Reseña: La muerte del comendador, de Haruki Murakami
Los fantasmas heridos de una fábula contemporánea
En la primera parte de La muerte del comendador, Haruki Murakami (Japón, 1949) sentaba las bases de la vida anímica de un retratista por encargo que, recién separado de su esposa, con la que lo unían fuerzas más parecidas a la inercia que al amor, se mudaba a una cabaña en medio de una montaña: la misma en la que había vivido Tomohiko Amada, uno de los grandes pintores japoneses del siglo XX.
Aislado de su existencia anterior, la conciencia del protagonista de la historia giraba por momentos sobre ciertas interesantes cuestiones sobre el sentido del arte y las relaciones y, por otros, alrededor de preguntas retóricas dispuestas a "desengrasar" el estancamiento de la trama (¿quiénes son las personas que lo rodean?, ¿qué es lo que quieren?, ¿le esconden algo?, ¿y por qué lo hacen?). Finalmente, se encontraba con un espectro. Y este espectro reclamaba un retrato, aunque no tenía cara.
En los pasajes que iban de un registro realista de lo mundano hacia zonas cada vez más extrañas y mágicas, Murakami reafirmaba la misma exitosa estética que ahora, en la segunda parte de La muerte del comendador, empuja hasta sus últimas instancias. Pero, ¿es esta una "distancia" entre "ciertas impresiones" y "un hecho concreto y objetivo", como explica el protagonista cuando habla sobre su labor como pintor? ¿Es una forma de "extrañeza existencial", como afirman los críticos más afables en la solapa del libro? ¿O una versión reciclada del viejo "realismo mágico", como lo llamaría cualquier profesor de literatura? Lo que sea, a Murakami le sirve para develar lo que antes solo sugería: "La muerte del comendador", el cuadro en el que convive la historia de Don Giovanni con la violencia de los samuráis, está habitado por los fantasmas de Tomohiko Amada. Y en su universo, los fantasmas pueden imponer sus caprichos a la realidad.
Acompañado todavía del millonario Menshiki, que "vive de algo relacionado con la información", y de Marie, "una niña guapa" y demasiado perceptiva para sus trece años, esta vez el narrador de La muerte del comendador no solo debe enfrentarse a los fantasmas de un cuadro, sino a los de su vida íntima.
Es mediante este otro plano de la historia, el de un hombre de treinta y seis años herido porque su mujer lo abandonó por otro (del que no se sabe nada, excepto que ahora ella está embarazada) que Murakami logra sus mejores páginas. Que la pubertad de Marie no sea un obstáculo para que esta le recuerde a su esposa, y que el protagonista incluso piense en ella mientras está con una amante, definen bien la clase de detalles que le dan al libro la fugacidad de su tono adulto, por lo demás, ausente en casi todo el resto de la novela.
Un ejemplo de este candor generalizado está en las "reflexiones" en las que se envuelven algunos diálogos cuando intentan adentrarse en la experiencia del sexo ("nos conocemos desde hace poco y estamos aquí, abrazados, completamente desnudos, sin vergüenza, ¿no te parece extraño?", le pregunta su amante al protagonista), o al asomarse a la experiencia literaria ("en las novelas de Dostoievski siempre aparecen personajes que hacen muchas tonterías para demostrar lo libres que son"). O también cuando se refiere al amor ("¿acaso existía en el mundo algo completamente correcto y algo completamente erróneo?"). Pero, desde ya, esto no impide que el fantasma del comendador deambule con sus órdenes, ni que se presente como "una idea" que explica que "decidir no pensar más en algo es, en sí mismo, un pensamiento, y empeñarse en lograrlo implica pensar en eso mismo que se pretende olvidar".
Aunque es tras estos momentos desconcertantes que la prosa de Murakami huye como despavorida hacia las preguntas retóricas ("¿me avisaba de algo?, ¿me lanzaba alguna advertencia?, ¿era una adivinanza?"), en el balance final La muerte del comendador también puede leerse, ahora sí, como el intento de una serie de hombres por restituir sus masculinidades heridas, mientras los rodean "suspensos" y "dilemas" previsibles, pueriles y no siempre interesantes.
La muerte del comendador. Libro 2. Haruki Murakami,Tusquets. Trad.: F. Cordobés y Y. Ogihara, 491 págs./ $ 699