Los gatopardos
Dice el refrán que "escoba nueva barre bien" y esto puede ser aplicado a todos los hechos de la vida. Cuando una pareja deja de amarse la pasión se vuelve aburrimiento y el afecto se transforma en indiferencia, lo que antes causaba gracia ahora es irritación y lo que se perdonaba o disculpaba de pronto es imperdonable. Odio y amor son opuestos que muchas veces se encuentran y provocan choques de resultados impredecibles que pueden llegar al asesinato. Esto ocurre porque los seres humanos estamos sujetos al cambio como resultado de los golpes de la vida que en muchos casos nos modifican para mal. Cuando las esperanzas y los deseos de superación en armonía interna y externa se hacen pedazos la reacción de los seres humanos puede ser violenta o depresiva y provoca crisis peligrosas. Lo único a lo que podemos aferrarnos es la necesidad de un cambio drástico y profundo y cuando uno apuesta a ese cambio, a esa "escoba nueva" y la encuentra, todo se tiñe de color esperanza, todo lo que antes estaba mal pasa a estar bien no sabemos si por reales modificaciones o por el mero hecho de ser diametralmente opuesto a lo anterior.
Así, de pequeños al pasar de grado teníamos una nueva maestra dulce, paciente, joven y alegre respirábamos aliviados porque ya no teníamos que aguantar a la del año pasado que era gritona, histérica, severa, exigente y amargada, pero a lo mejor, la dulce y paciente no enseñaba bien y la bruja anterior era excelente en su formación didáctica y cultural. Pero eso no lo valoramos hasta que no pasan muchos años y al madurar sabemos ponderar la sabiduría y, por qué no, también la dulzura y el buen carácter y ahí hacemos memoria y balance y ponemos las cosas en orden. O sea valoramos defectos y virtudes para llegar a la conclusión de que la vida es equilibrio y que lo bueno y lo malo necesitan tiempo de maduración para ponernos en el lugar correcto.
Este fenómeno de las crisis de cambio se reproduce a lo largo de nuestra existencia y muchas veces situaciones angustiosas, negativas y difíciles nos sirven de experiencia invalorable para poder disfrutar al máximo los momentos de plenitud y felicidad. Desde luego que todos preferimos la armonía y la dicha al conflicto y el drama, pero hay muchos ejemplos de personas y pueblos que al superar momentos de adversidad se refuerzan y vigorizan para quemar etapas de horror y llegar con más certezas que dudas a un duradero bienestar no solo material sino, y esto es lo más importante, a logros espirituales que nos elevan como personas.
Porque estos sacudones que generan revoluciones, cambio de reglas de vida y convivencia, involuciones, pérdidas cuantiosas o ganancias desproporcionadas, tienen su proceso que habitualmente se divide en tres partes. La primera es la sorpresa, el alivio y el júbilo por el cambio en sí, la segunda es la implementación de ese cambio y la tercera, el ejercicio práctico de todas las estructuras novedosas a veces y otras, repeticiones con ciertos retoques y matices de situaciones anteriores. Y luego llegará el acostumbramiento, quizás el aburrimiento y, por qué no, la decepción que nos llevará a extrañar lo que tanto habíamos odiado y hasta podemos llegar al extremo de pedir que retornen pasados oscuros que cual monstruos adormecidos pueden llegar a despertarse y arrastrarnos a precipicios funestos.
Y hay que acostumbrarse porque la vida es un cambio permanente y muchas veces ha ocurrido y sigue ocurriendo que todo se cambia para que todo siga igual. Como tan genialmente expresó Lampedusa en su inolvidable novela "El gatopardo" que originó un nuevo vocablo al diccionario: el gatopardismo y todos estamos sujetos a padecerlo.