Los eslabones perdidos de Cristina Kirchner
Después de Alberto Fernández, la vicepresidenta ha decidido pensar en 2023 con candidatos renovados: Kicillof para la Casa Rosada y su hijo Máximo para la provincia
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El futuro argentino es tan incierto que el escritorio que sirvió el martes para la extensa reunión entre Cristina Kirchner y Massa parecía tapizado de encuestas. La mayoría, de la provincia de Buenos Aires. Fueron dos horas de un encuentro franco en el Senado, al que después se sumó Máximo Kirchner y se extendió casi otras dos, y que terminó de confirmar varias coincidencias. Este triángulo de poder, una alianza por necesidad, se empezó a gestar en enero y hasta ahora funciona. “Cuando madre e hijo discuten, yo no me meto”, suele bromear al respecto el líder del Frente Renovador.
Bastante de lo hablado había empezado a filtrarse antes. Lo más obvio: a la vicepresidenta no le gusta el modo en que comunica el gabinete, y tampoco la entusiasman las fotos con Dylan, las citas textuales a Litto Nebbia o los almuerzos no laborales del jefe del Estado. Ve a Alberto Fernández desconcentrado y distraído de la gestión: dice que necesita que se involucre más y tenga una agenda definida. Otros temas de la charla ya empezaron a corroborarse fuera de ese despacho. Por ejemplo, la conformación de listas. Anteayer, cuando Eduardo Feinmann le preguntó en Radio Rivadavia a Sergio Berni si sería candidato en la provincia, el ministro de Kicillof contestó: “Lo veo muy difícil porque tengo muchas diferencias con este gobierno nacional y no creo poder tener ese honor de representar a los bonaerenses”. Todo puede cambiar. Pero en el Instituto Patria incomoda su condición de cuentapropista. Se prefiere más bien una nómina de diputados integrada por dirigentes 100% confiables que confeccionará la jefa. “Nada de inventos”, resumieron en el Senado. Habrá, sí, primarias en varios distritos, y es probable que a Massa se le respete el cupo de diputados que lo acompañan desde 2017 y que sería de 3 o 4, según se considere entre ellos a Mendiguren, hoy de licencia para presidir el BICE.
El cumplimiento de esta promesa, sumado a nombres que surgieron al elucubrar cambios en el gabinete, terminará de consolidar la relación entre Massa y Cristina Kirchner. Un detalle: la lista hipotética ministerial incluyó reemplazantes leales a ambos, pero ninguno que pueda definirse como cercano al Presidente. La política es ingrata: la vicepresidenta admite hace tiempo que la unción de Alberto Fernández en la fórmula electoral fue el único modo de ganarle a Macri, pero ha decidido pensar en 2023 con candidatos renovados. Hay dos que ya le había anticipado a Massa en enero: Kicillof para la Casa Rosada y su hijo, Máximo, para la provincia. Un problemón para el líder del Frente Renovador, que acepta al diputado, con quien propone trabajar en conjunto, pero sueña con enfrentar al gobernador en una primaria. Está convencido de que puede ganarle.
En la charla surgió además una inquietud poco admitida en público en el Gobierno. Cristina Kirchner cree que sin inversión ni repunte de la economía cualquier propósito será imposible. Debe haber sido un alivio para Massa: venía de oír conclusiones idénticas en su viaje a Estados Unidos, donde se reunió con representantes de multinacionales y bancos de inversión. ¿Esas coincidencias conceptuales podrían concretarse en hechos futuros, durante una etapa menos hostil al capital privado? Difícil. Hasta ahora, el establishment económico solo multiplicó prejuicios: el miércoles, al día siguiente del encuentro del Senado, el ENRE le aprobó la compra de Edenor al grupo conformado por Mauricio Filiberti, Daniel Vila y José Luis Manzano, tres hombres de negocios de buena relación con Massa.
Esta versión de Cristina Kirchner urgida por la inversión no es creíble para los empresarios. Ellos mismos la señalan como disuasiva del mínimo desembolso. Parte del desánimo se funda también en lo que interpretan como problemas de gestión: cada vez que consultan a funcionarios sobre soluciones en las respectivas áreas, estos les responden que hay unos 20 temas que dependen desde hace rato de una conversación entre Alberto Fernández y su vicepresidenta.
El discurso de la conductora del espacio les resulta además ambiguo. Es lo que piensan, por ejemplo, los dueños de las prepagas, que pasaron de oírle proponer dos veces en público una reforma del sistema de salud, un virtual avance del Estado sobre el sector, a ilusionarse con mensajes que les transmitían operadores de parte de ella: nadie piensa en estatizarlos. Exactamente lo mismo que escucharon dirigentes del Frente de Todos que acaban de consultarla. Pero en las compañías dudan. “Si yo fuera una prepaga, estaría preocupado”, dijeron a la nacion sindicalistas de buen diálogo con el ámbito más influyente al respecto, la provincia de Buenos Aires, donde no abunda el furor por el capitalismo: no solo están Nicolás Kreplak y Daniel Gollán, sino el jefe del IOMA, Homero Giles, un médico formado en Cuba. “¿Y si todo estuviera pensado para asfixiar a unos y lograr el ingreso de otros en el sistema?”, se preguntó el líder de una prepaga al que le llamó la atención que fuera Claudio Belocopitt, dueño de Swiss Medical, el primero en reaccionar a la insinuación de Cristina Kirchner. La sospecha se basa en postulados ciertos, pero viejos. Es verdad que durante la campaña de 2015 Belocopitt llegó a contarles a sus pares sus intenciones de mudarse a Uruguay si ganaba Scioli, y que además venía de diferencias anteriores con la expresidenta –incluso durante la internación de Néstor Kirchner en Los Arcos, una clínica propia–, pero también que ha tenido tiempo y espacio para desandar esos desencuentros.
La paritaria del sector será un buen test al respecto. El plazo vence en dos semanas y el acuerdo está lejos. El miércoles, cuando Héctor Daer recibió a la Asociación de Clínicas, Sanatorios y Hospitales Privados en la sede del sindicato de la Sanidad, oyó una advertencia de sus visitantes: “Ojo que si estatizan la salud vos te quedás sin gremio: van a ser todos empleados de ATE”. Daer lo sabe. Venía de reunirse esta semana con Alberto Fernández, a quien le había transmitido el argumento empresarial, el enorme desfase entre las alzas que autoriza el Gobierno y los costos. El gremio, que empezó reclamando 37%, subió ahora el requerimiento a arriba del 40% porque, dice Daer, no puede quedar tan por debajo del 45% que Moyano consiguió para Camioneros. A los empresarios les admitió que al Presidente le había parecido una cifra excesiva, entre otras razones porque la paritaria incluye también al PAMI y al IOMA y el ministro de Economía no estaría de acuerdo en subir la emisión monetaria para cumplir.
Daer está desde entonces en un dilema. ¿Irá a un paro en medio de la pandemia? “Daer está con nosotros”, concluyen en los hospitales privados, donde suponen que la CGT jugará en favor de que la Superintendencia de Salud les habilite a las prepagas aumentos capaces de ser trasladados a ellos y, como consecuencia, a los trabajadores. Los terminó de convencer el comunicado que el gremio emitió anteayer por la noche, después de plantearle el tema al ministro de Trabajo, Claudio Moroni. “No vamos a tolerar más dilaciones, negativas ni evasivas. Ninguna razón puede eximir a los empresarios de la obligación de actualizar los salarios en momentos de alta inflación como los que estamos viviendo”, dice el texto. “Le está hablando al Gobierno”, no a nosotros, concluyó el accionista de un sanatorio.
Si todos están convencidos de que el sistema es inviable tal como está, si Cristina Kirchner rechaza la estatización y hasta admite la necesidad de inversiones, ¿qué impide opciones menos extravagantes en un país que no crece ni crea empleo desde hace una década? Como en las abstenciones contra Nicaragua, el respaldo a Venezuela o el memorándum con Irán, la respuesta obliga a adentrarse en los eslabones perdidos de la jefa. ¿Intereses estratégicos, económicos, ideológicos? ¿Urgencias que dictan las encuestas que Massa puso el martes sobre el escritorio? Misterio. En un acto público o durante una reunión a solas de dos horas, ella será siempre insondable. Y, aunque no siempre acierte en favor de sí misma, su fortaleza consiste en una creencia general: el sistema político la supone imbatible.