Los horrores de Alberto Fernández
El anuncio presidencial sobre la suspensión de las clases presenciales en el AMBA desnuda vicios constitucionales y errores políticos
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Con la suspensión de las clases presenciales decidida por Alberto Fernández en el ámbito metropolitano, triunfó la posición más dura dentro del oficialismo: la que encarnaban el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, y los gremios docentes liderados por Roberto Baradel. Pero ni Kicillof ni Baradel ganaron, sino que ambos lograron hacerlo perder al jefe del Estado, quien parece estar pagando en soledad todos los costos políticos de la profundización de las medidas para enfrentar la pandemia de coronavirus. Normalmente, los ministros son los mejores fusibles para no afectar la imagen del Presidente; sin embargo, en estas horas, el Presidente se ha convertido en su propio fusible.
Alberto Fernández cometió varios errores políticos severos, influenciado por el kirchnerismo. Errores que son horrores. El primero de ellos fue servirle en bandeja una oportunidad al jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, para que este se ponga al frente de una causa muy sensible para demasiada gente, como la defensa de la escuela presencial.
La segunda equivocación presidencial fue insinuar la posibilidad de una militarización de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, al anunciar con bombos y platillos que las fuerzas de seguridad federales garantizarían la prohibición de circular entre las ocho de la noche y las seis de la mañana.
Un tercer error fue su alusión al relajamiento de los centros de salud, por atender otras necesidades quirúrgicas cuando estaban recrudeciendo los contagios por Covid. Aunque ayer intentó aclarar que no quiso ofender a nadie, aquella afirmación provocó enorme malestar y derivó en una ola de posteos de médicos y profesionales de la salud en las redes sociales contra el Presidente. El primer mandatario pareció olvidar que hay muchas patologías que matan y que deben ser atendidas con urgencia, más allá del coronavirus.
Por último, dejó al descubierto las profundas diferencias dentro del propio Gobierno, desautorizando al propio ministro de Educación, Nicolás Trotta, y a la titular de la cartera de Salud, Carla Vizzotti, quienes de distintas maneras se habían pronunciado en favor de mantener las escuelas abiertas.
La situación del ministro Trotta es hoy absolutamente incómoda dentro del gabinete. Pocas horas antes del anuncio presidencial, había asegurado públicamente, en el Consejo Federal de Educación y en declaraciones periodísticas, que no se podía comenzar las restricciones cerrando las escuelas. “Si tiene que haber una disminución de la presencialidad para restringir la circulación de las personas, no debería implicar la suspensión absoluta de las clases como primera medida; se pueden administrar distintas medidas en torno de la asistencia en aquellas zonas que presenten mayor complejidad, considerando la menor unidad geográfica posible, ya que la escuela ha dado muestras de ser un espacio seguro”, afirmó el ministro de Educación, en una declaración que fue destacada hasta por el portal del gobierno nacional.
Desautorizado en los hechos por el Presidente, quien ni siquiera lo habría consultado antes de anunciar el cierre de las escuelas en el área metropolitana, Trotta tuvo anteanoche un fuerte cruce verbal con el primer mandatario y hasta llegó a presentar su renuncia. Sin embargo, con el correr de las horas y tras gestiones oficiosas de funcionarios y de un amigo común al ministro y al Presidente, como el sindicalista Víctor Santamaría, la dimisión quedó en un compás de espera.
La falta de coherencia entre los propios funcionarios del gobierno nacional quedó en evidencia. Coherencia fue justamente una de las palabras que más empleó ayer al mediodía Horacio Rodríguez Larreta, al cuestionar con dureza las medidas presidenciales. El alcalde porteño se refirió más concretamente a la ruptura por parte del jefe del Estado de una metodología de trabajo que venía manteniendo con él y con Kicillof, basada en el diálogo y los consensos.
El jefe de gobierno porteño pudo haber optado por una medida mucho más radical, como la de desconocer lo dispuesto en el decreto de necesidad y urgencia (DNU) anunciado por Alberto Fernández. Tanto algunos juristas como la titular de Pro, Patricia Bullrich, sostuvieron que la autonomía de la ciudad de Buenos Aires está por encima de un DNU. La citada dirigente consideró que, para enviar fuerzas federales al distrito para controlar el cumplimiento de las restricciones a la circulación y a la apertura de negocios nocturnos y escuelas, sería necesario declarar el estado de sitio.
Para el constitucionalista Alejandro Carrió, la amenaza presidencial de enviar a efectivos de las fuerzas federales a controlar el cumplimiento de las prohibiciones impuestas en la ciudad es “un disparate”, ya que para eso debería al menos demostrarse que la policía local no está en condiciones de garantizar que se cumplan aquellas restricciones.
Con todo, más allá de sus duras críticas al decreto presidencial, Rodríguez Larreta optó por presentar una acción de amparo ante la Corte Suprema y solicitar una reunión urgente con el Presidente.
Lo cierto es que la ciudad de Buenos Aires, por ser autónoma, tiene plena decisión en materia de cuestiones educativas. Para sostener el cierre de las escuelas, el gobierno nacional debería demostrar que hay un interés superior a la autonomía porteña. Para postergar un derecho tan esencial como la educación, tendría que exhibir evidencias de que las clases presenciales conllevan un riesgo sanitario capaz de propagar gravemente la pandemia.
Pero las estadísticas no lo demuestran. Por el contrario, apenas el 1,03% del personal de las escuelas y el 0,16% de los estudiantes sufrieron contagios en estos meses, de acuerdo con la información dada a conocer recientemente por el Estado nacional, en su sistema “Cuidar la Escuela”.
Del mismo modo, la Sociedad Argentina de Pediatría y Unicef han coincidido en que la escuela es un lugar seguro y no un espacio de aumento del peligro sanitario. En otras palabras, las aulas más peligrosas son las aulas vacías.