La lapicera de Cristina: los empresarios en quienes confía Alberto Fernández, bajo la mira de la vicepresidenta
Cristina Kirchner no le augura al Frente de Todos una victoria en 2023; ¿qué apuro podría tener entonces por una obra que beneficiaría económicamente a un gobierno de otro signo político?
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Si algo faltaba para confirmar que la Argentina tiene propensión a perder oportunidades históricas era que el proyecto con que podría ahora aprovechar los precios internacionales del gas, el gasoducto Néstor Kirchner, volviera a demorarse. Es la inquietud que dejó esta semana la renuncia del funcionario a cargo de la obra, Antonio Pronsato. El Gobierno dice que la iniciativa no corre peligro; los empresarios y los analistas no están tan seguros.
Es cierto que Pronsato, asesor de la Unidad Ejecutora de Enarsa, empresa pública que conduce formalmente Agustín Gerez, venía de una mala relación con varios colaboradores. Pero lo que desencadenó su alejamiento no fue tanto el aspecto personal como las múltiples presiones y encrucijadas a que quedó expuesto el proyecto. Entre ellas, cómo responder al interés de constructoras de buena relación con el poder político que, en homenaje a Néstor Kirchner, quisieran participar de las obras. El pliego de la construcción del ducto está redactado desde hace un mes. Pero el diablo se esconde en los detalles técnicos de las licitaciones. ¿Conviene, por ejemplo, exigir una determinada antigüedad en el rubro a las empresas participantes? ¿O experiencia en caños de al menos 30 pulgadas? Si fuera así, habría solo cinco en condiciones: Techint; Sacde, de Marcelo Mindlin; BTU; Contreras Hnos., y Víctor Contreras SA. ¿O mejor reformar el texto para oír el interés de otras con menos antecedentes como, por ejemplo, CPC, de Cristóbal López, o Chediack Construcciones, que han trabajado en consorcios con ductos de 24 pulgadas?
Pronsato no hizo declaraciones públicas, pero admitió delante de funcionarios haberse hartado de estos tironeos, que se intensificaron durante todo el mes pasado. Es probable que haya terminado de resolver su renuncia cuando se enteró de que Mariano Cabral, prosecretario administrativo del Senado y, en los hechos, secretario privado de Cristina Kirchner desde 2014, le pedía a Gerez el pliego para revisarlo. ¿Es “Marianito”, como le dice la vicepresidenta, un especialista en gasoductos? ¿O alguien lo leía por él? ¿La “jefa”? Son incógnitas que difícilmente se aclaren.
Pronsato, que asumió en febrero y ya había trabajado como jefe del Enargas durante los gobiernos kirchneristas bajo las órdenes de Julio De Vido, tuvo que convivir de entrada con un elenco de funcionarios leales al Instituto Patria. Además de Gerez, los dos Federicos: Basualdo, el subsecretario que Guzmán no puede echar desde hace más de un año, y Bernal, actual interventor en el ente regulador. Imaginar una gestión solo desde el ámbito técnico, sin consideraciones de índole política o ideológica, sería no entender lo que estas áreas energéticas representan para el kirchnerismo. Ahí empiezan los dilemas. ¿Qué significa en el ideario militante que contratistas como Mindlin o Paolo Rocca ganen una licitación? Techint ya se adjudicó la provisión de los caños de la obra, pero al contrato todavía le falta la firma. Ayer, en Tecnópolis, Cristina Kirchner le exigió que fabricara la chapa laminada en el país, no en Brasil. Otra preocupación: ¿qué pasará si la oposición llega el año próximo al poder y decide poner el ojo sobre, por ejemplo, recálculos de presupuesto que sin dudas habrá que hacer como consecuencia de la inflación? “No voy a meter la firma para darles una obra y después tener un quilombo yo”, dijo esta semana alguien que trabajó en el pliego. En el Gobierno citan el ejemplo de Feletti, que presentó la renuncia y, dos semanas después, ya tiene una denuncia de la Coalición Cívica por presuntas irregularidades en el fideicomiso del trigo. Lo había anticipado la carta del tarotista Ferraresi: “Si perdemos, algunos vamos a terminar presos”.
Son demasiados reparos para iniciativas que requieren la convicción y el empeño de todos los involucrados. Y eso que Alberto Fernández tiene urgencia en que el gasoducto se construya. Se lo dijo en persona a Rocca y a Mindlin en momentos distintos. Persuadido por la palabra presidencial, Mindlin se apuró a alquilar en Houston un equipo de soldadura automática para doble junta en los tubos. Pero la interna del Frente de Todos no se arregla ni con soplete, y jugó en contra. ¿O hay que interpretar las demoras de la provincia de Buenos Aires para aprobar el estudio de impacto ambiental de la obra solo como cuestiones de desidia administrativa? Todas las hipótesis son válidas. Este gasoducto se empezó a proyectar a mediados del último gobierno de Cristina Kirchner. Y ya antes, durante el de Néstor, otras iniciativas similares habían quedado truncas o en el olvido. El Gasoducto del Nordeste, anunciado por De Vido en 2004 e inaugurado no menos de diez veces para traer 20 millones de metros cúbicos diarios desde Bolivia, por ejemplo, o el Gran Gasoducto del Sur, el más largo del mundo, ese emprendimiento de 12.000 km que prometía traer gas desde Puerto Ordaz, Venezuela, hasta el Río de la Plata, a través de la selva amazónica, y para el que jamás nadie hundió siquiera una pala.
El plan inicial para el gasoducto Néstor Kirchner era que pudiera ser inaugurado a fines de mayo del año próximo. Pero, a este ritmo, los más optimistas corren la fecha al 15 de junio. El tiempo no es gratis en el universo petrolero. Según los cálculos de los que trabajan en la obra, cada minuto de demora durante el invierno de 2023 equivaldría a una pérdida de entre 2500 y 3000 dólares a los precios de Vaca Muerta.
Es imposible analizar estos desencuentros sin considerar la variable electoral. O, más específicamente, qué pasa por la cabeza de la conductora del espacio. Hay un elemento decisivo: Cristina Kirchner no le augura al Frente de Todos una victoria en 2023. ¿Qué apuro podría entonces tener por una obra que, si ese pronóstico se cumpliera, beneficiaría económicamente a un gobierno de otro signo político?
Alberto Fernández está condenado a apuntalarse solo. O por el puñado de funcionarios que ya no creen en él, pero que advierten al menos que, incluso si la guerra termina pronto, Europa no podrá seguir confiando en Rusia como proveedor de gas por varias décadas. ¿No es un buen momento para que la Argentina se ofrezca como proveedor? ¿No debería estar la OTAN interesada en financiar el gasoducto? Es lo que ensayó el Presidente en sus reuniones con Pedro Sánchez, Macron y Olaf Scholz. Hasta ahora no hubo resultados. Tal vez porque el Frente de Todos ha concentrado toda la energía en sus diferencias. “Tenés la cantimplora de agua helada en el Sahara y discutís por la tapa”, se exasperó un referente del espacio.
La Argentina tiene en realidad problemas anteriores a la idea del gasoducto. El Gobierno debe primero conseguir lo más difícil, que es convencer a inversores de hundir capital en un país en que el Presidente se refuta a sí mismo en cuestión de horas y el ministro de Economía no puede echar a un subsecretario. Antonio Aracre, director general de Syngenta, lo planteó anteayer en el Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF): “Si nuestras instituciones no son confiables, vamos a tener que asegurarle al inversor para que se quede 10 años una institucionalidad segura en Nueva York”, dijo.
En este contexto, no debe sorprender que el gas tampoco llegue a todos los colegios del conurbano. Varios comunicados del Suteba acaban de recordarles a los docentes que, según lo acordado en la paritaria bonaerense y consignado en el protocolo del regreso a la presencialidad, no habrá clases sin calefacción y con temperaturas inferiores a los 10 grados. ¿Por qué un país que no es capaz de llenar unas pocas cañerías escolares debería ilusionarse con una obra que cruce su territorio transportando energía? Hace años que la Argentina no puede ni lo más ni lo menos.