Los funcionarios del Fondo no van a misa
La conversación entre Alberto Fernández y Joe Biden deambulaba entre formalidades y cumplidos cuando apareció en la charla el nombre de un "amigo" en común: el Papa. El presidente en ese momento electo de Estados Unidos le contó a su futuro colega una historia que lo marcaría de ahí en más. Le relató, con la emoción que se permite un mandatario norteamericano, la visita que hizo Francisco a Filadelfia en 2015, que lo tuvo a él como anfitrión por ser, junto con John Kerry, el católico de la administración de Barack Obama (una dupla que en Roma algunos bautizaron como "los irlandeses"). Cuando Biden le habló de su tragedia familiar y de la muerte de su hijo Beau apenas cuatro meses antes, Francisco pidió ir a su casa y reunir a la familia, absolutamente fuera de cualquier protocolo. Allí tuvo un encuentro íntimo que al jefe de la Casa Blanca aún lo moviliza. Hoy el Papa es la garantía de que la Argentina al menos existe en el Salón Oval.
El espíritu de Roma también sobrevoló la amigable conversación que esta semana Alberto Fernández mantuvo con Kristalina Georgieva, otra católica ferviente. "El mundo necesita una economía más justa e inclusiva", le dijo la titular del FMI como si estuviera en una homilía, aunque en realidad se trataba de una reflexión basada en su escepticismo sobre el ritmo de la recuperación global pospandemia.
El Presidente, aunque menos devoto, es otro de los que frecuentan los diálogos con el Papa, con quien conversa regularmente sobre actualidad política y fútbol (nunca de aborto, una concesión del Pontífice en beneficio de la relación), y a quien secretamente le recomienda no venir a la Argentina hasta que ceda en algo la grieta social.
Pero el problema de la deuda no se arregla solo con rezos en Santa Marta. Georgieva le enrostró a Fernández el cambio que se le hizo a la reforma jubilatoria, la gran carta para reducir el déficit que tenía Martín Guzmán. El Presidente admitió que el cambio tenía un mayor costo fiscal, pero minimizó su impacto y la invitó a compararla con la fórmula de Mauricio Macri. Más allá de los detalles, la videollamada entre ellos sirvió para sacar las conversaciones de la incertidumbre en la que habían encallado. Después de eso en el Gobierno pasaron de un "por ahí este año no cerramos" a un "para abril o mayo podríamos tener un acuerdo".
Cuando habla de su gabinete, Alberto Fernández parece mandar mensajes implícitos a Cristina. Es su manera de responder a quienes dicen que ella ejerce el poder real
El Presidente está convencido de que el FMI, con Georgieva y el respaldo de Biden (mañana también tendrá una charla telefónica sobre el tema con Angela Merkel),aceptará un acuerdo que este año priorice la recuperación económica y que atenúe las exigencias de corto plazo en materia de ajuste fiscal. También que en el organismo entenderán la gradualidad en el recorte de los subsidios a los servicios públicos y, eventualmente, la necesidad de sostener algunos de los planes de asistencia instrumentados por la pandemia. Todos pecados veniales. El problema es que los funcionarios del Fondo que después se sientan con Guzmán no siempre van a misa y en cambio se dedicarán a revisar el programa trianual que aún debe presentar la Argentina. Lo anticipó el vocero Gerry Rice cuando dijo que esperan que el Gobierno defina "su plan de mediano plazo".
Alberto Fernández atraviesa un resurgimiento de su fe en el equilibrio fiscal, con la reivindicación siempre vigente del primer nestorismo. Sobreviene a un período en el que el Gobierno dio señales de que no estaba dispuesto a reducir decisivamente el gasto, como Guzmán le había prometido a la misión del FMI en noviembre. Y en ese sentido el 2021 había empezado con los mismos indicios que terminó el 2020. Pero el viernes, cuando le preguntaron por el tema, el Presidente respondió: "Hay que trabajar para acotar el déficit fiscal. No nos vamos a escapar del presupuesto". A la misma hora, desde Chaco, el ministro de Economía invitaba a poner "las cuentas fiscales en orden" y a avanzar "en un cuadro tarifario que respete el contorno que establece la ley de presupuesto". Será que Cristina anda de vacaciones en El Calafate.
Como el Mauricio Macri del final de mandato, Fernández también carga duras críticas sobre ciertos sectores del empresariado, al que responsabiliza por la preocupante inercia inflacionaria. Desde ahí justifica las restricciones para garantizar el precio de los alimentos. "Deberían colaborar más. Los empresarios desestabilizan la economía interna cuando quieren internacionalizar los precios domésticos. Que garanticen un cupo de mercadería a precio local y el resto que lo exporten al valor que quieran", propone como vieja receta de cocina cuando habla con sus funcionarios. YPF es otro foco de conflicto, no tanto por la salida de Guillermo Nielsen, a la que considera previsible, sino por la difícil negociación de la deuda que debe encarar. "Nosotros queremos que hagan una reestructuración como la que hicimos con los bonistas, pero en YPF quieren un reperfilamiento. Ahí tenés el caso de Córdoba, una vergüenza, que arregló con una tasa del 9 por ciento", suele ejemplificar.
El plan de recuperación económica con el que se ilusionan en Olivos se complementa con una dosis de optimismo que le aporta su convicción de que la Argentina no enfrenta aún una segunda ola de Covid-19, sino un rebrote producto de los eventos sociales de diciembre, que tenderá a la baja. En el círculo del Presidente se sienten reivindicados por el avance del plan Sputnik V, en momentos en que varios países enfrentan problemas de abastecimiento. Además de la provisión desde Moscú, esperan que en un par de semanas el centro Gamaleya autorice la producción realizada en India, mucho más voluminosa que la rusa. Y adelantan un dato que puede ser muy importante para la logística: en breve oficializarían que la vacuna de Putin puede ser conservada entre -2 y -8 grados, cuando hasta ahora se requiere mantenerla a -18 grados. El Presidente está convencido de que Pfizer no quiere acordar con el país y a veces desliza una teoría de inspiración conspirativa: "De dónde creen que Biden va a sacar los 100 millones de vacunas que prometió aplicar en 100 días. Se las están guardando". El mundo ideal de Alberto contempla vacunar antes de abril, para cuando llegaría la segunda ola, a 13 millones de personas, entre trabajadores de la salud y de la seguridad, mayores de 60 años, personas con comorbilidades y docentes. Este último grupo es clave para el reinicio de las clases, que el Gobierno ahora respalda abiertamente después de que Horacio Rodríguez Larreta aprovechara las dudas iniciales para volver a diferenciarse. Sin embargo, se avecina una dura puja por el cronograma: en la Casa Rosada aclaran que los maestros deberían vacunarse antes de volver a las aulas. El otro aspecto central es pedagógico. El ministro de Educación, Nicolás Trotta, analiza una adaptación programática para condensar los contenidos de dos años lectivos en uno, experimento inédito e incierto.
Pero otros integrantes del gabinete tienen pruebas más agrias por superar. Felipe Solá,especialmente. El Presidente espera tener una conversación con él para resolver su futuro. En la intimidad es muy crítico con el canciller, a quien no le perdona su "afán de protagonismo", que complica mucho su aspiración de aprovechar la asunción de Biden para un replanteo del rol de América Latina. "No entiendo lo que hizo", se lamentó tras el tuit de felicitaciones y advertencias al mandatario norteamericano. La relación parece definitivamente quebrada. A Ginés González García lo sigue bancando, sobre todo por el esfuerzo que hizo durante la pandemia, pero a la que elogia sin medirse es a Carla Vizzotti.En Salud también hay mucho ruido.
Cuando habla de su gabinete, Alberto Fernández parece mandar mensajes implícitos a Cristina.Es su manera de responder a quienes le dicen que ella es la que ejerce el poder real. Igual que cuando detalla cómo, a su modo, respondió en público los cuestionamientos que la vicepresidenta le hizo en el acto de La Plata. Tiene muy presente que ya transcurrieron tres meses del "funcionarios que no funcionan". El paso del tiempo sin hacer grandes cambios es su expresión de resistencia. Después de esa carta de octubre hubo una charla frontal entre ellos. "Yo le dije a qué estaba dispuesto y a qué no, y ella también me hizo sus planteos", recuerda ahora. Hablan poco, pero retomaron contacto. "Estamos bien así", acota él. Admite que los dos debieron hacer un esfuerzo grande para adaptarse a sus nuevos roles.