Los hunos y los otros
Se cuenta que los hunos -al mando de Atila, llamado "la furia de Dios"- fueron una tribu presumiblemente euroasiática de los siglos IV y V, que se caracterizaba por su violencia y crueldad. Identificados por algunos historiadores como "una raza salvaje, voluble y desleal", cuentan que eran hombres "sin viviendas ni dioses" que , con sus hordas, asolaron Europa y llegaron a conformar un verdadero imperio.
Cuando miro hoy día a mi alrededor y escucho los informes de los noticieros, se me hace que los hunos no están tan lejos ni en el tiempo ni en la geografía. Los recientes destrozos en el Obelisco, cuando multitudes festejaban en familia el subcampeonato argentino de fútbol, traían a los Atilas de la antigüedad al momento presente. Enceguecidos por una rabia irrefrenable, rompían todo, apedreaban, saqueaban. Lo vimos todos por TV. ¿Quiénes fueron esos bárbaros, cuál la explicación de tanta violencia? Nunca lo supimos. ¿Lo sabremos alguna vez?
Le pregunto a la psicóloga cognitiva Flavia Schlingmann qué es lo que hace que, en minutos, se pase de la euforia al pánico, de una fiesta a una batalla campal. Me contesta: "Se trata de oportunistas, violentos, personas que están tan enfermas que frente a la alegría de muchos pierden la capacidad de desplegar el control inhibitorio. Actúan por resentimiento, falta de cultura y educación. Estamos, también, en la ausencia de un orden social. Una vez más, nos encontramos desamparados. Entiendo por desamparo el déficit en la protección y en los límites o en hacer cumplir las normas".
Es cierto que violencia hay en todas partes y en todo el mundo. Pero lo que me llamó la atención el día de los festejos en el Obelisco es que vi a personas envueltas en banderas o con camisetas bicolores que robaban y se sumaban al caos. ¿No será que la confrontación ya está dentro de nosotros, alimentada desde hace años por un discurso político que incitó los antagonismos, las revanchas, los hostigamientos, y por el escándalo, que es la herramienta mediática más usada para elevar el rating de los programas?
Es como si la pelea estuviese siempre presente y latente, y sólo faltara encender la mecha.
Y entonces una piensa que a todo esto se suma la ambivalencia originaria que caracteriza nuestra condición humana. La identidad de una sociedad, de un país, lleva los colores de una idiosincrasia propia, pero se erige también sobre una base universal que está en nuestra propia esencia. Con lo cual nos retrotraemos a Caín y a Abel. Y por qué no a la anécdota -cierta o no-, leyenda o verdad, que se cuenta sobre el famoso cuadro de Da Vinci La última cena.
Dicen que Leonardo tardó varios años en pintar ese cuadro y que para todos los personajes retratados usó modelos reales. Al primero que decidió pintar fue a Cristo, para lo cual se presentaron un montón de jóvenes. El que finalmente resultó elegido fue un muchacho de 19 años, bello, de expresión serena y angelical. Leonardo lo retrató y luego, a lo largo de los años, fue pintando a los apóstoles. Al último que representó fue a Judas.
Hallar en una cara la expresión huraña, traicionera y malvada que él quería no le fue fácil. La encontró en un presidiario, acusado de varios crímenes, a quien hizo viajar bajo fianza hasta su taller.
-¿Sabes quién soy yo?- le preguntó Leonardo.
-Sí, el maestro Da Vinci.
-Te voy a pintar en La última cena- le dijo Leonardo.
-¿Y yo quién seré?- preguntó el modelo.
-Judas Iscariote, por supuesto- fue la respuesta.
Cuando terminó el cuadro y antes de que los guardias se llevaran al prisionero, éste le preguntó a Leonardo:
Maestro, míreme? ¿No me reconoce? ¿No se acuerda de mí?
Leonardo juró no haberlo visto nunca.
-Yo soy el joven con quien usted inició el cuadro. Soy el mismo que usted eligió, hace años, para pintar a Cristo.
¿Qué sería la identidad, entonces? ¿Lo que cambia, lo que permanece? ¿Lo que puede ir de un extremo a otro, configurando la maniquea -pero no por eso menos real- coexistencia del bien y del mal? ¿La suma de todos los matices de ese espectro, en toda su complejidad, influida por factores externos?
¿Dónde queda lo mejor de nosotros cuando lo que parece prevalecer es lo peor? ¿En quiénes nos convertimos cuando dejamos de ser individuos para pasar a ser patotas? ¿Qué une o separa al yo de la alteridad? Y, finalmente y volviendo a Atila, ¿qué huno se esconde en cada uno?
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