Los griegos, ante un dilema crucial
La consulta popular acerca de la continuidad o no del programa de austeridad abre ante Grecia escenarios difíciles, algunos más graves que otros, además de poner en juego su permanencia en el euro
Los ciudadanos griegos se enfrentarán pasado mañana al dilema de elegir entre continuar con los programas de austeridad requeridos por sus acreedores o declararse en bancarrota y seguir su camino. ¿Qué implica cada una de estas opciones?
Grecia tiene una deuda que alcanza el 175% de su ingreso y no la puede pagar. Desde el estallido de la crisis, el ingreso griego se contrajo casi un tercio. Esto fue acompañado de un enorme ajuste fiscal, que incluyó una reducción del 20% en el empleo público, quitas en las jubilaciones y la creación de nuevos impuestos. El desempleo ronda el 25% desde hace años y los salarios se redujeron un 15%.
Luego de este brutal ajuste, y excluyendo los intereses de la deuda, Grecia logró el equilibrio fiscal en 2014. Pero los bancos son hoy el talón de Aquiles de Grecia. El temor al abandono del euro generó una fuga de depósitos que se financió con préstamos del Banco Central Europeo (BCE) garantizados por el Estado griego. El anuncio del referéndum, que incluye la posibilidad cierta de abandonar el euro, gatilló una nueva corrida bancaria y el congelamiento del apoyo del BCE. Sin prestamista de última instancia –recordemos que la autoridad monetaria griega no puede emitir euros–, la corrida inevitablemente terminó con la imposición de un "corralito".
Cuando el problema del endeudamiento de Grecia explotó en 2010, la troika de acreedores (el Banco Central Europeo, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional) le extendió créditos, que fueron usados para moderar el ajuste fiscal y el de la cuenta corriente. Una buena parte de los fondos se aplicaron al pago a los acreedores privados, rescatando bancos expuestos al riesgo griego, especialmente en Alemania y Francia.
En enero de este año, Alexis Tsipras asumió como primer ministro luego de triunfar en las elecciones parlamentarias con una plataforma antiausteridad. Tsipras pretende revertir medidas de contención del gasto público y de aumento de impuestos. También, busca una reestructuración de la deuda. En otras palabras, le solicita al resto de Europa plata fresca. Ante la posibilidad de moratorias o amnistías fiscales, los griegos empezaron a pagar menos impuestos, y el frágil equilibrio fiscal primario se tornó deficitario. Durante cinco meses de negociaciones Tsipras chocó con la realidad de otras democracias: los votantes del resto de Europa no están dispuestos a financiar déficits primarios griegos. Este conflicto de intereses explotó la semana pasada, cuando Tsipras anunció que iba a someter a un referéndum la continuidad del programa de austeridad exigido por la troika para refinanciar sus acreencias.
¿Cuáles son las opciones de los votantes griegos en el referéndum y qué consecuencias tendrían?
Si los votantes griegos votan por el sí y apoyan la continuidad del programa de austeridad de la troika, cambiarían el mandato electoral de Tsipras, que podría volver a la mesa de negociaciones con el nuevo mandato electoral o llamar a elecciones. Las nuevas negociaciones con la troika mantendrían los puntos fundamentales del plan actual, demandando de Grecia un modesto superávit fiscal primario y reformas económicas que estimulen el crecimiento. La deuda probablemente sería reestructurada, posponiendo los pagos de Grecia a sus acreedores. La economía griega se recuperaría lentamente y se mantendría dentro del euro, con el BCE actuando como prestamista de última instancia de los bancos griegos.
Votar por el no en el referéndum significaría, en cambio, rechazar el programa de la troika. En consecuencia, renovar el mandato antiausteridad de Tsipras abriría una amplia gama de escenarios posibles.
Los líderes europeos deberían decidir si acceden a las demandas de Tsipras y financian sus déficits primarios hasta que se recupere su economía. Esto es factible, dado que Grecia es una economía pequeña. Sin embargo, acomodar el mandato antiausteridad de Grecia podría aumentar el atractivo electoral de partidos similares a Syriza, como Podemos en España y Cinque Stelle en Italia. Europa no tiene la capacidad de financiar a estas economías mucho más grandes. En contrapartida, quitarle el apoyo a Grecia tiene serios riesgos geopolíticos y sería un retroceso importante en el proceso de unificación europeo.
Lo más probable es que el triunfo del no implique el fin del apoyo financiero de Europa a Grecia, que así sería incapaz de pagar sus deudas y entraría en default. El BCE no podría seguir prestándoles euros a los bancos griegos. Sin un prestamista de última instancia, los bancos griegos no podrían reabrir. En este contexto, hay dos maneras de acceder a un prestamista de última instancia: tener un sistema bancario en manos de entidades extranjeras con acceso al BCE o crear un banco central griego. Implementar cualquiera de las dos opciones lleva tiempo, durante el cual la economía griega se desplomaría aún más.
La primera de estas opciones permite conservar el euro como moneda e impondría pérdidas a los acreedores de los bancos no cubiertos por la garantía de los depósitos. El gobierno griego podría cumplir su mandato antiausteridad emitiendo una cuasi moneda para financiar su déficit primario. Un ejemplo de cuasi moneda es el patacón emitido por la provincia de Buenos Aires en 2001, que derivaba su valor de su aceptación para el pago de impuestos. Esta opción es diferente del sí por la emisión de una cuasi moneda para financiar el gasto público y la pérdida del apoyo del BCE. La implosión de la economía por la demora en la reapertura de los bancos, paradójicamente, produciría más austeridad.
La segunda opción implica introducir una nueva moneda en Grecia, llamémosla dracma, y un banco central griego. Esto crearía un problema contractual enorme. ¿Cómo se convierten los depósitos de los bancos a la nueva moneda? No pueden quedar en euros, porque los bancos no pueden pagar euros y el banco central griego no tendría euros. Lo más probable es que la conversión de euros a dracmas perjudicara fuertemente a los depositantes. Las jubilaciones y salarios del sector público también deberían convertirse a la nueva moneda. El mandato antiausteridad se cumpliría financiando el déficit primario con inflación. De nuevo, Grecia no contaría con nuevos recursos; los redistribuiría entre sus habitantes. En lo inmediato, el cierre de los bancos hundirá más la economía; otra vez, habría más austeridad. La gran ventaja de la moneda propia es que permitiría un cambio de precios relativos (devaluación) para lograr el pleno empleo (a salarios reales mucho más bajos). Después de la caída inicial, la reactivación de la economía sería más veloz que con el euro. Este beneficio debe contrastarse con el malestar social de la profundización de la recesión en lo inmediato y con el daño al tejido social originado por grandes redistribuciones de riqueza. También sabemos que la postergación de reformas fiscales y el financiamiento del gasto con inflación son malas recetas para el desarrollo
El voto racional debería optar por el sí. Sin embargo, dada la complejidad del tema, es posible que los votantes griegos, al igual que los marineros en La Odisea cuando escucharon el seductor canto de las sirenas, caigan en un estado abrumador que podría hacerlos estrellar contra los arrecifes.
El autor es director del Departamento de Economía en la UTDT e investigador del Conicet