Los jóvenes alzan la voz contra las armas, pero eso no alcanza
A un año de la masacre que movilizó a miles de estudiantes secundarios, en un país donde se suceden los tiroteos en escuelas, la sociedad civil sigue demandando cambios
¿Cómo eran? ¿Cómo eran antes? Nunca lo sabremos, porque de algún modo sus vidas comenzaron ese día. El Día de los Enamorados y de la Amistad, esas veinticuatro horas mágicas en las que en Estados Unidos todos intercambian regalos, tarjetas y besos. Aquella vez, Emma González, David Hogg, Cameron Kasky, Jaclyn Corin y Alex Wind creyeron levantarse para ir a clase, a la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida. Pero no: se despertaron, se vistieron y si abrieron alguna puerta fue para entrar al resto de sus vidas. Otras, del todo distintas de las que habían tenido hasta entonces.
El 14 de febrero de 2018 un chico llamado Nikolas Cruz también se despertó, se vistió y enfiló hacia la escuela que hasta hacía algunos meses también había sido la suya hasta que fue expulsado por mala conducta. Cuando regresó, lo hizo con una decisión y un único argumento: un rifle semiautomático AR-15, "tuneado" para matar en ráfagas invisibles, de tan veloces. Cuando terminó, había diecisiete personas muertas, otras tantas heridas de gravedad y el resto lucía entero. El daño se vería después.
Con todo, algunos lograron salir velozmente de lo previsible (el llanto, el grito, el llanto otra vez) y fueron capaces de enfrentar a los medios. Ahí está todavía en la Web el discurso de Emma: once minutos de palabras de fuego pero también de silencio, uno tan largo como el que le tomó a Cruz asesinar a sus amigos. "No van a leer sobre nosotros en los libros de texto", profetizó la chica, con la cabeza rapada y una campera verde oliva que la hacía lucir como alguien recién llegado del frente. Pero ¿de qué frente? Posiblemente de ese que muchos adultos insisten en no ver. La línea que separa la vida de todos los días de la vida que sigue (si es que sigue, claro) a un tiroteo.
La cruzada de los niños
Ese frente invisible está también hecho de datos. De datos como estos: en Estados Unidos, un ciudadano tiene 25 veces más chances que un par inglés, francés o belga de morir a los tiros. Ni los niños están a salvo. De hecho, "entre los 29 países de ingreso más alto, el 93% de los chicos de entre 0 y 14 años muertos por armas vivía en Estados Unidos", destaca el Giffords Law Center to Prevent Gun Violence, una organización estadounidense nacida de otra masacre y dedicada desde entonces a recopilar información sobre la violencia con armas de fuego. De todo esto también habló Parkland pero -tal vez por primera vez- ahí afuera ya había gente dispuesta a escuchar.
Con no más de diecisiete años, los estudiantes tuvieron que enfrentar eso para lo que se habían preparado tantas veces (un ataque con armas en la escuela) pero que, cuando se hizo real, los dejó tan a la deriva como siempre. Los llamados de auxilio no fueron respondidos, los salones demostraron ser verdaderas trampas y la gente que supuestamente iba a cuidarlos no lo hizo. Scott Peterson, el policía asignado a la escuela, no solo se escondió tras los primeros disparos sino que además les pidió a sus colegas que no ingresaran. Eso permitió que Cruz siguiera asesinando por varios minutos más.
Ironía de ironías, las ventas del fusil AR-15 suben con cada masacre: pasó tras el tiroteo en la escuela primaria Sandy Hook en 2012, con el de la discoteca Pulse de Orlando (en ambos casos los asesinos usaron ese arma), y nuevamente con Parkland. Detrás de cada nueva matanza, como muchos temen que el fusil sea retirado de la venta, corren a comprarlo, realimentando así el círculo infernal de matanzas, boom de ventas y nuevas matanzas. Se estima que hay más 3.300.000 unidades de este rifle en manos de particulares.
Conscientes de esto, los estudiantes de Parkland se propusieron ser los últimos y por eso -con un notable manejo de las redes sociales- lanzaron una consigna que terminó convertida en multitud. Organizaron la llamada Marcha por Nuestras Vidas, y en apenas un mes y medio lograron reunir casi a un millón de personas en Washington. El reclamo se volvió pancarta, velas, gritos. Y también un hashtag: #NeverAgain. Nunca más.
No fue esa, claro, la primera reacción de este tipo. Antes, mucho antes, otros episodios del mismo linaje sangriento habían despertado la reacción popular. Pasó con Columbine en 1999, Virginia Tech en 2007 y volvió a pasar con la masacre de Sandy Hook. La diferencia tal vez haya sido que ahora, en Parkland, ya no solo hubo dolor, sino también hartazgo. Y una palabra flotado en el aire: Enough (suficiente), que fue también la elegida por la revista Time para hablar del caso. En la portada posaban cinco de los sobrevivientes y, al frente de ellos, Emma González, que habló como nunca en la movilización de Washington.
¿Nunca más?
"Luchen por sus vidas antes de que sea el trabajo de alguien más", dijo a la multitud. Fue tal vez la certeza de que todos los alumnos estaban en peligro lo que sacó a la gente a la calle. Después de todo, Cruz había disparado con un arma legal, como también lo son -de acuerdo con las estadísticas- 8 de cada 10 de las empleadas en tiroteos masivos. Florida es además -detrás de Texas- el estado con mayor cantidad de armas. Así las cosas, Cruz compró legalmente (y por lo que vale una computadora) el arma con la que mató a sus profesores y compañeros. Cumplía con los dos requisitos que exigía el estado de Florida para llevarse un fusil como el que se llevó: ser mayor de edad y no tener cuentas con la justicia.
Desde entonces, algunas cosas han cambiado. En marzo de 2018 el Senado de Florida aumentó la edad mínima para comprar un arma de 18 a 21 años, con un período de espera de tres días antes de concretar la operación. También se anunciaron medidas controvertidas: a principios de este mes Ron De Santis, gobernador de Florida, se declaró a favor de que los maestros asistan armados a clase. La norma que lo permitirá entrará en vigencia el 1° de octubre.
Otras cosas, en cambio, no se modificaron en absoluto. La condena social a quienes se atreven a levantar la voz contra la cultura de las armas, por ejemplo. De hecho, además de transformase en víctimas y voceros, los chicos de Parkland se convirtieron también en blanco de ataques, memes y una multitud de fake news. Entre ellas, una foto trucada de Emma González quemando un papel con la Segunda Enmienda (la que reconoce el derecho de los ciudadanos a armarse), la consabida acusación a los sobrevivientes de "comunistas" y hasta la de ser actores profesionales. Mientras tanto, las muertes directamente ligadas a la masacre siguieron llegando. Sydney Aiello, una de las sobrevivientes, se mató en marzo de 2019. Sufría estrés postraumático y sentía culpa "por haber sobrevivido". Su foto abrazada a Meadow Pollack, su mejor amiga asesinada aquel día, todavía da vueltas por la red. Las dos sonríen. Poco después, según informó el Miami Herald, se quitó la vida otro sobreviviente. Los dos recurrieron a armas de fuego para terminar con sus pesadillas.
Desde aquel 14 de febrero, han sido aprobadas 67 leyes sobre portación de armas en 26 estados; por eso se ha calificado a 2018 como un año "excepcional" en materia de avances en este sentido. Al aumento de la edad mínima para la compra se agregaron otras que hacen foco sobre el perfil de los potenciales compradores y sobre la responsabilidad de los tenedores de armas. Desde la poderosa Asociación Nacional del Rifle (RNA), sin embargo, se jactan de haber hecho caer en ese mismo año más de 200 iniciativas en pro de un mayor control. De hecho, en la convención anual de esta entidad (cuyos fondos impulsan candidatos y financian campañas electorales), el mismísimo presidente Donald Trump expresó su apoyo al negocio de las armas sin reparar en los potenciales efectos indeseados. También habló a favor de que los maestros se armen.
La vida después
Mientras tanto, sobrevivientes y familias de los muertos de Parkland siguen adelante. Los padres de Joaquín Oliver, por caso, crearon Change The Ref , una ONG a través de la cual buscan apoyar a jóvenes líderes contra las armas y denunciar el lobby proarmas que se respira en el Congreso. En memoria de Joaquín, asesinado en Parkland a los 17 años, han inaugurado también varios murales alrededor del país.
Cada una de esas paredes es no solo un recuerdo, sino también algo más, porque cuando el diseño está terminado, el padre de Joaquín, Manuel, da martillazos al azar sobre la obra. Como fueron los disparos en Parkland: al azar, sin parar, porque sí. Después, en cada uno de esos huecos, la gente coloca una flor y hace volver la vida donde antes solo había muerte. Parece un mural, pero es -bien mirada- toda una metáfora. La de un pasado horrible que siempre va a estar volviendo, hasta que no se logre cambiar lo que estuvo en su origen.
El 30 de abril, en la ciudad de Charlotte, todo volvió a comenzar, como en un mal sueño. "Corran, escóndanse, luchen. Protéjanse de inmediato", pidió el altavoz en la Universidad de Carolina del Norte. Dos muertos y cuatro heridos después, la violencia sigue ahí.
Tal vez la vida después de Parkland sea esto. Saber que lo peor siempre estará acechando.
Una sangría dolorosa
Así, "Desde Parkland", se llama una iniciativa del diario The Miami Herald que -en alianza con la ONG The Trace, dedicada a investigar la violencia con armas de fuego en Estados Unidos- recopiló información sobre las muertes de menores de edad por tiros y balas perdidas acaecidas en ese país desde la masacre en la secundaria Marjory Stoneman Douglas. Los datos, llegados desde todo el país, son contundentes: cerca de 1200 chicos y chicas perdieron a la vida por un disparo desde entonces, y cada una de sus historias fue contada por otros doscientos adolescentes que oficiaron como periodistas. Son 1200 minibiografías que lo dicen clarísimo: no habrá ley que alcance a detener esta sangría si no se trabaja en un cambio cultural profundo. Después de todo, según se consigna en El tirador escolar: una guía de referencia rápida, un documento del FBI sobre tiroteos escolares, "el 75% de los atacantes se sintió atacado, acosado y/o amenazado por los otros", "61% actuó movido por el deseo de revancha" y "93% de los atacantes se vio envuelto en conductas que preocuparon a sus compañeros antes del ataque". Pese a eso, nadie hizo nada al respecto. Hasta que el agresor decidió hacerlo por ellos. F.S.