Los grandes gestos de Benedicto XVI
El fallecimiento del papa emérito Benedicto XVI, cuyo funeral se realiza hoy, nos lleva ineludiblemente a recordar que a lo largo de los últimos años hemos sido testigos y protagonistas de un importante acercamiento entre la Iglesia Católica y el pueblo judío. Atrás quedaron siglos de persecuciones y acusaciones, para dar lugar al encuentro entre dos religiones que, comprendimos, tienen tanto en común. Esta realidad no ha sido casual, ni parte del devenir natural de las sociedades. Por el contrario, requirió de un esfuerzo activo de ambas partes que tuvo su punto de partida más de sesenta años atrás en el Concilio Vaticano II, cuando el documento Nostra Aetate sentó las bases para el diálogo con otras religiones.
Años después sería Juan Pablo II quien retomara el camino del diálogo con aquellos que llamó “nuestros hermanos mayores”, al visitar en 1986 la sinagoga de Roma. Se trató de la primera vez en la historia que un pontífice pisaba un templo judío.
Su enorme y fundamental aporte generó igual expectativa a su partida: ¿podría su sucesor continuar el viaje emprendido por Juan Pablo II, y consolidar los cimientos de estas relaciones? Nuestros miedos resultaron infundados, y Benedicto XVI confirmó el compromiso de la Iglesia con la construcción activa de la paz y el encuentro entre los pueblos.
En este marco, ya no resultó una sorpresa la invitación –por primera vez en la historia– a dignatarios judíos a acompañar tanto la despedida del fallecido pontífice como la misa de entronización de Joseph Ratzinger. Las muestras de cercanía del Santo Padre estaban tan solo comenzando.
Durante sus ocho años de papado, Benedicto XVI repudió el nazismo desde una sinagoga en Alemania, visitó Auschwitz, viajó a Israel y rezó en el Muro de los Lamentos, donde pidió por la paz en Medio Oriente. También condenó firmemente la relativización o negación del Holocausto, afirmando: “Los sacerdotes deben reconocer que la Shoá es un crimen intolerable e inaceptable contra Dios y la humanidad” durante un encuentro con dirigentes de la comunidad judía.
Sus acciones continuaron aún una vez retirado de la función papal. Cultor de un bajo perfil, hace algunos años publicó un artículo para refutar versiones que indicaban su apoyo a la “evangelización de los judíos”.
“Cualquier afirmación de este tipo es clara y simplemente errónea”, expresó. “El judaísmo y el cristianismo representan dos formas de interpretar las Escrituras”.
El diálogo interreligioso ya no es un proyecto u aspiración oficial de nuestros pueblos. Somos muchos quienes trabajamos cotidianamente y de manera activa en el desarrollo de nuevos espacios de encuentro. Si Nostra Aetate fue el inicio del diálogo, el reciente “Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”, rubricado por el papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar es un nuevo punto de inflexión. Ahora que el encuentro es una realidad, debemos promover la construcción de convivencia en todos los ámbitos de la sociedad. Porque con los años aprendimos que este es el único camino posible hacia la paz.
Benedicto XVI fue, tal vez sin saberlo –o quizás sabiéndolo mejor que nadie en su cercanía a Dios– el perfecto puente entre quien lo precedía y quien lo sucedió. Muchos de sus grandes gestos parecen haber pasado desapercibidos, perdidos en el transcurso de un papado breve en términos históricos. Sin embargo, no pasaron desapercibidos para nosotros. Sus acciones estuvieron cargadas de un simbolismo particular, aprovechando cada encuentro como una oportunidad de acercamiento. Su partida nos golpea con dolor, pero nos encuentra hoy más cerca que nunca.
Bendita sea tu memoria, Benedicto XVI.
Director Ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano