que, disfrazados de escuderos, "son agentes de inteligencia de cuerpos policiales y militares colocados por el gobierno en la vanguardia de las protestas para que sean ellos quienes generen los primeros actos de violencia y así justificar la represión".
Los jóvenes escuderos han vivido toda o la mayor parte de su vida bajo el socialismo del siglo XXI: nacieron en la época en que Chávez llegó al poder y, ahora que frisan la adultez, descubren que en Venezuela no tienen futuro. Con un salario mínimo mensual de 28 dólares y la canasta básica a 148, el sueldo mínimo no alcanza para comprar ni una bolsa de pan al día. Esto afecta más a los más pobres. De ahí que la conformación social de los escuderos haya ido cambiando. Ahora ya no son sólo las convicciones políticas lo que los lleva a arriesgar sus vidas, sino el desempleo, la inflación más alta del planeta, la desoladora escasez de alimentos y medicinas en uno de los países con mayores reservas petroleras del mundo. Los mueve el hambre.
Los analistas parecen coincidir en que para ser efectiva la protesta debe ser pacífica. "Estos jóvenes representan a los grupos más radicalizados de la oposición -afirma Marta Sosa-. Han desempeñado un papel importante en la amplificación de la protesta, pero eso ha tenido costos negativos, como por ejemplo el poner de lado la finalidad política por privilegiar la bélica y el convertir la protesta en un fin en sí más que en un medio al servicio de una política concreta." En líneas similares, Alarcón afirma que sin protesta no habrá cambios, pero que es necesario manejarla inteligentemente: "Hacer sostenible la protesta implica erradicar de manera urgente la violencia. Para ello es necesario cambiar el comportamiento de la vanguardia de las marchas, que debe ser ocupada por un liderazgo político y social capaz de asumir con una actitud ejemplar el giro de la protesta hacia dinámicas que han probado su eficacia en entornos aún más represivos y violentos que el nuestro".
Los jóvenes escuderos no están de acuerdo. "Si fuéramos como Gandhi, esto no llegaría a ninguna parte", me dijo uno de ellos.
Para muchos venezolanos estos jóvenes representan la esperanza, la reivindicación del derecho a protestar y la posibilidad de resistir ante la represión. Los aplauden cuando pasan, les agradecen por protegerlos, les dan comida y amuletos. "Ellos son nuestros verdaderos héroes", dicen. Otros, confiesan que esos aplausos les dan vergüenza ajena: "Estos niños están siendo usados por quienes sienten que ésta es una manera barata de hacer frente", afirman.
Pienso en mí a los veinte años. Me sentía inmortal. Todo parecía posible. ¿Cómo no entender la impulsividad y el deseo de cambio de estos chicos ante un régimen opresor? Pero ya no tengo veinte. Ahora soy madre y cada vez que muere un joven en las marchas en Venezuela siento que ese joven podría ser mi hijo. El Ministerio Público ha reconocido que han muerto 89 personas en las protestas, casi todas jóvenes. Más de una por día. ¿Quién es responsable de esas muertes? ¿Los chicos, por actuar impulsivamente? ¿La oposición, por no controlarlos? ¿O acaso un gobierno que, al privarlos de esperanza, no deja otra válvula de escape como no sea el enfrentamiento?